Semblanza Personal de Romulo Betancourt
Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos Kleiber).


El recién publicado libro “Mi abuelo Rómulo” de Claudia González Gamboa y Álvaro Pérez Betancourt ofrece una semblanza personal de uno de los grandes demócratas latinoamericanos

A D. Jaime Romagosa S., optimista estudioso de la realidad venezolana

Álvaro Pérez Betancourt, nieto del político venezolano Rómulo Betancourt, acaba de publicar en coautoría con Claudia González el libro Mi abuelo Rómulo (Caracas: Editorial Libros Marcados,  noviembre de 2013). En medio de esta nueva hora aciaga que vive Venezuela, es oportuno recordar la dimensión personal de un estadista que enfrentó las dos terribles dictaduras del siglo XX venezolano: la de Juan Vicente Gómez y la de Marcos Pérez Jiménez. El proyecto vital de Betancourt fue fundar la democracia en Venezuela e incorporar para tal propósito la industria petrolera, enclave de transnacionales foráneas hasta 1958. Para alcanzar este objetivo, padeció desde su juventud persecución y exilio, sin perder por ello su perseverancia inquebrantable en esta causa. 
Mi abuelo Rómulo dista de ser un texto apologético. Es un documento histórico formidable, ya que publica numerosas cartas del archivo familiar Betancourt y entrevista a varios personajes que compartieron su vida política y personal – incluyendo guardaespaldas-.  Este maravilloso libro revela que Betancourt no perdió su humanidad desde el poder y que el poder más bien ennobleció sus miras y carácter. Venezuela, bajo la transmutación de valores que vive, ha incorporado un discurso donde se sataniza a uno de los grandes estadistas venezolanos, mientras se enaltece a Hugo Chávez que entregó a Venezuela al yugo comunista cubano y la barbarie final. El texto de González y Pérez Betancourt muestra cómo los grandes logros políticos de un estadista demandan un gran sustrato personal, indudablemente ausente en los matones que desde hace más de una década gobiernan Venezuela. 
No obstante, el libro para nada emite juicio sobre la realidad venezolana actual. Así que dejando de lado mis propios quejidos de actualidad, este artículo ofrecerá una breve nota biográfica de Betancourt (al menos una generación venezolana lo desconoce o lo evocan desde la educación chavista) y luego la reseña del libro.  

Perfil Biográfico

El Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar (Segunda Edición, 1997) incorpora como entrada para Rómulo Betancourt un artículo que hizo su Secretario (y ex presidente) Ramón J. Velázquez.

El nombre completo de Betancourt fue Rómulo Ernesto Betancourt Bello. Su periplo vital ocurrió entre el 22 de febrero de 1908 (Guatire, Venezuela) y el 28 de septiembre de 1991 (Nueva York). Fue hijo de un inmigrante canario, Luis Betancourt y su madre se llamó Virginia Bello. Betancourt eligió el nombre de su madre para la única hija que tuvo, quien fue impulsora del Banco del Libro y madre del autor de Mi abuelo Rómulo. En 1919 su familia se trasladó a Caracas  y en 1926 Betancourt inició estudios jurídicos en la Universidad Central de Venezuela. Entre el 6 y el 12 de febrero de 1928 la Federación de Estudiantes de Venezuela organizó la Semana del Estudiante para recaudar fondos y los actos se constituyeron en una protesta contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, que se extendió entre 1909 y 1936. 
Los líderes del movimiento incluyeron a Betancourt, Jóvito Villalba, Raúl Leoni, Miguel Acosta Saignes y otros personajes notables del siglo XX venezolano. Un breve presidio estudiantil transmitió el mensaje oficial de que se trataba de una agitación de muchachos, hasta que el 7 de abril de 1928 un grupo de militares, en complicidad con los estudiantes, se apoderó del cuartel de Miraflores. La iniciativa fue reprimida y Betancourt huyo al exilio. Pasó a Curazao y luego se estableció en Costa Rica. Mantuvo actividad en Colombia y en 1931 publicó el Plan de Barranquilla, de cuño marxista y al mismo tiempo fundó la Alianza Revolucionaria de Izquierdas (ARDI). 
En Costa Rica conoció a la maestra Carmen Valverde, quien se convertiría en su primera esposa (madre de Virginia). En 1935 se expulsa a Betancourt de Costa Rica. Fortuitamente es el mismo año en que muere Gómez y Betancourt regresa a Venezuela. Funda el Movimiento de Organización Venezolana (ORVE), el cual es ilegalizado por el Gobierno de Eleazar López Contreras y en marzo de 1937 se ordena la expulsión de Betancourt de Venezuela. Se mantiene clandestino hasta octubre de 1939, cuando es capturado (por el célebre y siniestro policía Pedro Estada), optando por exiliarse en Chile, donde entabló amistad con Oscar Schanke y Salvador Allende. 
Hacia 1939 ya ha abandonado el enfoque marxista de la realidad venezolana. Publica en 1940 una compilación de trabajos periodísticos, Problemas Venezolanos. Ese mismo año regresa a su patria y recibe un mejor tratamiento bajo la administración de Isaías Medina Angarita, quien legalizó el 13 de septiembre de 1941 el partido Acción Democrática, liderado por Betancourt como nueva plataforma política. Betancourt no retribuyó del todo esta medida y el 18 de octubre de 1945 encabezó un golpe cívico-militar, ante la iniciativa de López Contreras de postularse nuevamente como Presidente (tras la enfermedad mental de Diógenes Escalante, candidato de consenso entre el Gobierno y AD). Se funda una Junta de Gobierno presidida por Betancourt, la cual estuvo en actuación entre la fecha del golpe y febrero de 1948, cuando asume la Presidencia, en las primeras elecciones democráticas venezolanas, el célebre escritor Rómulo Gallegos. 

Velázquez señala lo siguiente sobre la actuación de la Junta: “Durante los años de su presidencia, Betancourt hubo de enfrentar y dominar varios alzamientos militares y manejarse dentro de un ambiente de conspiraciones y ataques cada vez más violentos. Durante su gestión, estableció las bases de un nuevo trato con las compañías petroleras, una política de reforma agraria y de desarrollo industrial que marcaría el comienzo de una nueva etapa de la economía venezolana.” (p. 430)  Gallegos fue derrocado el 24 de noviembre de 1948 y Betancourt se asiló en la Embajada de Colombia, saliendo en 1949 hacia Cuba en su tercer exilio. Allí intentaron asesinarle con una jeringa llena de veneno de cobra.  Se radicó luego en Puerto Rico. 

En 1956, la prestigiosa editorial mexicana Fondo de Cultura Económica publicó su libro fundamental, Venezuela: política y petróleo. Tras la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, Betancourt regresó al país el 9 de febrero, reorganizó Acción Democrática (varios de cuyos líderes habían sido asesinados al permanecer resistiendo en el país) y fue electo Presidente el 7 de diciembre de 1958. 

Velázquez señala: “Corresponde al presidente Betancourt asumir la responsabilidad de la jefatura del Estado en uno de los períodos más difíciles de la vida del país, por tener que presidir la transición al régimen democrático en un momento en que una crisis fiscal y económica ocasionaban graves dificultades a la administración: huelgas, continuas protestas y manifestaciones callejeras, al mismo tiempo que se repetían los brotes conspirativos de los grupos partidarios del régimen derrocado. Por otra parte, desde mediados de 1960 hubo de enfrentar su gobierno el estallido de una conspiración fidelista-comunista estimulada y financiada desde el exterior y que iba a tener sus manifestaciones principales en las guerrillas urbana y campesina. El 24 de junio de 1960, es víctima de un atentado en la avenida Los Próceres de Caracas, en el cual resulta quemado y malherido, lo cual no le impide continuar gobernando.” (p. 431)  

En el Diccionario de Política Latinoamericana del Siglo XX  de Ricardo Nudelman (Editorial Océano de México, 2001), se comenta sobre este mandato: “Gracias a que los partidos políticos habían acordado y firmado el Pacto de Punto Fijo, la estabilidad política estaba garantizada. La baja transitoria del precio internacional del petróleo permitió un proceso de sustitución de importaciones destinado a dinamizar el sector industrial y financiero, impulsando a la vez una reforma agraria con satisfactorias indemnizaciones para los expropiados. Generando un amplio apoyo popular para su gobierno y sus reformas, pudo controlar tanto los brotes guerrilleros que aparecieron durante su mandato, como los intentos golpistas de militares descontentos.” (p. 50)

En 1963 y aún bajo amenazas del movimiento guerrillero Frente de Liberación Nacional (FLN), se realizaron comicios democráticos y por primera vez en Venezuela un Presidente electo democráticamente transmitió el mando a otro político elegido mediante sufragio popular. Raúl Leoni, también de Acción Democrática, fue el nuevo Presidente.

Betancourt viajó a EEUU en abril de 1964  y se trasladó a Europa, residenciándose en la ciudad suiza de Berna. Se divorció de su primera esposa (quien fallecería en 1977) y se casó con otra militante de Acción Democrática, Renée Hartman Viso. En 1972 regresó a Venezuela y negó planes para postularse a la Presidencia (tras transcurrir el lapso de 10 años entonces establecido para reelegirse). Velázquez señala: “En la etapa 1974-1981, uno de los mayores empeños de Rómulo Betancourt fue la lucha contra la corrupción administrativa.” (p. 431)  La editorial española Seix Barral publicó en 1978 una nueva edición de Venezuela, política y petróleo. Durante un descanso neoyorquino, Betancourt falleció víctima de un derrame cerebral. 

Mi abuelo Rómulo

Uno de los aportes más relevantes de esta semblanza personal, es una Cronología incorporada como anexo, donde se sigue con gran detalle el tránsito biográfico de Betancourt. Leyéndola con merecido entusiasmo, se olvidan un par de errores de imprenta que la empañan, respecto al año de los hechos (el más flagrante es colocar en la pág. 218 bajo el año “1964” una entrevista con J.F. Kennedy, asesinado el año anterior).  Los acontecimientos del Gobierno ejercido entre 1959 y 1964 son escalofriantes. El 11 de noviembre de 1961 Venezuela rompió con Cuba comunista, desde donde Fidel Castro promovía la insurrección armada (Hoy Castro y su hermano Raúl son los presidentes de facto de Venezuela, subyugada por el comunismo). Ocurrieron insurrecciones armadas importantes en 1962, en espacio de apenas un trimestre: “El Carupanazo” y el alzamiento de la Base Naval de Puerto Cabello, “El Porteñazo”, demostrando la infiltración del comunismo entre los jóvenes militares venezolanos.  No obstante, lo más admirable es que Betancourt mantenía el empeño por dar una sensación de confianza en la normalidad institucional, participando en inauguraciones de importantes obras a pocos días de estas revueltas.  Todas estas obras de infraestructura se hicieron bajo tal mandato: La Represa del Guri, los Parques del Este, Arístides Rojas y del Oeste en Caracas, el Puente sobre el Lago d Maracaibo, el Puente Colgante sobre el Río Orinoco, la represa de Las Majaguas, el Acueducto Submarino de Margarita y la planta siderúrgica de Matanzas.  
No menos importante es recordar que el 23 de enero de 1961 se promulgó la Constitución Venezolana que estuvo vigente hasta la llegada del Chavismo. 
Los autores de Mi abuelo Rómulo recuerdan el escenario bajo el cual se lograron estos resultados: “Fueron 22 intentonas de golpe de estado las que enfrentó Rómulo Betancourt durante su período constitucional.” (p. 129)
Este libro nos recuerda que para Betancourt: “Sus grandes enemigos históricos fueron el militarismo y el comunismo.” (p. 172)  Su experimento democrático tenía por igual el odio del comunismo cubano que de los dictadores de derecha. El atentado de 1960 fue organizado por uno de ellos, el dominicano Rafael Leónidas Trujillo (personaje central en la gran novela La Fiesta del Chivo del nobel Mario Vargas Llosa).  Si algo sorprende en la obra es el recuento de los hechos por el mismo Betancourt y comprobar el carácter que tiene un gran estadista. En medio de la explosión de su vehículo, organizó el rescate de los militares que le acompañaban, ordenó detener los disparos de sus escoltas, solicitó lo trasladaran al cercano Hospital Universitario y se dirigió al país en menos de veinticuatro horas. Sobre ese intento de magnicidio en Venezuela ha corrido por años un chiste malo, donde se dice que Betancourt había dicho en una alocución anterior que “se le quemasen las manos si había robado del erario” y en el atentado se le quemaron. Estas consejas olvidan que Betancourt no sólo quedó con las manos hechas jirones y con quemaduras permanentes, sino que se le desprendió una retina y perdió parcialmente la audición de un oído, secuelas que le seguirían molestando toda la vida. Su velocidad de reacción, el tomar el control en medio de tal caos (exigiendo no se le dopase y se le mantuviese consciente), son ejemplos de reciedumbre ausentes en los políticos venezolanos actuales. Toda esta ejecución provenía de su cálculo como estadista: “Yo estaba preparado psicológicamente para un atentado” (p. 19), declaró. 

Un valioso señalamiento de Betancourt cuando asumió esta turbulenta Presidencia fue el siguiente: “Demostraré cómo son conciliables el respeto a las libertades públicas (…) con un orden basado en la Ley.” (p. 211).  Un político y académico venezolano recientemente fallecido, Simón Alberto Consalvi (quien lamentablemente fue ministro de Jaime Lusinchi, un vil mandatario venezolano) hizo en la obra una acertada apreciación de Betancourt, destacando: “Su apertura a la probabilidad y la alternabilidad democrática” (p. 135) y comentando un avance importante durante su  gestión, todavía ausente en naciones como Colombia: “Sin la Reforma Agraria, el campo, los campesinos, no habrían respaldado al Gobierno y no se hubiera frustrado la guerrilla.” (p. 135)

Desde su entrevista personal con Fidel Castro, Betancourt anticipó los peligros de su movimiento para la democracia y la libertad latinoamericanas. Citando a Luis José Oropeza, entrevistado en Mi abuelo Rómulo: “Se dio cuenta de lo que significaban el comunismo y Fidel Castro para América Latina y mientras todo el mundo estaba extasiado frente a Castro, Rómulo se paró firme en su posición. Sabía lo peligroso que resultaría para nosotros y ahora, cuando han pasado todos esos años (desde 1959), se ve que tenía razón.” (p. 149)  

La obra tiene muchas vetas de análisis. Incluye maravillosas cartas familiares. En ellas una de las inquietudes de Betancourt es “Preocupa lo poco que se lee en Venezuela” (p. 30), preocupación que movió a su hija Virginia a promover el indispensable Banco del Libro para los niños y adolescentes. 

La pasión intelectual movió a Betancourt. En su exilio pudo sobrevivir pecuniariamente con sus publicaciones y ellas siguieron siendo su sostén como ex presidente, mediante derechos de autor. La pasión por la literatura y el cine fue permanente durante toda su vida. Su propósito inicial fue ser escritor, para luego abandonarlo por la actividad política, en medio de la cual siguió siempre escribiendo y publicando, incluyendo sus discursos presidenciales. Sorprende la ausencia de estas inquietudes en los políticos venezolanos actuales, tanto en el Gobierno como en la Oposición. A diferencia de mandatarios que optan por el consumo conspicuo, el gasto de Betancourt se concentró en estos placeres y otro importante, la gastronomía, con Venezuela como eje (el denominó acertadamente a la hallaca como “multisápida”, ya que incluye los sabores salado, dulce, amargo y ácido – y vaya uno a saber si hasta tiene este sabor nuevo, el humami). Vale citar nuevamente la obra: “Pocos líderes políticos han tenido en nuestro país la pasión intelectual que caracterizó a Rómulo Betancourt. Esa pasión le permitió también conocer de manera tan extraordinaria la esencia y las características del venezolano. Sus innumerables libros testimonian ese desvelo por desentrañar, comprender y formular soluciones cónsonas y adecuadas para un país determinado y para un tiempo determinado. Escapó a las tentaciones de la ficción para echar raíces profundas en la realidad y lograr su modificación.” (p. 36)  El ensayo fue el género desde el cual proyectó su pensamiento y estudio de los problemas venezolanos. 

El problema petrolero, central en el rentismo venezolano, le atrajo desde temprano. En una declaración contenida en la obra señala: “Yo que venía estudiando petróleo desde el año 1928.” (p. 96)  El compañero en esta lucha, ganado a la causa petrolera por Betancourt desde 1943, fue Juan Pablo Pérez Alfonzo (1903-1979). Este personaje hizo en su gestión pública cosas tan necesarias e ingeniosas como un mapa con los huecos de Caracas en 1943 (señalado en la pág. 98 del libro) – seguramente ni las mejores técnicas de topología consigan hacer un ejercicio semejante hoy día en Caracas, o Bogotá, para vergüenza de sus gobiernos citadinos).  Pérez Alfonzo fue catedrático de Derecho Civil y estudiaba el problema de los servicios públicos, cuando Betancourt le pidió colaborar en un texto objetando en marzo de 1943 la Ley de Hidrocarburos que aprobó Medina Angarita. Pérez Alfonzo impulsaría la creación de la OPEP en 1960. Indudablemente Betancourt y él captaron el problema y posibilidades de la renta petrolera.  No obstante, las soluciones que adoptaron, como catalizar la nacionalización de la industria y los acuerdos nacionales entre exportadores petroleros se han probado erróneos con el tiempo. La OPEP no ha logrado sino funcionar como un oligopolio culpable de la recesión mundial en 1973 y nacionalizar la industria petrolera venezolana en 1976 simplemente disparó la corrupción administrativa venezolana, contra la cual emprendió batalla Betancourt en sus años postreros. 

Una de sus consignas fue “Nuestro esfuerzo por la creación de un país transitable y habitable.” (p. 87) Ciertamente su inquietud como estadista fue hacer de las ciudades venezolanas lugares amables con el ciudadano y generar una infraestructura vial que permitiese al venezolano integrarse con todas las regiones de su patria. No le apostó al tren, lo cual seguramente hubiese sido un acierto. Lamentablemente, su concepto de urbanismo se disolvió en una Venezuela donde la demagogia asistió impávida al crecimiento de precarias viviendas en los cinturones de pobreza venezolanos, los ranchos, desde donde hoy tienen importante cuartel los chavistas, catalizando la frustración que por décadas acumularon los habitantes de estas sufridas zonas, con severas carencias en servicios públicos. 

Su compañero de partido Octavio Lepage (también funcionario de Lusinchi) declara en la obra que una vez interrogó a Betancourt sobre la virtud más importante de un político y el estadista le respondió: “La perseverancia. Por encima de cualquier otra cosa, aferrarse a un objetivo y luchar sin descanso hasta alcanzarlo.” (p. 137) La historia de Betancourt, llena de persecución, exilio, volatilidad y sacrificios ofrece un mensaje alentador para quienes hoy día quieren erradicar la dictadura comunista venezolana y acabar la guerra civil que asola a Venezuela desde el 12 de febrero de 2014, a casi 100 años de la Semana del Estudiante que tuvo como protagonista a Betancourt.

Fue un hombre apasionado, vehemente y astuto. Supo atemperar estos rasgos bajo su gestión como hombre de Estado. Enrique Tejera París lo considera en la obra como “absolutamente «calculado» en sus expresiones públicas, como debe ser un estadista.” (p. 32)  Alicia Freilich lo considera como un “iracundo bajo control.” (p. 147)

La obra tiene gran mérito, porque Betancourt murió antes de consignar sus memorias, proyecto que adelantaba y del cual un anticipo fue la obra Multimagen de Rómulo, cuya elaboración es comentada en Mi abuelo Rómulo.

Betancourt no sacó de esa vida política beneficios materiales y se sostuvo esencialmente con derechos de autor y su salario como Presidente, Congresista y Diplomático. La casa en que se estableció en Caracas en sus años finales fue regalada por suscripción entre los militantes adecos. Le dio el nombre de un río de su Guatire natal, Pacairigua y sorprende el poder de este río y esta ciudad cercana a Caracas, que debo recordar también es evocada en la bella suite instrumental Santa Cruz de Pacairigua, de Evencio Castellanos (1915-1984)

En la misma tónica musical, algo que me ha hecho especialmente feliz es el comentario en la obra sobre la amistad que durante el exilio portorriqueño unió a Betancourt con el gran chelista catalán Pau Casals (1876-1973), a quien invitó a Venezuela  durante su mandato.

En la obra se perciben los rigores y pesares en esa vida de activismo político. La obra comenta: “Su familia era muy pequeña, una sola hija, cuatro nietos, un yerno y sólo tuvo dos hermanos.” (p. 110)  Amó a sus padres y cuando Guatire le donó su casa natal, pidió se transformase en Biblioteca con el nombre de ellos. Una de sus declaraciones más sentidas fue esta: “Eso de ser político tiene, entre sus aspecto más negativos, el de no poder mantener a lo largo de los años vinculaciones afectivas profundas.” (p. 94) Las diferencias políticas, especialmente con los militantes adecos que optaron por la solución marxista-leninista, condujeron a dolorosas rupturas personales. 

Este libro de Claudia González y Álvaro Pérez Betancourt muestra un rostro amable de la venezolanidad y sus líderes que se ha diluido en estos tiempos tenebrosos. La pregunta ineludible es qué falló, qué condujo de Betancourt a Chávez-Maduro. Es una cuestión para hacer un tratado. Supongo un problema fue el propio Acción Democrática, tan querido como logro por Betancourt y donde se aprecia una devaluación de los acompañantes que eligió el estadista. Los primeros tiempos de AD tienen a Gallegos, Leoni y Pérez Alfonzo; luego se suman elementos como Gonzalo Barrios y Carlos Andrés Pérez, estando especialmente este último ajeno a las inquietudes intelectuales y la probidad administrativa de Betancourt, causando en su primer gobierno terribles daños y no en vano sigue siendo sospechoso de asesinar a Renny Ottolina.  Adicionalmente, la solución petrolera estatalista, si bien estuvo llena de nacionalismo y buenas intenciones, desconsideró los incentivos económicos que promovía: corrupción, ausencia de “checks and balances” y generación de un Estado dentro del Estado en la petrolera PDVSA. Chávez optó por “matar una mosca con un bazuca” en esta materia. Finalmente, Betancourt quizás haya debido seguir ejerciendo un control activo en la política venezolana tras 1963: sus grandes planes quedaron diluidos en los mandatos siguientes y si bien su vocación de alternabilidad democrática guió su retiro del poder, ciertamente sobreestimó la vocación democrática en sus sucesores y su propio pueblo. Si Betancourt hubiese tenido otra Presidencia después de 1963, habría contado con poder efectivo para revertir varios problemas.

Mi abuelo Rómulo es un texto feliz y necesario para todo venezolano del Siglo XXI, de la inclinación política que sea (¿Acaso no fue Betancourt marxista en su juventud?). Como cierre, especialmente para los que padecemos en el exilio la continua humillación de nuestro sufrido gentilicio venezolano por los locales, nos queda esta maravillosa frase del estadista, incluida en la obra:

“Qué agarradora y fuerte es Venezuela. Haber nacido en ella es un compromiso; desarraigarse de ella es imposible. Eso lo siento yo en forma premiosa.” (p. 71) 

 

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