Quince años sin peronismo
Diana Ferraro
Escritora


La inmensa falta de calidad de la mayoría de los dirigentes argentinos tiene un origen, y éste es la falta de competencia desde la misma base partidaria. Los dirigentes que en los últimos quince años han actuado en nombre del peronismo no han sido el producto de un partido institucionalizado con un padrón de afiliados actualizados y activos sino el producto de componendas de cúpulas sin elecciones internas y con un partido paralizado con la complicidad de la Justicia Electoral.

De los muchos puntos de vista con que argentinos y extranjeros observan el peronismo, hay uno poco utilizado: el que se planta en primer término frente a esa realidad institucional del partido político que históricamente representa al peronismo, el Partido Justicialista. Si con honestidad intelectual se aceptara que es esta falta de institucionalidad la que ha sometido al país a una seguidilla de incompetentes presidentes, desde el Duhalde llegado por un golpe institucional a los dos Kirchner con sus sucesivos mandatos, se vería que lo que habitualmente en la última década se atribuye a un defecto original e imperdonable del peronismo—el abuso de poder, el estatismo y el ataque al libre mercado y a la actividad y libertad privadas—debería atribuirse a los fragmentos de una dirigencia congelada en un peronismo ortodoxo, cuando no izquierdista que ha pretendido, ante propios y ajenos, pasar por un todo. Un todo que nunca fue tal, ya que nunca fue generado desde las bases, como corresponde en un sistema democrático, por esa misma parálisis institucional partidaria.

Para los no peronistas, esto podría representar una cierta ventaja en tanto destruye de algún modo a un movimiento tradicionalmente mayoritario, dejándolo sin representación auténtica, pero con la contrapartida de que quita de una competencia genuina a esa misma mayoría, obligada a consentir primero y eventualmente traicionar los apoyos circunstanciales que pudiese dar a otros partidos. Es decir, la falta de institucionalidad del Partido Justicialista ofrece a la oposición sólo ventajas transitorias, que durarán exclusivamente mientras esa oposición sea cómplice activa de la inacción judicial frente a toda cooptación y parálisis de aquel partido, o sea cómplice de la misma mentira por la cual los votantes terminarán rechazándolos, hartos de tanta hipocresía y desgastados por la desilusión de no ser nunca cabalmente representados.

Por otra parte, la total destrucción del sistema de partidos políticos a partir del golpe institucional duhaldo-alfonsinista al radical Fernando de la Rua a fines de 2001 ha mal acostumbrado a analistas y observadores a los fragmentos de esa ruptura como si la actividad política desplegada por cada uno de estos fragmentos indicase un automático nivel de representatividad. Las primarias simultáneas y obligatorias han contribuido a esa ilusión de representatividad democrática, sin advertir la anomalía de partidos desestructurados, sin padrón actualizado y con la consiguiente ausencia de participación de los afiliados en la primera selección de cada partido. La proliferación de pequeños partidos en las elecciones provinciales y municipales suma además una nueva consecuencia negativa a la ya cuestionable representatividad.

Por lo tanto, antes de opinar sobre el peronismo conviene reformular el problema de base: los peronistas deficientes, corruptos o incapaces de los últimos quince años han sido elegidos en primer término por ellos mismos después de haber destrozado y usurpado el Partido Justicialista con la complicidad de la Justicia electoral. Que luego hayan sido convalidados por los ciudadanos con un voto poco militante y menos convencido en aras de asegurar poder a quien se percibía con más peso y, por lo tanto, con más chances de estabilidad, no hace la elección más legítima sino aún más patética y mentirosa. ¿Qué argentino en su sano juicio hubiera otorgado la presidencia, no una sino dos veces, a una mediocre senadora sin la menor experiencia de gestión—¡ni siquiera en una actividad privada menor, ya no en el Estado!—y totalmente dependiente de su marido? El electorado ha pasado de tolerar una dictadura militar a tolerar una dictadura sin partidos en pleno funcionamiento, como si el interregno de 1983 a 2002, con una democracia legítima y dos grandes partidos bien definidos, amén de otros partidos aspirantes, hubiera representado una ilusión y no la realidad política a la cual se debe aspirar y la que se debe exigir cuando alguien la distorsiona.

Que los argentinos estemos en 2014 en circunstancias trágicas, donde ya no sólo la moneda sino la vida no valen nada y donde todo es incierto, salvo el inmenso fracaso en que estamos inmersos, no tiene otra causa que la inexistencia, a partir de 2002, de un sólido sistema de partidos en el cual los dirigentes compitan con sus personalidades, antecedentes e ideas, y los afiliados primero y los ciudadanos independientes después vayan escuchando, filtrando y eligiendo a sus legítimos representantes. Si faltan ideas y programas en la política argentina, es porque falta esa primera energía de la participación y la competencia dentro de los mismos partidos y sus institutos y fundaciones de investigación afines. Refiriéndonos específicamente al peronismo, es totalmente estéril que el periodismo y la opinión pública arrastrada por éste, se dediquen hoy a debatir acerca de tal o cual candidato, cuando la zaranda realista del partido librado a sus propias energías y fuerzas internas—la de sus afiliados—está paralizada y desde hace quince años. Una o muchas encuestas no sustituyen ni el debate ni las internas partidarias: sólo reflejan más de la misma oscuridad y confusión en el público, condenado a apoyar tal o cual candidato por su cara o la imagen que vende a traves de los medios, apoyo irracional y suicida si los hay.

Si miramos al peronismo desde este punto de vista, entonces, podemos retroceder al año 1999—último año del peronismo institucionalizado y democrático—y volver a mirar las dos grandes líneas que competían en aquel momento, la del peronismo liberal expresado por Carlos Menem y la del peronismo anti-libre mercado y estatista de Eduardo Duhalde. Esas dos líneas son las que hoy continúan compitiendo en la realidad, pero no de modo racional y explícito, como deberían, para poder formar la opinión pública de afiliados, simpatizantes e independientes, ofreciendo por medio de auténticas internas partidarias la ocasión de debatir y aprender.

El candidato beneficiario de esta interna irresuelta es obviamente Mauricio Macri, quien hubiera tenido su lugar más genuino dentro de las internas de un Partido Justicialista institucionalizado como el candidato aspirante a liderar el peronismo liberal. Que hoy su discurso político sea un engendro que intenta justificar bajo el paraguas de “lo nuevo” políticas que pueden ser tan socialdemócratas-por lo tanto, básicamente pertenecientes al Partido Radical y aliados—como liberales para atraer a ese peronismo oscurecido por la reciente historia de los usurpadores del Partido Justicialista, no parece ser una gran ganancia para la salud política de la nación. La ganancia real estaría en rescatar del barro ese diamante olvidado: las ideas actualizadas que el peronismo institucionalizado de los años 90 ofreció a la Argentina, concretando su modernización. Un diamante que aún necesita pulir muchas de sus facetas, en especial las que se refieren al modernizado rol que los sindicatos, sociedades cooperativas y libres organizaciones del pueblo, deben jugar en una comunidad moderna, libre y abierta a la creatividad de todos. Sin un marco institucional, sin competencia y sin debate, el peronismo nunca podrá repensarse a sí mismo y seguiremos viendo dirigentes sin formación, improvisados, voluntaristas sin el adecuado profesionalismo y experiencia jugando en el escenario político con una camiseta robada y nunca honrada.

Como siempre, la realidad es la única verdad—lo haya dicho Aristóteles y repetido como mantra tanto Ayn Rand como Perón—y la verdad es que hace quince años que no tenemos peronismo en el gobierno, aunque creamos que sí, y que ese peronismo es lo peor que le pasó a la Argentina. Si estos quince años hubieran sido peronistas, esta última realidad sería también una verdad. Es sólo que no lo fueron, justamente.
 

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