Pobreza y tácticas que ya tienen casi 100 años
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


En la mesa se lo ve al presidente Fernández, a Marcelo Tinelli, a Estela de Carlotto, a Baradel, a Juan Carr, al entonces ministro Guzman, al que luego fuera ladrón profesional de vacunas, Ginés González García…

El presidente, grandilocuente y melodramático -como siempre- está hablando del hambre. Se pregunta cómo un país que produce alimentos para 400 millones de personas no puede alimentar a 15 millones de sus propios ciudadanos que el macrismo hundió en la pobreza. Se estaba constituyendo la Mesa del Hambre en los albores de 2020.
Justamente ayer, tres años después de aquella payasada que inauguró una cadena interminable de otros sinsentidos que caracterizaron la gestión del peor gobierno de la historia argentina, se conocieron las cifras de pobreza en el país: la Argentina tiene 18.1 millones de pobre s, el 39% de su población. Esto con la salvedad de que se tratan de cifras viejas correspondientes al segundo semestre de 2022, publicadas ahora con el lógico desfase de tiempo.
El gobierno kirchnerista de Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner y de La Cámpora, fabricaron un millón de pobres nuevos por año, desde enero de 2020 hasta diciembre de 2022.
El gobierno que se suponía venía a poner al pueblo pobre en el poder para sacarlo de la indignidad a la que lo había llevado el neoliberalismo insensible de Macri ha hundido en la miseria a enormes franjas de gente que antes era de clase media, obligándola a mendigar comida en merenderos y ollas populares y a hacerla olvidar de aspiracionales sencillos de la vida con los que antes podían soñar.
Muchos de aquellos nefastos personajes que se ven en el video inaugural de la multitudinaria Mesa del Hambre se borraron por completo. Carr y Tinelli siempre prestos para hacer demagogia con el frío, la gente en situación de calle y la falta de alimentos estarán ahora preocupados uno por el rating y el otro quién sabe con qué nueva demagogia.
Baradel sigue hundiendo a los maestros que representa en el más indigno de los pozos y Guzmán salió disparado cuando tanta impostura empezó a chocar con su educación norteamericana.
Esa ignominia -una de las primeras del gobierno de los Fernández- pasó a la historia sin que nadie se acuerde más de ella. Parecería que el gobierno del pueblo, nacional y popular, pudo terminar con el hambre y la “Mesa” ya no se necesita. Sin embargo hay más de 3 millones de pobres nuevos generados por estos incompetentes, soberbios y burros de toda burrez.
La famosa técnica marxista-leninista mecanizada por los soviets rusos a partir del final de Segunda Guerra Mundial que consiste en un trabajo psicológico de muy lenta velocidad al principio (la primera etapa conocida como “desmoralización” dura aproximadamente 15 años), que consiste en un lavado de cerebro profundo que le impide a los individuos aceptar la verdad aunque la estén viendo con sus propios ojos. La segunda etapa del plan marxista es la “desestabilización” (que dura aproximadamente entre 2 y 5 años) y que centra su trabajo corrosivo en la economía, las relaciones exteriores y la defensa nacional. La próxima etapa es conocida como “Crisis” (que puede ser tan corta como 3 a cuatro meses) y que consiste en que los agentes orgánicos que protagonizaron las etapas 1 y 2 toman el poder de manera violenta o “democrática” (esto no interesa demasiado a los jerarcas porque aunque la toma del poder no sea por las armas, de todas formas es el resultado de la violencia psicológica ejercida durante décadas sobre una sociedad).
Luego sigue lo que se llama –no sin cierta ironía- la etapa de la “normalización” en donde otros agentes de la jerarquía comunista asumen el pleno ejercicio del poder (muchas veces deshaciéndose incluso físicamente de quienes llevaron adelante las etapas de “desmoralización”, “desestabilización” y “crisis”).
Resulta sumamente clara la implementación de esta táctica en la Argentina desde que el peronismo aparece en la vida pública argentina, muy especialmente desde que la rama originada por John William Cook (a quien Perón descalifica pero cuyo legado explota en los ’70) finalmente se adueña de la dirección táctica del “Movimiento” primero con las organizaciones guerrilleras y luego con el kirchnerismo.
El concepto del “hambre” y de la sensiblería de “los pobres que no tienen para comer” ha sido un pilar fundamental en el proceso de la primera etapa (desmoralización) no solo en la Argentina sino en varios países del mundo.
El señalamiento de figuras emparentadas con la supremacía de la libertad, de la soberanía individual y de la primacía del individuo sobre el Estado, como “nazis” también es una marca en el orillo de esta táctica, empleada desde Fernández con Javier Milei hasta Putin con Volodymyr Zelenskyy.
También es un clásico el endilgarle la culpa de los que le ocurre a los pobres a figuras democráticas como Macri, por ejemplo, a quien se responsabilizó de la pobreza y de la necesidad de que un conjunto de notables que sí se interesan por el pueblo organizaran una “Mesa del Hambre”.
Con la tendencia que llevamos en materia de inflación, es seguro que las próximas cifras de pobreza correspondientes al primer semestre de 2023 lleven los números al 42 o 43% del total de argentinos, casi la mitad del país.
Sin embargo, más allá del desprestigio notorio del gobierno, Cristina Fernández de Kirchner y el kirchnerismo en general retienen alrededor del 25% de las simpatías electorales de la sociedad. Ese fenómeno se relaciona directamente con el éxito de la implementación de la primera etapa del plan marxista (desmoralización) que, recordemos, se trata de un proceso de lavado de cerebro extremadamente lento por el cual los individuos infectados no pueden ver la realidad aunque la tengan delante de sus propios ojos. Eso es lo que explica la formidable perdurabilidad del así llamado “relato”.

El próximo gobierno necesita implementar desde el primer día un proceso que aquí denominaremos de “limpiado de cerebros” que es mucho más importante y mucho más profundo que cualquier reforma económica, entre otras cosas porque si no se hace, ninguna reforma económica por más buena que sea, funcionará.
Ese proceso debe partir incluso de la premisa que hay ciertas franjas de la sociedad que ya están completamente pérdidas y que no pueden recuperarse. El nuevo impulso debe concentrarse en los cerebros que aún pueden ser rescatados.
Sin que se ponga en marcha una acción de ese tipo (que por definición será tan o más lenta que el proceso marxista de “desmoralización”) no será posible una reversión de la actual decadencia.
Es la sociedad la que deberá identificar quién puede iniciar ese camino. Y son los candidatos los que tienen que explicar que entendieron cuál es el problema de base que tiene el país y que están dispuestos a enfrentarlo con una medicina tan o más poderosa como la que lo destruyó. 

Publicado en The Post.



 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]