Las coaliciones pierden autenticidad y por esto no hay identidad política
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Es difícil encontrar hoy novedad identitaria en la agenda política. Es mas difícil aún encontrar liderazgos que tengan una identidad política más allá de la discursiva emparentada con cierto sesgo o lugar común y que en su perfilamiento desarrolle entonces una actividad auténtica. Algo de esto nos alertó Fukuyama. 
Por esto las coaliciones personalistas pierden poder de innovación, su autenticidad de origen y no reproducen identidades firmes en sus adherentes o afiliados. En el caso de los fanáticos sabemos que ya hicieron una elección y en esa elección no hay opciones, dudas ni cambio o transición identitaria. Les queda para su misión y visión, ante una toma de posición dogmática, sólo el éxtasis o la frustración.
Quizás esto sea parte de una crítica de quienes expresan que hay una crisis de representación política. No hay nada nuevo bajo el sol entonces, no hay lugar para la identificación entre electores y aspirantes a representar esa demanda.
Quizás también esto nos muestre cómo la dinámica social cambiante ya no se equilibra ni se acomoda en un status quo o modelo de actor representativo. Bauman nos sigue explicando mucho de lo que nos ocurre en la actualidad.
Finalmente, colabora en la explicación en buena medida que, las coaliciones personalistas de uno y otro sector, pretendidamente mayoritarias, encuentren islas de liderazgos pero que se perfilan sobre los extremos ideológicos, sobre los extremos del arco político en el contexto actual. Estos vuelven laxos las opciones de acuerdos de gobernabilidad y van por todo o nada.
Este problema de falta de nuevos liderazgos plurales y dialoguistas que comuniquen con credibilidad y practiquen o desarrollen políticas auténticas nos acercan a un peligroso fenómeno de apatía pero también de indignación. Nada de esto baja la incertidumbre en el contexto ni facilita pensar en contextos por fuera de la parálisis de gobierno o de gobierno dividido.
Los liderazgos más encumbrados, mediáticamente hablando, por no decir periodísticamente y publicitariamente instalados o sostenidos a rajatabla, siguen discutiendo sobre un pasado y un presente que se explica sólo por un pasado imaginado que las mayorías ya no alientan, apoyan, demandan ni quieren volver a escuchar.
Algunos de los casos que resultan paradigmáticos, en la apelación argumental al pasado son: el FMI, la pandemia y la cuarentena. Todos hechos con sus respectivos encuadres y fenómenos que para la gente los remonta a momentos complejos y duros en sus vidas respecto de los cuáles quieren soluciones y que no vuelvan al presente ni siquiera como justificación válida o real de las limitantes o restricciones en las decisiones públicas. Esto habla más del fracaso hard en las políticas y los políticos que en una ciudadanía light.
Por todo lo anterior, sería bueno ver a los equipos de campaña permanente de gobiernos y a los equipos de las coaliciones de oposición que puedan pensar en un recorte y primacía argumental que justifique una misión y visión política novedosa, auténtica, que genere una nueva identidad y permita el desarrollo de un nuevo relato político para la democracia 2050.
Este tiempo complejo y expectante en materia de soluciones políticas con resultados dispares ha sido generoso con la dirigencia política y la tenue paz social. Sería de real importancia que en buena medida las perspectivas de comunicación estratégica sean integrales, las tácticas sean experienciales y las de eventos políticos sean con carácter empático entre los ciudadanos y los electores.
No olvidemos que en el año 2023 se cumplirán 40 años de democracia en nuestro país. Nos merecemos otra dinámica social y de gobierno con una agenda electoral relacionada propositivamente a soluciones que se ocupen del pasado pero que principalmente se preocupen y visibilicen las opciones de futuro que tenemos como sociedad. 
No olvidemos además que, en términos de años estamos a medio camino de la evaluación de los objetivos de la Agenda 2030, los denominados ODS 2030, con una marcada tendencia -casi sin posibilidades de revertirla- a incumplir prácticamente todos los indicadores al llegar ese año. ¿Será también, en este sentido, una etapa política perdida en la construcción de nuevos perfiles de gestores políticos?

Publicado en diario Perfil.


 

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