Crónica anunciada de un fraude electoral sin precedentes
Matías Enríquez

Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales 2020. Periodista argentino que ha trabajado en diferentes medios de comunicación, actualmente dedicándose a la comunicación institucional de organismos de gobierno. Trabajó en diferentes medios gráficos como El Mundo (España), Marca (España) y ESPN-La Revista (Estados Unidos), en radio y TV. Fue corresponsal, redactor, movilero, editor, columnista, conductor y productor. También se desempeña como docente en talleres de Comunicación, Periodismo y Argumentación. Ha publicado columnas de opinión en diferentes medios como Infobae, Diario Perfil, ADN Ciudad, Mundiario  y Visión Liberal, entre otros. 



El pasado domingo 28 de julio, los venezolanos volvieron a ser víctimas de un sistema perverso que ha llevado a uno de los países más ricos de América Latina a una ruina sin precedentes. Luego de 25 años de un gobierno que sumergió al país en una de las peores crisis humanitarias de su historia, que incluye falta de alimentos, medicinas y servicios básicos, el chavismo/madurismo ejecutó una de las maniobras electorales más oscuras de su dañada historia.
Las elecciones del pasado 28 de julio fueron mucho más que la triste confirmación del régimen autoritario que desprecia e ignora flagrantemente los principios democráticos. Pese a ello, sí emociona la lucha por la libertad y la democracia de una inmensa cantidad de venezolanos que aspiran a un futuro mejor y vislumbran un cambio real frente a la opresión de un gobierno que ha configurado una opulenta estructura de corrupción, la cual implicaría un desafío colosal para cualquier gobierno opositor que llegue al Palacio de Miraflores.
La crónica anunciada de este fraude electoral comenzó mucho antes del pasado domingo y la difusión de sondeos realizados por empresas fantasmas, a las que se han montado con un caradurismo inusitado los amigos del régimen, Rafael Correa y Evo Morales, entre otros.
La desinformación también estuvo presente en una gran escala en las pasadas elecciones como el caso de muchísimas personas que compartieron una encuesta de la firma Lewis and Thompson que daba por vencedor a Nicolás Maduro con un 55% y derrotado a Edmundo González con un porcentaje menor al 35%.
Para algún trasnochado que la difundió, es bueno que sepa que dicha “encuestadora” creó su página web y su perfil en X (Twitter) durante el mes de julio. En otras palabras, tiene tanto prestigio como un título universitario comprado por internet.
El plan que impidió a María Corina Machado, primero anulando la primaria en la que fue electa con más del 92% de los votos y luego ratificando su inconstitucional inhabilitación, violando acuerdos pactados con la oposición con mediación de países internacionales, fue solo el primer paso de un anunciada crónica de eventos nefastos.
 
¿En qué democracia cabe la idea de que un candidato pueda ser borrado de manera arbitraria por decisión de un gobierno? El coraje de Maria Corina Machado en aquella reunión del Parlamento en 2012, cuando le dijo al fallecido Hugo Chávez el famoso “expropiar es robar” fomentó el temor de Maduro por su participación electoral. “María Corina no es Capriles” me dice un amigo periodista que vive en Buenos Aires hace varios años, producto de la persecución del régimen chavista.
 
Otro claro ejemplo, previo al 28J, fue la maniobra para evitar el voto extranjero, producto del exilio de millones de venezolanos (se estima que eran casi 5 millones los que estaban en edad de votar), permitiendo que una cifra cercana al 1% de los potenciales votantes pudieran emitir su sufragio fuera del territorio venezolano. En el manual de las estrategias alérgicas a la democracia que fomenta el chavismo, también figura el impune bloqueo de la postulación de Corina Yoris sin ofrecer ningún argumento sólido que amerite esa decisión y una frutilla del postre que vició de sospecha la votación como fue la decisión de quitar la invitación como observador internacional a la delegación de la Unión Europea y a una gran cantidad de veedores que habían sido aprobados con antelación, como el caso del ex presidente Alberto Fernández.
Con todos estos pergaminos, poco sorprendió que no se haya permitido el acceso a las actas, una vez consumado el aparente triunfo por el 51,2% de los votos de Nicolás Maduro frente al 44,2% de Edmundo González Urrutia. La transparencia del proceso quedó manchada, una vez más, por el gobierno de Nicolás Maduro, que puede permitirse una derrota electoral.
 
En Venezuela, el respaldo del voto electrónico es el voto físico, es decir, el recibo de papel que se mete en la urna. Hasta varios partidos políticos con simpatía al régimen de Maduro han solicitado que, en aras de la transparencia y de disuadir cualquier rumor de fraude, permita conocer los datos del Consejo Nacional Electoral, organismo controlado por el Gobierno y viciado por las prácticas del chavismo más rancio.
En otro orden no menor, no sorprende pero sí asombra el ensordecedor silencio de los organismos de Derechos Humanos de nuestro país e internacionales que no han repudiado todas estas nefastas maniobras electorales. Como mínimo, deberían revisar sus principios rectores y los pilares con los cuales se rige su accionar. Es fácil llenarse la boca con lugares comunes pero hay que ver si realmente son defensores de aquellas banderas que tanto levantan o solo son simples agrupaciones ideologizadas que se envalentonan con discursos incendiarios, según el viento político de turno que sople.
La indiferencia del gobierno chavista respecto de las manifestaciones del pueblo demuestran que el divorcio con la realidad es total. Sea cual sea el escenario del día después, en Venezuela están corriendo aires reales de cambio. Ya no es la brisa que se despertó en años anteriores. Ese cambio debe envalentonar a la oposición a continuar la lucha y unificar sus fuerzas con el apoyo internacional y, dentro de lo posible, una resistencia pacífica en el país.

Publicado en Perfil.

 

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