Juventud divino tesoro…
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Hans
Kohn, ejemplo de un intelectual del Siglo XX, historiador imparcial de enorme erudición, daba suma importancia a
la educación de los jóvenes porque podían ser los futuros iniciadores y
transformadores de ideas. Su voz fue la de un salvador del mundo globalizado
intentando evitar el concepto totalitario de la vida; propuso que la sociedad planetaria, a la que desde hace muchos años nos dirigimos,
reflejara los valores que resaltan la
autonomía individual.. Había que evitarle a ese destino común, hundirse en el aislacionismo y el
nacionalismo, dejarlos atrás, abrazar la
responsabilidad de afianzar las democracias, y
decidir el futuro del mundo, unidos por
los lazos que nos intercomunican. Pensaba, que aunque tuviéramos que enfrentar
muchos sacrificios, bien valía la pena, salvar la gran herencia de la sociedad
occidental que surgió en Atenas y en Jerusalén, creía que Occidente debía defenderse de la
amenaza totalitaria, contra ataques impulsados por cualquier fe fanática. Por
eso, un paso fundamental para él, era preparar a la juventud, facilitarles armas
espirituales que revaluaran y reforzaran las tradiciones de los hombres libres. A los colegios, sobretodo a las universidades, les correspondía tan importante tarea.
Es provechoso, en la actualidad, repasar algunas de sus ideas, sobre la necesidad imperiosa de retornar a los valores espirituales que hicieron de la sociedad más abierta de la
tierra, Estados Unidos, un modelo de apostolado de la libertad y
dignidad humanas. Nos muestra, en sus
escritos, el ejemplo de dicho país, donde los filósofos e intelectuales europeos, del siglo XVIII, vieron en las colonias inglesas de América del Norte,
la posibilidad de realización de sus
sueños de progreso. Era la tierra prometida donde creían que podían formar una
sociedad ideal, pero las cosas no fueron
tan fáciles como pensaban: los colonizadores encontraron una tierra árida de
escasa fertilidad, bosques apretados, sin senderos ni atractivos, una vasta soledad
que exigía un esfuerzo supremo, si
querían un lugar adecuado para vivir. En esta desigual lucha, nos hace notar el notable historiador, se les fue desarrollando un rasgo de la
naturaleza humana desconocido en otros lugares: la confianza en sí mismos. A través de la lucha por dominar la
naturaleza, de construir, edificar civilización, fundaron un país próspero donde triunfo el
espíritu de empresa, de iniciativa, de
creatividad, y de optimismo en el futuro.
Se convirtió en una nación sobresaliente en tecnología, en ciencias, en inventos mecánicos.
Las conquistas materiales, nos dice Hans Kohn,
atrajeron, porque producían recompensas envidiables:
Estados Unidos se convirtió en el centro y modelo de genio inventivo y progreso
tecnológico. Los intelectuales del siglo
XIX comenzaron a menospreciar aquella persecución del dólar y aquel culto a la maquina,
aunque aclara, los logros no fueron solo materiales, también se convirtió en el país más libre y
progresista de la tierra. Allí arraigaron las tradiciones inglesas de libertad,
la herencia de Milton y de Locke, del habeas corpus y de la tolerancia, crecieron hasta convertirse en un mensaje
universal para todos los hombres, no solo
para los de origen anglosajón. Se convirtió en un modelo de sociedad libre, basada en el respeto al individuo y proporcionó
medios para el desarrollo espontaneo y
sin trabas, que aún se desconocían en
Inglaterra.
Pero, nos advierte Kohn, la libertad y el bienestar ya no alcanzan en
el mundo que vivimos, hay que agregar la
afirmación de valores espirituales, valores
que no son materiales, pero fueron los que hicieron posible el progreso
económico y la libertad política, herencia que les legaron a EEUU las sociedades libres europeas. Frente a la amenaza
que hoy se cierne sobre esos valores, incumbe a los colegios preparar a la juventud,
para que esté en condiciones de hacerle
frente a sus enemigos, de afirmar nuevamente las bases en que se
apoya la libertad política.
Hace
una diferencia entre universidades técnicas y profesionales, donde
no es tan necesaria este tipo de educación pero, enfatiza, en las de artes liberales, la juventud debería buscar el saber por sí
mismo. Nos comenta su importancia: las elevadas funciones intelectuales y espirituales
son desinteresadas, abren ante los hombres horizontes más amplios, les proporcionan un goce profundo y duradero y
amplían su comprensión de la vida. Proporcionan recursos interiores para hacer
frente a las pruebas y a las penalidades, a las frustraciones y sufrimientos que son
inherentes a la aventura de vivir. Sin ellos, asegura, la vida
sería mucho más vacía y acabaría por perder su sentido.
Observa el historiador, que su generación confiaba cada vez más su
salvación - como la de hoy- en nuevas técnicas: a la idolatría de la
tecnología, sucede la
idolatría de la ciencia social y de la psicología. Todo el mundo, explica,
desea hallar la paz mental, la
panacea para los males, en una buena adaptación individual, él
disentía: pensaba que la educación
superior no debería empeñarse en lograr buenos promedios de individuos bien
adaptados, sino en desarrollar
personalidades cuyas mentes y corazones siguieran vibrando después de la
adolescencia, no en la forma “idealista” propia de esos años, sino en una forma madura, crítica y cabal. Había que educar gente que se preguntara por ´problemas,
que no se satisficiera con soluciones
sencillas, ni con esos finales felices que se dan por anticipado. Gente que supiera
que no existen respuestas, y menos
aun soluciones anticipadas a muchas preguntas y problemas de la vida, que
no creyera en panaceas para los males de los individuos, de la sociedad y de la
humanidad. Nos propone en cambio, que en
pequeña escala, hagamos lo que hizo Sócrates:
examinar la vida imparcialmente y sopesar todas las alternativas, como él, conservar la juventud gracias a la curiosidad siempre insatisfecha.
Los
jóvenes afirma Hans Kohn, deberían abandonar la Universidad como personas
adultas, sin perder el tiempo en una infancia alargada en exceso, de 20 o 30
años y hasta 40, adornando nuestro lenguaje en una forma un
tanto ridícula (cualquier similitud con la realidad actual es mera
coincidencia). Tendrían, al menos, que abandonar
el colegio de artes liberales para entrar en la madurez, adquiriendo
una profunda comprensión y respeto, por los fines desinteresados del saber, por
las grandes obras de arte, por la conducta ejemplar de los hombres venerables.
Acusa
al fascismo y al comunismo de haber propagado una creciente confusión en mentes
y corazones ( aún perdura): los
intelectuales se han dejado dominar por el sentimiento de frustración que
expresa Frank Kafka, por el nihilismo que alienta a los héroes de la novela
“Contrapunto” de Aldous Huxley, por el temor al que Martin Heidegger considera la obsesión principal del hombre,
por la idealización del proletario militante y disciplinado como un robot
tecnológico, presentada por Ernst Jünger,
por la nausea de la que habla Sartre,
por la labor de Sísifo en la de Albert Camus ve un símbolo de la vida humana. Adelanta que el futuro va a ser difícil, que
habitamos un mundo inseguro y tal vez, no se podrá gozar de paz
espiritual. No obstante, se declara en
contra de las predicas y deseos moralistas, piensa que no darán seguridad al mundo. Esas generalidades dice, evitan
tocar problemas concretos que encierran todas las dificultades y a las que es
preciso hallar respuesta, aunque nos
cueste mucho esfuerzo. Solo será capaz de contribuir a esta tarea la juventud
universitaria, si, y solo si, comprende, hondamente, los valores de la civilización occidental y
de la sociedad libre, que la harán capaz
de enfrentarse, con valentía, a las realidades y problemas del futuro.
Hans
Kohn, ilustra con el tema del armamento: es cierto –como se dice- que no
hay seguridad en las armas, pero, agrega, que la historia nos muestra que tampoco
existe en el desarme. Por lo cual afirma,
que el pánico es mal consejero, como también la racionalización de la
esperanza; el pesimismo desmedido e infundado que prevé la destrucción de todo
ser viviente en esta tierra, es tan
perjudicial, como el optimismo desmedido
e infundado, que cree en la súbita
transformación del hombre colectivo, en
ejemplares de sabiduría y de bondad. Ambos, aclara, evitan que podamos pensar con claridad y obrar
oportunamente; los peligrosos tiempos
que se avecinan nos obligan a vivir en planos conscientes más elevados de los
que estamos acostumbrados; los
totalitarismos nos hicieron un servicio al hacernos conscientes de los peligro
de perder la libertad individual y los valores de la vida civilizada, no nos
fijamos en ellos, apenas los apreciamos, los damos por sentado, sin pensar que si nos faltan la vida no merece ese nombre. En tiempos
normales no le damos importancia a la libertad,
ni a la seguridad que en una sociedad libre, las leyes nos proporcionan, pero basta una situación que las haga peligrar
para valorarlas en su justa dimensión; tampoco notamos la falta de imaginación
artística de las sociedades cerradas,
donde las personas se deben resignar a la mediocridad de los gustos convencionales, como pasó en la URSS. Tenemos a favor del
progreso, recalca Kohn, la
interdependencia de la civilización. Es
cierto, no reneguemos de ella, si bien nos es imposible predecir el curso
futuro de la historia influidos por nuestros conocimientos, sí podemos como
explica Kohn, buscar lo que creemos mejor para el progreso, dando
real importancia a los valores que defiende la doctrina liberal..
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