El temor a irse en helicóptero es la causa central del ajuste
Sergio Crivelli


Por primera vez la presidenta piensa en el mediano plazo. Trata de evitar un estallido y llegar a 2015. El abandono del populismo tendrá costo político, pero el colapso sería peor.
 
El jefe de gabinete Jorge Capitanich rara vez acierta con las declaraciones, pero el viernes lo hizo. Dijo que "los que antes pedían recorte de subsidios ahora protestan" y dio en el clavo, porque con su deriva a la derecha el gobierno descolocó completamente a los economistas promercado. Hizo lo que nadie esperaba; lo que proponían aquellos que, según el propio gobierno, no tenían propuestas.

Tanta paradoja es consecuencia de un cambio de política que, en rigor, se parece más una mutación. El senador peronista Carlos Verna lo describió el miércoles pasado durante el debate sobre YPF con exacta ironía: opinó que Axel Kicillof podía ser considerado marxista, pero no de Karl Marx, sino de Groucho Marx, el que dijo: "Caballeros, estos son mis principios. Y si no les gustan... tengo otros".

El colapso que se veía venir en febrero por la pérdida de reservas, el desastre energético y la inflación fuera de control quedó atrás. Durante la semana que acaba de concluir la presidenta tomó varias decisiones para impedir que su mandato termine en llamas y antes de tiempo.

Uno, mandó a sus senadores a aprobar el acuerdo para pagarle a Repsol 5 mil millones de dólares por las acciones de YPF confiscadas hace dos años. Dos, puso en marcha la supresión de los subsidios al gas y al agua. Tres, admitió que la año pasado el crecimiento de la economía fue magro, 3%, el mismo porcentaje que dio el índice paralelo de la oposición en el Congreso, del cual el Ministro de Economía se burla.

En pocas palabras, las convicciones quedaron bajo custodia de los granaderos de guardia en la puerta de la Casa Rosada hasta nuevo aviso.

La presidenta ordenó resarcir a los empresarios españoles a los que había echado poco menos que a patadas de YPF, a esos que según Kicillof la habían vaciado y a los que no se les pagaría ni un dólar, una vez que se hiciese la cuenta de los desastres ambientales que dejaban atrás.

El mismo Kicillof, dicho sea de paso, que juró que no devaluaría, pero devaluó; el mismo que llamaba "tarados" a los economistas que atribuían la inflación a causas monetarias, pero que ahora dice amén a una política superrestrictiva en la materia llevada adelanta por el BCRA.

De todas maneras los críticos que exasperan a la presidenta nunca cejan. Señalaron que el tarifazo es insuficiente al mismo tiempo que irritante. Insuficiente, porque sólo alcanza para cubrir un 10% del agujero fiscal que provocaron el despilfarro y la corrupción de una década, e irritante, porque tendrá un fuerte impacto "en el bolsillo" de los sectores medios, esos que resultaron decisivos electoralmente para sostener a los "K" y que están sufriendo un fuerte retroceso de sus ingresos.

Son los que debieron absorber el brote de inflación que disparó la devaluación con sus sueldos congelados; los que comprueban una vez más que el gobierno los usa como la variable de ajuste, porque el ajuste lo deben soportar siempre los privados, nunca el Estado.

La presidenta no ignora esto como tampoco que es imposible cerrar de golpe una brecha fiscal que se ahondó a causa de los años durante los cuales sólo se tuvo en cuenta el cortísimo plazo, en los que las decisiones fueron tomadas exclusivamente para el diario del día siguiente. Apela a un gradualismo que rara vez da buenos resultados, pero hace los deberes para poder volver a endeudarse en dólares. En dólares que garantizarían su permanencia hasta el fin del mandato sin mayores sobresaltos cambiarios, sin final wagneriano.

Por eso hace señales muy claras: devaluó, adecentó las estadísticas, bajó el salario real, quiere pagar en el CIADI, a los holdouts y a los españoles. Como contrapartida sobrellevará un desgaste inevitable a causa del conflicto social que generan esas políticas.

Después de dos semanas de paro el viernes los docentes bonaerenses recibieron un aumento del básico de casi el 39%. Ese porcentaje, más los aumentos tarifarios que impulsarán hacia arriba a la inflación prometen un escenario complejo para las negociaciones salariales, que no parece inquietar al gobierno.

La presidenta no será candidata en 2015 y, si la economía sigue estancada, el oficialismo tiene poca chance en esa elección. Se impondrá quien represente el cambio, llámese Massa o Macri.

El kirchnerismo no tiene oferta en ese rubro, ni candidato atractivo. Se entiende entonces que para la jefa de Estado el horizonte esté limitado a la entrega del poder. El resto es secundario.

Fuente: La Prensa (Buenos Aires)
 

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