La “enfermedad argentina”

Castor López Ramos
Político argentino. Ha sido diputado provincial de Santiago del Estero. Premio
a la Libertad 2007, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Existe un generalizado
consenso, sustentado en datos objetivos, que el país padece, desde mediados del
siglo pasado, una “enfermedad argentina”, cuyo síntoma más explícito es un
lento y escaso crecimiento crónico de largo plazo, con todas las derivaciones
negativas que de ello se desprenden: una intensa puja interna de la
distribución del ingreso, alto desempleo, elevada pobreza, etcétera.
Esta enfermedad, desde
hace poco más de una década, solo habría cambiado su formato, migrando desde el
anterior, muy volátil, “stop and go”, por sus sucesivos ciclos de caídas y de
posteriores recuperaciones o “rebotes” de corto plazo, por otro más reciente,
de estancamiento con creciente inflación, denominado “estanflación”.
Lamentablemente,
reconocer a la escasa productividad relativa de largo plazo de la economía,
como la causa estructural de la referida “enfermedad”, que provocó una
prolongada decadencia del país, ya en un sendero histórico dependiente, está
“cancelada” por la política argentina, o cuanto menos, muy relegada en su
agenda, salvo las siempre escasas y muy honrosas excepciones.
Elevar la productividad
significa buscar continuamente, y encontrar nuevas y mejores formas de emplear,
con mayor eficiencia, el capital humano disponible, especialmente en sus
conocimientos; el stock de capital físico, esto es el equipamiento, la
infraestructura y las continuas innovaciones tecnológicas asociadas a ella; y,
no menos relevante, la calidad del capital institucional, tanto público como
privado, en particular cultural y político.
El crecimiento económico
obviamente también responde a un simultáneo y continuo incremento de las
cuantías de los stocks de las dotaciones disponibles de los referidos 3
factores: los capitales humano, físico e institucional.
Pero, el muy disruptivo
cambio tecnológico global ocurrido durante las últimas décadas hizo que cobre
aún más importancia de la que ya tenía, la eficiencia y la organización con que
se coordinan a los referidos factores productivos.
Se trata de la denominada
productividad total de los factores (PTF), sustentada en un continuo cambio y
progreso tecnológico, que es muy relevante porque las ideas productivas y los
conocimientos tecnológicos innovadores del capital humano aún no presentan,
como los demás factores, rendimientos marginales decrecientes.
Normalmente, a medida que
se transita hacia estadios mayores de desarrollo, se reduce gradualmente la
eficiencia. Por ello, los países menos desarrollados pueden crecer a tasas
anuales mayores que los ya desarrollados, dirigiéndose hacia la eventualidad de
una convergencia. Pero, esto no está sucediendo aún con el progreso del
conocimiento tecnológico, abriendo así amplias posibilidades de alcanzar un
crecimiento económico sostenido en el largo plazo.
Claro está, que ello solo
podría ocurrir siempre y cuando se acepten, y se adopten, las fundamentales y
modernas ideas del progreso. Si estas no son aceptadas por la decisión
política, simplemente el muy frecuentemente declamado objetivo de desarrollo
sostenible de largo plazo no ocurrirá.
En este sentido, hay que
recordar el desempeño del Producto Bruto Interno (PBI) anual por habitante
depende de la evolución de la productividad por hora trabajada (depende del
incremento del stock de la tecnología y la infraestructura física disponible
por persona), del promedio de las horas trabajadas por persona, de la población
económicamente activa (PEA) que efectivamente trabajan (tasa de empleo) y del
peso relativo de la PEA en la población total (tasa de actividad).
La productividad del
trabajo
Desde mediados del siglo
pasado, 1947-1955, la productividad laboral se mantuvo relativamente estable. A
modo de establecer un parámetro diferencial, por entonces la productividad
argentina era alrededor de hasta 70% mayor que la de España. Y hasta 1972, pese
a que creció más de 60%, del país europeo ya había pasado a ser alrededor de
50%. El PBI per cápita creció en valores absolutos, pero en términos relativos
resultó insuficiente.
Desde los inicios de los
70 comienzan 2 décadas de una muy elevada volatilidad y de estancamiento y
caída de la productividad de 13% hasta 1991. Por entonces, la productividad de
España, sin alta volatilidad ni estancamiento, es ya 150% mayor a la argentina.
Desde principios de los
90 hasta 1998, la productividad nacional volvió a crecer 30%; en esta caso, se
trató de un crecimiento similar al de entonces de la productividad española,
sosteniendo así la diferencia previa ya establecida, pero el PBI por habitante
español ya era el doble del de Argentina.
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Desde principios de los
90 hasta 1998, la productividad nacional volvió a crecer 30%; en esta caso, se
trató de un crecimiento similar al de entonces de la productividad española
Después de la crisis
1998-2002, durante el período 2003-2011, la productividad siguió creciendo,
esta vez alrededor de 45%. Pero luego, entre 2011-2023, nuevamente descendió,
esta vez un 18 por ciento.
De lo anterior se
concluye que entre 1947 y 2023 se incubaron, desarrollaron y aplicaron las
mayores innovaciones tecnológicas globales de la humanidad; la productividad de
los factores solo creció, en términos netos, poco más del doble, mientras que
la de España se multiplicó unas 9 veces y, consistentemente con ello, el PBI
per cápita español es más de 3,5 veces superior al del argentino.
Claramente, y debido a la
lenta evolución de largo plazo de la PTF, se ha transitado un prolongado
proceso de divergencia con el crecimiento económico global, e incluso con el
promedio general de la propia región de Latinoamérica. El sector público, con
su creciente tamaño relativo y su simultánea renuencia a someterse a una
gestión, social y económica, medida por objetivos de resultados y de revisión
de su productividad, no escapa de una histórica responsabilidad.
Nunca se alcanzó la
conformación, plena y sostenible, de un estado efectivamente facilitador del
crecimiento del conjunto de la economía nacional y que, simultáneamente,
resulte financiable, sin imponerle al sector privado gravosos impuestos o las
negativas contingencias de incurrir cíclicamente en críticos créditos públicos
(y en las crisis de cesaciones de pagos) y/o en emisiones de dinero sin una
suficiente demanda del (y en las crisis de alta inflación).
En este último caso, la
actual tendencia es negativa. La inflación anual promedio de los últimos 20 años
resulta de más del 40%; la de los últimos 10 años, más del 60% y la de los
últimos 5 años, de casi 90%. Pero, todavía existen algunos márgenes de corto
plazo, tanto para incrementar el capital humano con salud y la educación de
conocimientos productivos modernos, como para una simultánea y rápida
acumulación del stock de capital físico, ubicado aún muy lejos de su frontera
óptima.
Para iniciar el tránsito
de un sostenido proceso de recuperación de la productividad de la economía
resulta prioritaria la más pronta reducción de la inflación y alcanzar una
razonable estabilidad de los precios, que permita el incremento de los salarios
reales. También son necesarias las políticas de fuertes incentivos al ahorro y
la inversión privada, tanto interna como externa.
Asimismo,
simultáneamente, es también imprescindible la reducción del gasto público
improductivo, hasta alcanzar un equilibro fiscal sostenible, esto es que
resulte financiable por el sector privado productivo, sin una cuantía de
impuestos que les quita eficiencia y competitividad y les impide afrontar una
gradual mayor apertura al comercio exterior.
Quizás, una rápida
reconsideración de la política acerca de la crucial importancia de la
productividad, como un fundamento esencial de un progreso de largo plazo, deba
formar parte de cualquier próximo pacto o acuerdo nacional.
Publicado en INFOBAE.
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