Maduro, uno de los creadores del hambre
Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.




                        La mayor empresa venezolana de alimentos, Polar, anunció que por la falta de materia prima importada debido al retraso de la estatal Comisión de Administración de Divisas en el proceso de autorización y liquidación de divisas, debió paralizar la producción de latas para jugos, té listo, refrescos, cerveza y malta. En Venezuela la prohibición de la compraventa de divisas, administradas de manera exclusiva por el Estado, ha provocado el desabastecimiento de muchos productos, desde el papel para diarios hasta alimentos básicos.
                        Ahora el (des) gobierno chavista presentó la Tarjeta de Abastecimiento Seguro, para la compra de productos, con lo que está anticipando que habrá desabastecimiento. Para lanzarla destinará 20 millones de bolívares más US$ 1.3 millones que se entregarán al encargado, el irónico Ministerio de Alimentación. Me pregunto cuánta gente comería con ese dinero. La propuesta empezará "con un gran censo", el registro biométrico de los usuarios, es decir, un excelente medio para tener fichados a los ciudadanos y, una vez hambreados, entregar alimentos a los “amigos”.
                         Pero al hambre y la pobreza no los creó el chavismo, ni en eso es original, sino que empiezan antes.
                         En el mercado natural las personas pagan aquello que quieren. Por caso, si repartiendo alimentos en bicicleta gano $ 10.000 al mes, con gusto pago $ 2000 mensuales para comprar un camioncito porque podré aumentar el reparto, ganar $ 14000, dedicarle 2000 para pagar el vehículo y ¡quedarme con $ 2000 más que antes! Ahora, si el gobierno me fuerza a pagar el 50% en impuestos mi ganancia se reducirá, salvo que aumente precios o baje los salarios de mis empleados, y no compraré el camioncito porque los 2000 más que ganaría irían al gobierno o sea que bajaré las inversiones. O sea que trasladaré las cargas fiscales hacia los más pobres. 
                          Se dirá que, a cambio, el Estado me da beneficios, como las rutas para mi reparto. Aún si fuera así, deberían dejar que pague peaje directamente en los caminos que utilizo y no hacerlo el gobierno a través de una tremenda burocracia que se queda con parte de lo recaudado. En definitiva, las cargas fiscales, como toda coacción basada en el monopolio estatal de la violencia, destruye a los débiles. Los ricos, tienen recursos para trasladar las cargas fiscales hacia abajo. Dicen que, luego, el asistencialismo estatal devuelve a los pobres pero, aún así, qué sentido tiene sacarles dinero para luego devolverles solo lo que queda después de la burocracia.
                           Y el tema no es menor.
                           Entre 2011-2013, 842 millones de personas padecieron hambre, según la ONU. Casi 3% menos que los 868 millones entre 2010 y 2012, gracias a la mayor apertura de economías como la china e india. Por otra parte, Obama acaba de enviar al Congreso el presupuesto 2015 de casi US$ 4 billones. Siendo imposible una evaluación precisa, hagamos cálculos bien conservadores para no pecar de exagerados. Si ese es el presupuesto solo de EE.UU., todos los gobiernos del planeta gastarán más de US$ 17 billones. Suponiendo que, según hemos visto, el aporte de los más pobres sea del 10% (en mi opinión es mucho más) los hambrientos del mundo están aportando 1.7 billones anuales, es decir, unos US$ 5.5 por cabeza diarios, de sobra para alimentarse. O sea, si los gobiernos no quitaran coactivamente estos recursos a los pobres, no habría hambre.    

 

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