La dictadura venezolana
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Las dictaduras han lanzado un reto a los
gobiernos democráticos, durante el totalitarismo soviético el gobierno se
apoderó del Estado, otros países lo intentan desde hace tiempo, bajo la
mascarada de métodos constitucionales. Desde el gobierno de Chávez se fueron tomando las riendas, no se permite sobrevivir a ninguna función que no le guste al Régimen,
cuando lo consideran necesario empleando métodos violentos. El fin siempre ha
sido el mismo: alcanzar poderes ilimitados; se llaman socialistas pero sin
llevar a cabo el ideal utópico de Marx: el marchitamiento del Estado.
Todos los venezolanos han quedado por
acción de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro sujetos a la más clara
disciplina de acción y opinión. Enemigos de EEUU, se oponen al sistema capitalista, sobretodo
porque sin una ética que haga improbable el fraude, el trabajo deshonesto y la
violencia - estatal o privada- ese sistema no es posible.
Una vez que el partido de Maduro toma
una decisión no puede haber discusiones, nadie debe contrariar al dictador ni desviarse
menoscabando la ideología socialista de cualquier modo. Sin embargo, han sabido
por muchos años adaptarse a las circunstancias: siendo enemigo de la democracia
el Gobierno mantuvo mecanismos democráticos, como son las elecciones y el voto controlado
por el Estado. Ello le ha permitido entrar en oportunos compromisos con países
democráticos pero, últimamente, le ha
ido mal en el arte de la persuasión.
En Venezuela, la dictadura se fue haciendo totalitaria, la
modernización del país se interrumpió, los mercados fueron gravemente afectados
o perdieron toda espontaneidad. El mercado negro ha suplido al
institucional, lo político invadió lo económico,
lesionó o eliminó la iniciativa individual, sometió o destruyó a la propiedad
privada y avanzó sobre la privacidad de la familia. Ello demuestra que la
libertad económica es una dimensión esencial de la libertad en general, no se
puede separar la libertad política de ella, los mercados son la matriz y el
espacio social característico de la acción electiva, por ende de la libertad.
Se percibe, claramente, en Venezuela como en Cuba, y en otros regímenes de condición o aspiración
totalitaria, que el método político
tiene una fatal militancia contra el mundo democrático, no es de extrañar.
Todos tienen en común, como lo ha tenido
el comunismo y el nacional socialismo,
el control de toda la vida política a través, en los hechos, de un solo partido, los demás son una careta o reprimidos. Se ha dominado también, a los sectores obreros, orientándolos por el camino que desea el
gobierno; se cumple o intenta cumplir lo que decía Stalin sobre la dictadura: “es una persistente lucha sanguinaria y sin
sangre, violenta, y pacífica, militar y
económica, educativa y administrativa, contra las fuerzas y tradiciones de la antigua
sociedad”.
Las dictaduras totalitarias son un grave
peligro para el mundo exterior, el nacionalismo agresivo tiende a ser contagioso.
Se enseña en las escuelas, se lo subraya
en la prensa y en los discursos, prostituyéndolo al ponerlo al servicio de
fines indignos e innobles, vive del odio a todo lo extranjero. Condena el
individualismo y su defensa de las libertadas civiles, el totalitarismo es un
concepto totalizador. El Estado interpreta, desarrolla y actualiza toda la vida de la gente; como fin ético que lo abarca todo, debe regular toda organización e institución
para que sirvan a fortalecerlo. El caudillo tiene una gran importancia: expresa
la voluntad colectiva de la Nación, mucho más que el voto, tiene la responsabilidad última, su voluntad es la ley, se reemplaza la
soberanía popular por la soberanía del Estado. Para gobernar se despierta el fanatismo por
eso se recurre a los consejos de
Maquiavelo y a las últimas técnicas de
publicidad moderna, según sea necesario: sermones o palos, hasta la verdad es un órgano del Estado. Por un lado ofrece el sentimiento de
seguridad, de pertenecer a un gran movimiento creador, dice pretender un mundo más
generoso y humanitario, pero imposibilita la larga tradición moral, la
investigación desinteresada y la responsabilidad democrática.
Varios países, como lo hizo Cuba y
Venezuela hace unos años, se han unido
con fe fanática, confiaron sus destinos a grupos que se han constituido a sí
mismos como elites, dictaduras donde las
metas están fijadas. Nos preguntamos en estos días, si los
venezolanos podrán lograr realizar su destino por medio de sus propios métodos
o no podrán salir de semejantes ataduras. En materia internacional Venezuela, como todas las dictaduras, necesita tener suficiente apoyo y fuerza
militar para hacer frente a todo lo que venga, el mundo está a la expectativa.
La paz en Venezuela solo habrá de
alcanzarse ampliando la cooperación mundial, ya no se pueden tolerar las
condiciones injustas que el Dictador impone. Pero el camino no es la violencia, las armas
las tienen los militares liderados por un hombre más oscuro que Nicolás Maduro.
Se va a tener que conseguir con la activa
buena voluntad y oposición en las calles, también con la firmeza de los países
democráticos, los cuales deben hacer
entender al Gobierno que al perder las elecciones y con el descontento popular,
no podrá subsistir sin el apoyo
internacional; ningún país, en la actualidad, puede hacerlo. Si Maduro es abandonado por los
países democráticos le va a ser difícil sobrevivir en un mundo que se halla en
proceso irreversible de integración
mundial, el cual lleva a una inevitable
interdependencia de sus unidades económicas y políticas. Es imposible evitar
los contactos y las interpenetraciones culturales, a menos que se apele decididamente, como en el
caso de Cuba o Corea del Norte, a la
represión y al terror.
Los fines democráticos piden métodos que
también lo sean, para realizarlos dejar atrás creencias autoritarias e
irracionales, métodos compulsivos y la fuerza militar para resolver conflictos. Está quedando claro, una vez más,
que el socialismo marxista y el no marxista llegan en la práctica a lo mismo:
al gigantismo estatal y burocrático, a la politización de todos los aspectos de
la vida social, aún los aparentemente más nimios, a la quiebra del mercado de
precios y por ende del mercado del voto, así como a una drástica disminución de
la libertad.
Bien lo expreso
Bertrand Russell: “…sabiduría y esperanza es lo que el
mundo necesita, aunque lucha contra
ellas, al final las respeta. Pero hay
algo más que la fe, y vale más aún: el pensamiento, el cual ve al hombre, débil partícula, rodeada de impenetrables
honduras de silencio, pero comportándose, con orgullo, sin conmoverse, como si fuera el señor del universo. El pensamiento
es algo grande, veloz, abre la luz del
mundo y la gloria máxima del hombre”. Ojalá sirva en nuestra época para
liberar a los países oprimidos.
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