Un año signado por lo electoral
Alberto Medina Mendez
Periodista. Titular de "Existe otro camino"


Lejos de ser esta una buena noticia, la excesiva dependencia del cronograma electoral y el enorme sesgo que eso implica sobre lo que sucede a diario, funciona como un ancla feroz que frena los debates profundos y, por ende, impide la aparición de soluciones puntuales.
Esto no sucede sólo ahora por lo tanto no se constituye en una novedad. Lamentablemente viene siendo este un pésimo hábito por estas latitudes, un síntoma inconfundible de la fragilidad institucional y del peso gigantesco del poder estatal, que es capaz de alterar trágicamente el curso de los acontecimientos y por lo tanto perturbar la calma.
Los partidos y las alianzas ya hacen sus propias cuentas y definen las fechas de los comicios locales según sus singulares conveniencias. Lo que la gente opine en este aspecto termina siendo absolutamente irrelevante. Como si fuera una partida de ajedrez, cada protagonista alista el tablero e impone condiciones a los más débiles para inclinar la cancha a su favor.
Ese esquema minará el calendario generando un clima de prolongado proselitismo que se iniciará muy pronto y que perdurará casi hasta el final de este convulsionado 2023 que promete parecerse, en ese sentido, a una montaña rusa repleta de adrenalina a un ritmo vertiginoso.
El turno nacional, quizás el más significativo por su trascendencia, concentrará las miradas de una sociedad que vive agobiada por las penurias del presente, angustiada por la ausencia de esperanzas de corto plazo e impotente ante la sensación de no encontrar el cauce.
El panorama no parece ser de los mejores y eso tendrá un correlato directo en otros aspectos de la vida en comunidad. No se trata sólo del acotado microclima de la política como muchos creen, sino del impacto que eso produce en diversos aspectos de la cotidianidad.
En el campo económico es donde se hace notar esta vinculación inexorable sin piedad. Los actores principales, frente a semejante nivel de confusión no seleccionarán caminos demasiado audaces. Se preparan para adoptar una estrategia más prudente, aguardando que la neblina se disipe rápidamente y que se pueda avizorar el futuro de un modo más claro.
Claro que los más osados moverán sus fichas con mayor temeridad, pero esa no será la regla general. Los potenciales inversores extranjeros, esos que analizan en detalle todas las aristas, seguirán vigilando atentamente las señales, pero no se expondrán más de la cuenta sin necesidad.
Como siempre, aterrizarán algunos esporádicos foráneos, tomarán cierto riesgo, también lo harán una minoría de locales, pero nada de eso será clave cuando lo que se precisa es de una recuperación consistente y no de chispazos aislados que no cambian para nada la ecuación vital. En la economía doméstica, en la diaria, las familias administrarán sus finanzas como hasta ahora. Aprovecharán alguna ventaja coyuntural, harán movimientos menores, pero las grandes definiciones serán seguramente postergadas hasta nuevo aviso.
Esa conjunción de patéticas conductas de unos y otros no es la propia de economías verdaderamente pujantes y no se puede entonces imaginar un horizonte demasiado positivo bajo estos paradigmas paupérrimos.
Sostenerse en esta suerte de “status quo” sin caer tanto, avanzar un poco pero no demasiado, parecen ser los objetivos del período para muchos individuos. Es todo muy mezquino y suena más bien a perder el tiempo.
Nada parece que vaya a salirse de esa ya conocida mecánica tradicional. Los políticos sólo están preocupados por sus cargos, obsesionados por los espacios de poder y lo que viene consigo. La inmensa mayoría de los candidatos no tienen siquiera ideas claras, ni programas concretos.
En ese contexto pareciera que la gente sólo debe esperar pacientemente y dejar que los líderes desplieguen sus controversiales talentos en esos interminables juegos de intrigas que tanto disfrutan mientras la comunidad observa mansamente anhelando que esa instancia ocurra cuanto antes para que alguien se dedique a los problemas tangibles que siguen relegados.
Tal vez, admitiendo que esa inercia histórica no se modificará un ápice haya que apostar por asumir una postura cívica ejemplificadora. Si la política prioriza sus intereses particulares por sobre los del resto de los mortales, es posible que los ciudadanos deban “educar” a sus representantes exigiendo mucho más de ellos que la ridícula enumeración de sus eternas promesas vacías.
Un pueblo demandante, que es capaz de pedir explicaciones detalladas acerca de cómo se resolverán cada uno de los dilemas de hoy, tiene más chance de ser exitoso y aun sin lograrlo es mejor intentarlo que continuar con la triste actitud de resignación que caracteriza a esta etapa.
Los dirigentes timoratos e indisimuladamente mediocres son el producto de esa sociedad apática, abúlica e irresponsable que pretende resultados fabulosos sin esfuerzo alguno, que espera mágicamente que todo se transforme sin aportar un granito de arena en el proceso, que supone que la política puede ser virtuosa cuando los habitantes de esa comunidad no hacen siquiera el intento de ser un poco mejor.

Publicado en El Litoral, Corrientes.




 

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