Democracia, socialismo y capitalismo
Armando Ribas
Abogado, profesor de Filosofía Política, periodista, escritor e investigador. Nació en Cuba en 1932, y se graduó en Derecho en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, en La Habana. En 1960 obtuvo un master en Derecho Comparado en la Southern Methodist University en Dallas, Texas. Llegó a la Argentina en 1960. Se entusiasmó al encontrar un país de habla hispana que, gracias a la Constitución de 1853, en medio siglo se había convertido en el octavo país del mundo.


En un reciente artículo The Economist se preguntó ¿Qué está mal en la democracia? Y en el mismo destaca la diferencia entre el fracaso de las actuales democracias y el aparente éxito del sistema chino. Al respecto cita a Larry Summer quien dijera: “Cuando Estados Unidos crecía más rápido duplicaba su ingreso cada treinta años, en tanto que la China lo ha hecho cada diez años, en los últimos treinta años”. Estas preguntas tienen dos respuestas diferentes. En el caso de una de ellas es el producto de una confusión semántica respecto a la democracia. Y en el segundo caso es el producto de ignorar una realidad técnica, que es el desarrollo una vez que se conoce la tecnología que  produce el desarrollo y no hay que crearla.
Ahora bien lo que sí es cierto es que el sistema político es determinante de si se crece o no se crece, cualquiera que fuese la circunstancia. Por ello podemos saber que el crecimiento en el mundo comenzó tan solo hace unos doscientos años, o sea cuando comenzó el llamado sistema capitalista, descalificado por Marx hasta nuestros días por sus descendientes socialistas en nombre de la falacia de la igualdad. Como bien dijera Tocqueville: “Tanto son más fuertes los vicios del sistema, que la virtud de los que lo practican”.
Entonces lo que queda por definir es el sistema que determinara la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Y ese sistema que se iniciara en Inglaterra a partir de 1688 con la Glorious Revolution, fue llevado a sus últimas consecuencias en los Estados Unidos con la Constitución de 1787. Es curioso que todo el mundo pareciera conocer la llamada revolución industrial que tuviera lugar en Inglaterra, en tanto que se ignora la causa de la misma que fuera el cambio del sistema político. Y tengamos igualmente en cuenta que fue Argentina el tercer país que lo pusiera en práctica a partir de la Constitución de 1853.
Debo insistir entonces que el denominado sistema capitalista no es económico, sino ético político, y no depende de la cultura. Si así hubiera sido los Estados Unidos no existirían, pues los pilgrims no habrían abandonado Inglaterra. País en el que no había libertad, y la denominada “Court of the High Commission”  cumplía en aquel tiempo las funciones de la Inquisición en Roma. Asimismo debemos tomar en cuenta como bien lo señalara Catherine Drinker Bowen en su “ Miracle at Philadelphia” que los americanos enfrentaron grandes dificultades para aprobar la Constitución de 1787. Cita a Adams quien dijera: “Le tengo más miedo a las posibilidades de gobernarnos nosotros mismos, que a todas las flotas extranjeras del mundo”. Y no menos importante es el hecho de la historia argentina. ¿Cuál era la cultura de un país que en 1853 tenía un 80% de analfabetos y vivía en la Edad Media?
Si fuese la cultura la determinante del desarrollo no habría esperanzas de lograrlo. Como bien dijera David Hume, y perdónenme por las citas, pero las ideas que defiendo no las inventé yo, sino que las aprendí del pasado en el cual se produjeron: “La naturaleza humana es inmutable, si queremos cambiar los comportamientos, debemos cambiar las circunstancias”. Y habla de la naturaleza humana como concepto universal, no de un país o raza en particular. Lo que cambiara definitivamente las circunstancias fue el sistema ético, político y jurídico que se iniciara en Estados Unidos por la Constitución de 1787. Lamentablemente hoy todo parece indicar que ese sistema está confundido con la democracia mayoritaria, y que fuera descartado como tal por los Padres Fundadores. Por ello Hamilton escribió en la carta 1 del Federalista: “Una peligrosa ambición más a menudo se esconde detrás de la especiosa máscara de los derechos del pueblo”.
El sistema parte de un concepto fundamental que es reconocer al hombre tal cual es, y no pretender que fuera como supuestamente debiera ser y así crear un ‘hombre nuevo’. Por esa razón se estableció que las mayorías no tenían el derecho a violar los derechos de las minorías. Y en este aspecto ‘The Economist’ parece sorprenderse de que la China sin democracia crece, en tanto que la Unión Europea en democracia no crece y está en crisis. Tanto así que ya debemos saber que los países que la integran no tienen posibilidad de pagar la deuda que crece cada año. Así se pretende crear inflación a fin de pagarla en términos nominales. Asimismo podemos ver que Rusia crece a la tasa del 3% en tanto que la Unión Europea está estancada. Por tanto me atrevo a creer que no es tan absurdo que Crimea haya preferido pertenecer a Rusia y no a la Unión europea.
Si bien no soy un admirador de Nieztche, debo reconocer que él fue quien dijo que la democracia y el socialismo eran lo mismo. Y yo en la actualidad me inclino por esa teoría, pues es indudable que el socialismo es la denominación dada por el Iluminismo a la demagogia. Esta fue claramente definida por Aristóteles hace más de 2.500 años y así dijo: “Los principios democráticos conducen derechamente a la injusticia; porque la mayoría soberana a causa del número se repartirá bien pronto los bienes de los ricos”.  Evidentemente en la actualidad en nombre de la igualdad se aumenta el gasto público a niveles insostenibles, que de hecho son una violación del derecho de propiedad.
Cuando ‘The Economist’ se refiere al aparente fracaso de la democracia en la actualidad, creo debemos tener en cuenta que ya Hitler y Mussolini eran populares en sus respectivas naciones. Hoy el problema no es la democracia, sino el fracaso del socialismo que no es más que la demagogia implícita en la búsqueda de la igualdad y de los derechos del pueblo. Y ya debiéramos saber que cuando los derechos son del pueblo desaparecen los derechos individuales, que constituyen la garantía de la libertad. Y esa supuesta igualdad económica, genera la desigualdad política que implica el poder absoluto de los gobiernos que forman los estados. Cuando en nombre de los pobres se violan los derechos de propiedad, no se crea más riqueza, sino más pobres.
El sistema al que me he referido es el Rule of Law, que en castellano lo podemos asimilar al concepto de República. Ese sistema parte de principios fundamentales tales como el respeto por los derechos individuales -que no son los derechos humanos- los límites al poder político y la división de los poderes, las mayorías no tienen derecho violar los derechos de las minoría y por último pero más importante el rol fundamental del poder judicial para decir qué es la ley de acuerdo los principios que reconoce la Constitución. Aun Kant reconoció la diferencia entre democracia y república y consideró que la democracia es el despotismo de las mayorías.
La China padeció el impacto directo del comunismo, que es supuestamente el socialismo bajo la dictadura del proletariado y por supuesto la eliminación de la propiedad privada. Parece ser un hecho manifiesto que en este momento no se respetan todos los derechos individuales, pero todo parece indicar que sí se respetan los derechos de propiedad. Ello explica que el 40% de la inversión extranjera va a la China y a ello se debe que crece a tasas del 8% y 9% por año, a pesar de o en virtud del poder autocrático que la gobierna. Por el contrario Europa desde la democracia está paralizada y en crisis.
El caso de América Latina es un tanto diferente al europeo, y no obstante los muchos desaciertos políticos que enfrentan algunos países, se ha reconocido la necesidad de respetar los derechos de propiedad tales como son los casos de Chile, Perú, Colombia y  Panamá, que continúan creciendo. Otros casos cuyo ejemplo fulminante es Venezuela que se empobrece en el medio de la abundancia que significan los precios del petróleo. De Cuba ni hablemos pues es el ejemplo por antonomasia de cómo el comunismo destruye la riqueza, de la que solo disfrutan los miembros de la nueva clase: los gobernantes. Otros países como Brasil parecen enfrentar una disyuntiva filosófica y su crecimiento se ha detenido en medio de la democracia. Pero diría que impera el cinismo universal que pretende ignorar la falta de libertad en Cuba. Y la última reunión del CELAC fue una prueba manifiesta a la que se une la decisión de la Unión Europea de dialogar con los Castro.
 
 

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