La educación en crisis: ¿Hasta cuándo culparemos al otro?
Edgardo Zablotsky
Ph.D. en Economía en la
Universidad de Chicago, 1992. Rector de UCEMA. En Noviembre 2015 fue electo Miembro de la Academia
Nacional de Educación. Miembro del Consejo Académico de la
Fundación Atlas para una Sociedad Libre. Consultor y conferencista en políticas públicas en el
área educativa, centra su interés en dos campos de research: filantropía no
asistencialista y los problemas asociados a la educación en nuestro país.
Hace pocos días, Jorge
Macri, jefe de Gobierno de ciudad de Buenos Aires anunció un cambio central en
la currícula de la escuela primaria. En sus propias palabras: “Decidimos
cambiar porque lo que se hizo hasta acá fracasó. El problema que tenemos es que
hoy los chicos no aprenden en la escuela. Vamos a ir hacia una escuela que
enseñe a comprender textos y a resolver problemas matemáticos relacionados con
la vida real, marcándole siempre a cada chico cuando algo esté mal, para que
ese error sea parte del aprendizaje”.
Por su parte, el gobierno
de la provincia de Buenos Aires anunció a principios de junio pasado, cambios
en la escuela secundaria que comenzarán a regir a partir del año próximo.
Probablemente, el más destacado de ellos es la eliminación de la repitencia. Al
respecto, Alberto Sileoni, director general de Cultura y Educación de la
provincia de Buenos Aires, expresó: “No es posible pensar que el futuro está en
el pasado. Nos debíamos una modificación del régimen académico secundario”.
Volver a empezar, una y
otra vez. En 1962, tras la caída de Arturo Frondizi, el rabino estadounidense
Marshall Meyer, quien vivió en Argentina durante 25 años, salvó innumerables
vidas durante la dictadura militar y fue el único extranjero invitado por Raúl
Alfonsín a formar parte de la CONADEP, afirmaba que en Argentina uno aprendía
la lección de la responsabilidad individual justamente por su carencia. En la
Argentina el otro era siempre el deshonesto, no sabía trabajar, no pagaba
impuestos, era materialista. Y así, nos convertimos en una sociedad que
constantemente señala al otro como la fuente de sus problemas.
En el terreno de la
educación, este fenómeno es especialmente evidente. ¿Cuándo empezamos a asumir
nuestras propias responsabilidades como padres en lugar de culpar a los demás?
¿Cuándo aceptamos que un estudiante no rinde bien porque no se esforzó lo
suficiente, y no porque el docente o el sistema lo perjudicaron? ¿Cuándo
reconoceremos que nuestros problemas educativos no se deben solamente a
factores externos, sino también a las decisiones de los encargados de delinear
las políticas educativas? Es claro que el hábito de exculparnos a nosotros
mismos y proyectar la culpa hacia el otro impide cualquier mejora real.
Veamos sino lo que sucede
cada vez que asume un nuevo gobierno. Lo primero que escuchamos es un
diagnóstico sombrío: el estado del sistema educativo es desastroso, lo cual por
cierto no dista de representar nuestra realidad; todo lo que se hizo antes está
mal, y la tarea del nuevo gobierno será reformarlo. Esta narrativa de empezar
desde cero se ha vuelto un ciclo interminable. Las nuevas autoridades critican
las gestiones previas y proponen grandes reformas que sistemáticamente fracasan
en lograr cambios sostenibles. Y mientras tanto, los estudiantes son las
víctimas de un sistema que parece estar siempre en fase de reconstrucción.
Un ejemplo representativo
lo constituye el manejo de los contenidos curriculares. Un gobierno decide
modificar el programa escolar para, por ejemplo, incorporar habilidades
tecnológicas y pensamiento crítico, otro para mejorar la lecto escritura, la
lista es interminable. Seguramente, cuando asuma la siguiente administración,
se desecharán esas modificaciones y se planteará un nuevo enfoque, argumentando
que la reforma anterior fue inadecuada. Lo irónico del caso es que ello no sólo
ocurre entre gobiernos de partidos políticos opuestos, sino incluso entre
administraciones del mismo signo político, como lo demuestra la actual reforma
educativa llevada a cabo por el gobierno de la ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Una primera solución a
esta interminable sucesión de reinicios es otorgar a las escuelas de gestión
privada la autonomía para diseñar sus planes de estudio, en lugar de estar
sujetas a los vaivenes políticos, integrando las necesidades y demandas de la
sociedad contemporánea, así como las expectativas de las familias que confían
en ellas, permitiendo que distintas visiones y enfoques pedagógicos coexistan y
ofrezcan alternativas reales a las familias y estudiantes.
En lugar de retrotraer
todo a fojas cero cada vez que cambia un gobierno, esta reforma permitiría a
las instituciones educativas de gestión privada generar un ciclo continuo de
mejora y evolución, basado en la experiencia acumulada y la capacidad de innovación,
y serían los propios padres, ya no los expertos coyunturalmente a cargo de
delinear las políticas educativas, quienes fiscalicen a las escuelas a partir
de la imprescindible publicidad de toda evaluación que se lleve a cabo.
¿No vale la pena evaluarlo?
Yo creo que sí. De lo contrario continuaremos volviendo a recomenzar una y otra
vez, cuan el mito de Sísifo. Pero no es una tragedia griega de lo que estamos
hablando, sino del futuro de generaciones de niños y jóvenes que transcurren
años críticos de su formación en medio de continuos experimentos que nos han
conducido a la vergonzosa realidad educativa que hoy nos toca vivir.
Publicado en Ámbito.
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