Cultura y Civilización. Diferencias económicas y sociales
José Verón
Se ha dedicado a investigar en las ciencias sociales, especialmente en el derecho, la economía, la administración, la psicología social y el periodismo. Su actividad principal es la docencia, en la que ejerce desde 1997, y la mediación, desde 2002.
Cultura y Civilización, son dos términos que aluden a realidades
distintas, aunque con parecidos. Cultura alude—se podría sostener por lo menos desde cierto ángulo-- a la
creación humana, esencialmente fáctica, que se expresa a través de los
distintos tiempos y los distintos espacios. Civilización, en cambio, refiere al
proceso de normativización del devenir humano, en los diferentes contextos
La cultura es, así, más fáctica.
Mas del mundo del “ser”, y del plano correspondiente de la economía positiva.
La civilización sería, en cambio, más normativa.
Más del mundo del “deber ser”, y del plano correspondiente de la economía
normativa. Por la cultura el hombre produce y crea, por la civilización el
hombre reglamenta y regla
Los estudios culturalistas (K. Horney -1885-1952- y otros) en psicología
social continúan, al menos en general, la tradición culturalista, más amplia,
de fuerte raíz alemana. El concepto de Volks, el de Folklore, y otros, empalman
también del historicismo alemán, uno de cuyos autores liminares, fuera de
Alemania, es el italiano de Nápoles Giambattista Vico (1668-1744). A F. Nietzche (1844-1900) se lo puede quizá asociar
a esta línea. De G. Vico es conocido su concepto del corsi e ricorsi, por el
cual la historia no avanza tanto ni hay ni se da en verdad tanto progreso en el
mundo sino que lo que hay son ciclos, en una dirección, y luego en otra, que se
acompasan y se reiteran con variaciones en la historia. En la historia lo que
se dan son variaciones sobre un mismo tema, más que innovaciones reales. La
raíz en la filosofía griega es Parménides
Por ello hay un fondo de incorformidad, de desencanto, hasta de cierta
desilusión, que siempre está en los pueblos y en las comunidades y que origina
eclosiones periódicas, lo que en el mundo del conocimiento artístico se conoce
como el sturm and drang
Al referirnos a la otra polaridad, la
de civilización, haremos bien en remitir y referenciar también con los estudios institucionalistas,
en economía, y también en otras ciencias sociales, aquellos de raíz más
británica, donde los primeros economistas-filósofos (A. Smith-1723/1790-, D. Hume—1711/1776) creyeron ver
un orden espontáneo de normativización, en consonanancia y resonancia con la
fuerte conceptualización jurídica del derecho natural, y por el cual la vida
social se regla sola de manera siempre, esencialmente, virtuosa y también hasta
optimista y positiva
Y por esto hay un trasfondo de “perfecto” acople de las personas con las
reglas, donde la virtud reinaría y el progreso es lineal y ascendente, casi una
ciudad de Dios, para utilizar el término escolástico. La raíz griega estaría un
poco más quizá en Heráclito
Es probable y verosímil que en el mundo haya espacio para ambas
conceptualizaciones y que de hecho ambas coexistan, en dialogo, intercambio e
interacción, a veces más problemática, a veces más pacífica. En el mundo hay
culturas y hay civilizaciones, con diferencias, paralelismos y
transversalidades. Que se realimentan y se contrastan; en términos de teoría de
juegos, que colaboran y que también compiten, que están en coopetencia. El
hombre, y el mundo, es tanto culto, como civilizado. Tanto personal como
socialmente
Es conocido en el plano económico el campo de estudios
institucionalista. Este siempre pone de resalto que la actividad económica no
se da en el vacio sino en un marco normativo, con el que está en interacción
permanente. Este marco normativo es esencialmente civilizatorio. Mientras que
la actividad de los mercados, las ferias y las redes es una creación cultural.
La cultura, también desde S. Freud (1856-1939), se normativiza al hacerse
civilización, formando parte del devenir humano
Los mercados alcanzan una auto-regulación bastante espontánea, que, aún
en ausencia de regulación alcanza por lo general un auto-gobierno eficaz a los
efectos prácticos. Las prácticas comerciales, de cualquier forma, van
cristalizando en normas y normativizaciones, a los fines de la seguridad en el
tráfico. Este es un ejemplo claro de la coopetencia y la—hasta cierto
punto---sinergización entre cultura y civilización
Podemos también inferir que la cultura mercantil plasma habitualmente en
protocolos y codificaciones que son, en sí, hechos civilizatorios, propios de
lo que entendemos por civilización. La necesidad de normar y regular surge
sola, porque el hombre es también normativo
La cultura no solo contrasta, sino que también advierte la necesidad
civilizatoria. Necesita de los ordenamientos, y esta necesidad en el plano
económico es imprescindible, perentoria e insoslayable. El hombre es un ser
normativo, norma y normativiza de manera permanente, y tiende a dotar de marcos
de previsibilidad a su actividad vital y en su quehacer humano, en el camino
que va recorriendo y que refuerza. Pero es cierto que se puede sostener que queda
también, de cualquier manera, un trasfondo de inconformidad
La cultura es espontánea, y cristaliza en civilización, más estable y
previsible. En economía no hay caos; hay, se podría quizá decir, un orden. En
la medida que la “civilización” no contradiga del todo a la “cultura”, hay
posibilidades de que acoplen. Quizá sea también por esto que los marcos
regulatorios dirigistas, imperativos, que mas que regular pretenden “diagramar”
la actividad económica y empresarial, implican un intento
“civilizatorio”—institucional-- que, al ir muy en contra de la realidad de la
“cultura” –social--, solo consigue entorpecer el tráfico y la actividad
económica, siendo muchas veces peor el remedio que la enfermedad que se
pretendía combatir o corregir
Hay oposición y diferencia entre
cultura y civilización; mas también hay sinergias. Por ello, si bien es
previsible que haya antagonismo y oposición entre estas dos facetas del mundo
de la vida, este antagonismo, esta oposición, nunca es—o nunca debería ser--
tan grande como para que los intentos civilizatorios fracasen o para que el
acaecer cultural devenga en caos y desorden
El marco regulatorio de la actividad económico-empresarial, así, no
puede, o no podría, estar en abierta contradicción con la realidad económica y
del mundo mercantil. Se puede regular, pero dentro de las condiciones de
posibilidad (García Delgado, 1990) que la economía si puede ofrecer y no más
allá de ellas. Por ejemplo, los toscos intentos de los funcionarios de la
secretaria de comercio en la Argentina en los últimos tiempos no tienen mayores
posibilidades de ser eficaces y exitosos ni de ser viables, se comprueba en el
cotidiano del país. Condiciones de posibilidad y viabilidad son dos
conceptualizaciones que en los cientístas políticos fungen casi como sinónimos.
Habría así una normatividad que cae dentro del campo de lo posible, y otra que
no, que al intentar violentar en demasía a la praxeología y a la cataláctica,
es solo teórica pero inaplicable e ineficaz a los efectos prácticos
Y también sabemos que la vida socio-cultural tenderá generalmente a
normativizarse. Por ejemplo, los clubes de trueque en la Argentina de 2002 se
normativizaron y reglaron pronto (Zibecchi, 2006). En breve tiempo tenían una
regulación y una coordinación de funcionamiento y hasta se monetizaron,
institución por excelencia de la economía de mercado. La monetización, aunque
precaria en este caso, es típica del capitalismo, de la economía de mercado
La socio-economía es cultura, y es cultura que también plasma en
civilización. Por ello es inconcebible también e inimaginable la economía sin
un marco jurídico y legal que le es imprescindible, y que cumple funciones
importantísimas. Las empresas y los emprendedores necesitan que la
economía de su macro-entorno “ande bien”,
pero la economía también precisa de instituciones—como el enforcement del respeto al derecho de propiedad y de los contratos,
o de la libertad civil y política y económica-- que funcionen adecuadamente y
no la dificulten. El mercado es, así, tanto un hecho cultural como un hecho
civilizatorio, y necesita imperiosamente—como su caldo de cultivo-- de la
libertad.
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