Ley de Servicio Militar Obligatorio o Ley Riccheri
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Durante
la presidencia de Carlos Menem se
comenzó a poner en tela de juicio al Sistema Militar Obligatorio, la sociedad
se dividió entre continuar con él o cambiarlo por el voluntariado. Una paliza
al soldado Omar Octavio Carrasco, propinada por un grupo de militares y
soldados, le dio la oportunidad al ex presidente, mediante un decreto, de derogarlo e implementar el voluntariado rentado.
En
1901 hubo el mismo debate no solo en la sociedad sino también en el Congreso, pero, en
circunstancias diferentes. Con la sanción de la ley Nº 4031 que estableció el Servicio
Militar Obligatorio, culminó un proceso por el cual se procuró organizar,
renovar y profesionalizar al ejército argentino. El proyecto de ley originó una controversia: la definición entre
voluntariado o Servicio Militar Obligatorio era fundamental, porque conducía a saber a qué tipo de ejercito
se aspiraba en la Argentina, si ofensivo
o defensivo. Al sancionarse la ley se desestimó la idea de que tener un ejército
preparado para la guerra significaba militarizar al país, por lo que privó la opinión de tener un ejército
preparado para cualquier evento.
Cabe recordar,
que la creación del Ejército respondió a
la necesidad de consolidar un Estado Nacional y su poder, lo cual exigía la desaparición de las guerras
civiles, de ejércitos provinciales, y de la
reestructuración del área de seguridad.
La percepción de la amenaza de Chile para
ocupar los grandes espacios del sur de la Patagonia ocupó un lugar importante
desde sus primeros amagues. Julio A. Roca - en un mensaje al Congreso antes de
la Campaña al Desierto (1878-1885)- advertía: …” no hay argentino que no comprenda
en estos momentos, en que somos
agredidos por las pretensiones chilenas, que debemos tomar posesión real y efectiva de
la Patagonia, empezando por llevar población al Rio Negro…”
Cuando
se discute el proyecto en el Congreso, en 1901, la
agudización del conflicto de límites con Chile obligó a superar, o por lo menos igualar, los efectivos militares con el país vecino. La
guerra parecía inminente, los diarios de la época expusieron la
preocupación constante por conocer los adelantos, en materia militar, logrados por ese país, el cual sumaba, desde un año atrás, la adopción del servicio
obligatorio.
Además
de la organización militar de Chile, en el Congreso se consideraron la de otros
países de más progreso en el arte militar, tal era el caso de Francia y
Alemania; éste último país comenzó a
tener una gran influencia en el ejército argentino por esos años y fue el país
rector en cuanto a cuestiones militares, desde su victoria sobre Francia, en 1870.
Es
importante destacar que la lectura de los debates parlamentarios evidencia, como también la prensa, una persistente inquietud por compatibilizar
la ley con las orientaciones emanadas de la Constitución Nacional. Se procuró
que no lesionara los derechos que aquella asegura al ciudadano, primando por sobre ella la defensa del país. Además,
la
discusión se centró en tratar de dilucidar a quien correspondía la
instrucción de los ciudadanos en tiempos de paz: si a los gobiernos
provinciales o al gobierno nacional, prevaleciendo la segunda opinión.
Carlos
Pellegrini, senador por Buenos
Aires, se opuso al proyecto, adujo que esta ley chocaba
contra todos los antecedentes y tradiciones en materia militar de la Argentina,
aquí, como en EEUU, las fuerzas militares de la Nación habían sido
las milicias, más un pequeño grupo de
fuerzas permanentes, organizadas para
mantener el orden interno. La ley en discusión, afirmó, fundía en uno al
ejército permanente y a la milicia nacional, organizándolo sobre la base del servicio obligatorio en
tiempo de paz, cuando la Constitución lo permitía solo en tiempo de guerra. Precisó que el mismo, se había aplicado por primera vez en Prusia luego de ser vencida en campañas
militares y humillada por el tratado de
Tilsit, en 1807. En esas condiciones había aceptado la
obligatoriedad del servicio militar formando un ejército, el cual, posteriormente, derrotaría a Francia. El pueblo francés, deseoso de venganza, acató
la misma ley a la que se había sometido su vencedor, aceptando el Servicio
Militar Obligatorio en tiempos de paz, fue
entonces, explicó, que la formación de dos grandes ejércitos
permanentes, el alemán y el francés, obligaron por instinto de defensa, a otras naciones de Europa a adoptarlo, como una imposición de las circunstancias y de
la fuerza. Mientras que Inglaterra, había pasado por situaciones diferentes: no
había tenido patriotismo exaltado ni agravios que vengar, por ello no lo había adoptado. Con estos ejemplos, Carlos Pellegrini,
creía mostrar por medio de la historia de ese sistema, que podía ser
aplicado, solo cuando una nación pasaba
por situaciones extremas.
El
ministro de Guerra Pablo Riccheri -nombrado por Roca en 1900 en reemplazo de
Luis María Campos- asistió al debate. Estuvo de acuerdo en cuanto
a la necesidad de su adopción en Francia y recordó que Chile, al adoptarlo, obligaba al Poder Ejecutivo a pedir a nuestro
país los sacrificios necesarios para lograr su organización militar.
Otra
opinión interesante en contra del proyecto fue la del senador por Corrientes, Manuel Mansilla, quien
acusaba de pretender transformar la democracia civil, creada y amparada por nuestra Constitución, en una democracia militar, además de destruir atribuciones reservadas a las provincias de
las que ese cuerpo era representante genuino. Por otra parte, el senador por Jujuy dijo a la Cámara que la
conscripción era una verdadera movilización de la milicia, autorizada por
nuestra Constitución en caso de guerra,
pero jamás en época de paz.
Quienes defendían el proyecto se apoyaban en el artículo
21 diciendo que de él se desprendía el deber de dictar leyes que colocaran a
los ciudadanos en aptitud de hacer
práctica la defensa en caso dado. Aducían,
que al preparar a todos los ciudadanos
para el cumplimiento de ese servicio se cumplía otro mandato de la Constitución:
el que establece la igualdad del impuesto y de las cargas públicas. Pensaban
que aunque el proyecto contradijera lo estipulado en la Constitución, debía adoptarse si, técnicamente, se demostraba su conveniencia para la defensa
nacional. La respuesta de quienes defendían el voluntariado no se hizo rogar, resistieron
acaloradamente estas ideas y otras semejantes, coincidiendo en que ese criterio correspondía a la dictadura,
a la dominación de lo arbitrario. Alegaban que desaparecían las garantías
individuales y colectivas que la letra de la Carta Fundamental prescribe y asegura, y se reemplazaban por la voluntad de un amo, inestable, y veleidoso, como la que prescribe la vida política de los
pueblos.
Se
dividieron también las opiniones respecto al tema de introducción de extranjeros al ejército, el artículo final fue definitorio: solo se permitía
el ingreso de argentinos en carácter permanente a los naturalizados argentinos.
Con la centralización de todo lo referente a
la organización militar en el Gobierno Nacional se creía solucionar buena parte
de los conflictos, pero las necesidades eran muchas: campos de
maniobras, arsenales, uniformes, una
oficialidad y clases preparadas, sueldos
y mucho más. No todos estaban de acuerdo en un aumento desorbitado
del presupuesto militar, por ello el
costo económico que significaba aceptar las disposiciones requeridas por el
Gobierno suscitó enorme resistencia. Uno de los argumentos que se esgrimieron
fue que el gran número de soldados reclutados dejaban de producir, por lo cual tenían que ser
mantenidos por la comunidad, como acontecía en los países que lo habían
adoptado.
Fue de gran ayuda para lograr la sanción del
proyecto, el apoyo incondicional del presidente Roca al ministro Riccheri, ambos estaban convencidos de la necesidad que
tenía la Argentina de organizar y profesionalizar a sus fuerzas armadas.
La
alfabetización que produjo el Servicio Militar Obligatorio es comentada como
uno de los logros de la ley, por Juan Bialet Massé, en su informe sobre el estado de la clase
obrera dedicado a Roca, en 1904.
“La
conscripción ha producido un efecto por demás civilizador, educando una masa de
hombres acostumbrados al método, al orden, a los movimientos acompasados,
enseñando a muchos a leer y escribir, efectos que se notan aún en las más
apartadas estancias, basta ver andar a un peón para decir si ha sido o no
conscripto, especialmente n la marina, y encuentran colocación preferente….
Sin embargo las opiniones de reclutamiento
siguieron divididas como lo muestran los comentarios realizados en la misma
época por Eduardo F. Miglione;
…
Los ciudadanos no entienden como un deber el vestir el uniforme militar, porque
hiere sus hábitos y las libertades y lo consideran innecesario y no entienden
como un honor someterse a la ley tan rigurosa, porque no puede haber honra
donde hay pérdida de la propia individualidad…
Las
modificaciones realizadas al proyecto original presentado por el presidente
Roca a la Cámara de Diputados fueron de poca importancia: los puntos más
discutidos tendieron a obtener una oficialidad y clases
profesionalmente aptas y a evitar la participación política del Ejército, en
política: se les prohibió a los
militares no solo el ejercicio de sus derechos electorales, sino también, toda participación en cuestiones políticas.
Sin
embargo, como bien lo expresó al respecto, el sociólogo argentino Rubén Zorrilla, la estructuración nacional del Ejército y su
tecnificación, crearon una base para un
mayor peso en las decisiones políticas. Este fenómeno, sin embargo, no logró
hacerse evidente - no obstante las dos presidencias de Roca- mientras la
política evolucionaba hacia el sistema de partidos a medida que el país se
modernizaba. Pero, matizó la formación del ejército, una circunstancia que habría de trascender
cuando el contexto general se ofreciera de vehículo a sus potencialidades: así
como el modelo en muchos aspectos de
nuestra modernización, fue Francia (en educación, organización hospitalaria, urbanización
y literatura, entre otros) el modelo para poner sobre fundamentos modernos al
Ejército, se inspiro en el alemán, considerado el mejor de su tiempo. Se
contrataron instructores militares alemanes y ellos introdujeron decisivas
semillas del espíritu prusiano. Más importante aún fue que se establecieron
contactos permanentes, aunque no siempre regulares, con dicho ejército. Cuando Hitler reconstruyó el poder de las
fuerzas armadas germanas, la admiración hacia ellas se hizo inocultable para
gran parte de los militares argentinos. De allí se deslizó hacia el sistema
social y, en particular, al tipo de Estado que las hacia posibles, lo
que reforzó la atmosfera antiliberal prevaleciente en el mundo, y en Argentina, desde fines de la Primera Guerra
Mundial.
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