La gran interna nacional
Diana Ferraro
Escritora


Todo parece cubierto por una densa niebla de confusión y desinformación.
A pocas semanas del cierre de listas continúa siendo casi imposible hacer predicciones sobre los candidatos que finalmente estarán en condiciones de competir por el premio mayor de la presidencia.
Es más fácil, quizá, darle la espalda a todos y mirar a quienes deben elegirlos y al grado de claridad que ya tienen sobre algunos temas.
Parece haber un consenso general acerca de la necesidad de aceptar las reglas institucionales, perfeccionando la calidad y competencia de quienes administran los diferentes estamentos del Estado.
Igualmente, se ve una creciente comprensión de que la inflación es provocada por la emisión, para cubrir el exceso de gasto público.
Se entiende cada vez más que no hay otro modo de cubrir el gasto estatal de la Nación, provincias y municipios que reducir y racionalizar el gasto y generar una mayor productividad privada para recaudar mejores impuestos.
Por lo tanto, los  candidatos con más chances de convencer al electorado serán los que expliquen esto con la mayor sencillez posible, con generosidad esclarecedora y sin insultos ni excesiva egolatría.
El electorado de menores recursos, tradicionalmente peronista, precisa en particular un discurso diferenciado.
Un discurso peronista, en el cual no perciban la menor dosis de ataque a todo aquello que en el peronismo es respetado y querido.
No se terminará con los habituales defectos de un peronismo hoy envejecido, sin renovación y con pésimos dirigentes, insultándolo, insistiendo permanentemente en algunos de los errores de su pasado. En especial, no respetándolo  y no reconociendo lealmente que se trató de un movimiento revolucionario para elevar a los trabajadores a la clase media, objetivo cumplido que hizo de la Argentina un país único en América Latina. 
El tradicional votante del peronismo debe hoy amigarse con la economía liberal, la única que le permitirá recuperar hoy una moneda digna y sustentable y recrear el clima de alta inversión y productividad que hoy perdió.
Si los liberales lo atacan, no lo convencerán de su razón económica.
Al votante peronista tradicional hay que recordarle que el estado chiquito que los líderes izquierdizados critican, fue el que permitió durante los años de Menem- Cavallo, suprimir la inflación y aumentar la productividad, liberando todas las trabas de comercio con el mundo.
Recordarle de paso que fue el gasto excesivo de las provincias lo que creó la posible quiebra de la Nación a fines de 2001 y obligó al temporario corralito. En particular, el gasto de la Provincia de Buenos Aires, con un Duhalde que quería ganar las elecciones de 1999 y oponerse a la economía liberal imperante.
Un Duhalde que perdió y que sin embargo fue presidente tras el golpe institucional a de la Rua, con la ayuda de Alfonsín y el sostén de los empresarios privados también endeudados en dólares a quienes, como a Duhalde, les convenía la trágica pesificación.
Esa pesificación ilegal que despojó a los ahorristas de sus legítimos dólares, esos que el temporario corralito había, sin embargo, legalmente respetado y que iba a seguir respetando, como la base necesaria del contrato liberal.
Los argentinos que hoy seguimos pagando el precio de aquel terrible error.
Lo correcto hubiera sido eliminar el cambio fijo de un dólar/un peso, mantener la misma convertibilidad pero flotante, y seguir respetando los depósitos y contratos en dólares.
Se hubiera podido tomar deuda para hacer frente a la quiebra temporaria, liberar el corralito y con la mayor productividad, originada en el definitivo respeto a las reglas y contratos, se la hubiera saldado sin problemas.
Muy posiblemente, los términos de intercambio entre peso y dólar hubiesen vuelto muy cerca de su lugar de partida, ese hoy denostado y mal comprendido uno a uno.
Más tarde o más temprano, además, se hubiese podido modificar lo que aún hoy sigue pendiente, invirtiendo el esquema centralista hoy vigente y permitiendo que las provincias recauden sus propios recursos y aporten a la Nación, haciéndose responsables de su propio presupuesto, y asegurando, por fin, un auténtico federalismo.
El votante peronista todavía no tiene el relato completo y verdadero de su propia historia.
Menos aún los jóvenes que no vivieron el éxito de los 90, los que solo escucharon hablar mal de la convertibilidad y los 90, los que se ilusionaron después con Kirchner para quedar desconcertados y sin una auténtica conducción después del fracaso del cristinismo, reiterado hoy, los que no terminan de comprender en qué se equivocó Macri.
¿Quiénes son los líderes, liberales o peronistas, que puedan hacerse cargo de la verdad de la historia reciente? La verdad es tan peronista como liberal. Negar a uno es negar al otro.
Y negar el vendaval de realidad que descorrería por fin la niebla de la confusión y de la desinformación si se reclamase, otra vez, la imprescindible unión de los opuestos.
Muchos dirigentes peronistas, notablemente la principal de ellos, la actual vicepresidenta, continúan confundidos y confundiendo a la vez que intencionadamente desinformando.
Muchos dirigentes liberales no pierden ocasión de atacar al peronismo y a los peronistas en la vana intención de eliminarlos para siempre de toda competencia.
Unos pocos, muy pocos, defienden al peronismo y al liberalismo a la vez.
¿Quiénes serán hoy aquellos que como Menem y Cavallo en su momento, comprendieron que la Argentina precisa los dos motores funcionando al unísono para no caer al abismo?
Bien explicado, es fácil de entender. 
Y, por lo tanto, explicarlo hará más fácil convocar a esa inmensa mayoría expectante y huérfana de liderazgo que espera que la verdad emerja por fin de la niebla.
 

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