“El artista es el hombre que danza encadenado” (Friedrich Nietzsche)

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Las
palabras de Javier Milei, al comienzo de su mandato, frente a la Asamblea Legislativa, fueron disruptivas como lo es él. Una
importante fracción, en el Congreso, no compartía
el enfoque arquitectónico general acerca de como emprender el tratamiento de la
crisis. Representaba un enfrentamiento
violento con las tradiciones del partido peronista ortodoxo nacional y popular,
al que quería resucitar el kirchnerismo, arraigadas, también, en la cultura política de muchos argentinos.
Medidas para desarrollar al país, derivadas
de ese paradigma, habían fracasado. Se anunciaba un modelo liberal criticado durante décadas.
Milei
no compartía el statu quo, profundamente
innovador, no teme al cambio, es revolucionario en términos de trazar nuevas coordenadas
internacionales y nacionales, tal como lo fue Carlos Menem. Los políticos
argentinos del siglo XIX también lo fueron cuando se fundó el Estado Nacional y
se crearon nuevas condiciones culturales y sociales que hicieron progresar
enormemente al país, en relativamente
muy poco tiempo.
Liquidar al kirchnerismo, arrancarlo de la
actualidad política, no le va a ser fácil al Presidente, dispone de poco apoyo legislativo. Solo puede intentarlo con mano dura y convicciones muy fuertes, las tiene. Si no se hubiera plantado, bien firme, hubiera
podido modificar poco.
Como el ex presidente Menem, el Gobierno
comenzó la tarea de revertir al peronismo tradicional en histórico, muchos se han dado cuenta que es inaplicable a
la realidad social vigente. Cuando asumió
la presidencia se jugó por una política que modificará las bases de la
situación vigente en Argentina, encaró un proyecto estructural que lleva a
cambios duraderos. La historia argentina le muestra que si su política no logra
un éxito objetivo, en el corto plazo, la percepción subjetiva de la gente que hoy lo apoya, determinará un rechazo de quienes la
propusieron y llevaron a cabo.
Muchos analistas políticos y periodistas
confunden la personalidad de Milei con un futuro autoritario, sin pensar que
sigue concentrándose en darle al Estado solo las funciones indispensables para
retirarlo de sectores de la sociedad
civil. Persiste la incomprensión: los aspectos autoritarios de la acción del
presidente, derivan de la naturaleza disruptiva de su política, la cual no
comprende solo a la economía, sino también las ideas, la cultura. Si tiene
éxito, aumentará la libertad y la individuación de las personas, lo contrario
de lo que irresponsablemente se afirma. Las victorias que ha logrado Milei
fueron dentro de los mecanismos institucionales previstos por la ley, el buen camino no es hacer
que el Estado funcione bien, como equivocadamente afirman algunos, el problema
es otro, hay que reformarlo y achicarlo, dar un vuelco copernicano.
Si el peronismo kirchnerista no se carga con
la nueva información cambiando sus ideas medulares, poco acordes con la
realidad nacional, irán a una nueva
derrota electoral. Aquellas, ya no
tienen porvenir para una práctica política duradera, cualquier éxito que puedan
tener será, evidentemente, efímero.
En cuanto al sufrimiento de los sectores más
necesitados, de entre ellos los
jubilados, ningún periodista explica por qué
viven mucho peor que en generaciones
pasadas. La razón es simple: los gobiernos anteriores nos hicieron vivir optando por soluciones políticas más atractivas,
pero sin insistir en más competencia y productividad.
Tuvimos, globalmente, el país que nos merecíamos: indiferente al
mundo internacional. Milei está quebrando esta actitud empobrecedora de
oposición a las mejores acciones de las
grandes democracias, su política
exterior es coherente con su política interior. Estamos, después de iniciarla Carlos Menem, en medio de
la misma gran batalla cultural que
abarca, no solo a los kirchneristas, sino también
a una buena parte de una oposición desorientada.
Milei se diferencia de Carlos Menem, un gran
presidente, en que aquél, aunque heredero de las ideas peronistas, trató
de terminar con peronismo y anti-peronismo, de pacificar al país. Era el
reclamo de la sociedad argentina desde la vuelta a la democracia, harta de
décadas de violencia. Se parecen en que ambos vieron la necesidad de un cambio
de timón, en creer que la igualdad no puede ser la aspiración posible sino la libertad individual, la que permite
mayor desarrollo personal, libre iniciativa y respeto por la propiedad privada.
El empeño de Javier Milei, como fue el del ex presidente Carlos Menem, tiende a lograr desarrollo económico, una economía
estable, también un cambio en la
mentalidad que permita
una actitud favorable hacia el trabajo y el esfuerzo individual. Por ello, el núcleo de sus políticas es el mismo: reformar
el Estado, privatizando y desregulando,
dinamizando los mercados y vigorizando los recursos de la sociedad civil.
Si bien
el rumbo de los dos presidentes es el mismo, hay una diferencia fundamental entre ambos: la
personalidad. Menem era un político de raza, las veces que lo entrevisté no criticó
a nadie, buscaba acuerdos, alianzas,
todo lo que pudiera ayudar a conseguir su cometido, sin agitar el avispero. Sabía
que en un clima de paz se puede gobernar con más tranquilidad, entendía que lograr acuerdos, sobretodo en
política, es necesario. Milei prefiere, casi siempre, la confrontación, demuestra su poca experiencia política, le
absorben tiempo y energía para arreglar los entuertos que muchas veces provoca
sin necesidad. Ojalá se dé cuenta! Mano firme para contener a una oposición de
mala fe, como es la kirchnerista, casi todos lo deseamos, pero no que
esté siempre encima del ring; hay
límites que una vez que se franquean no permiten el regreso. Bien decía Ortega,
la inteligencia no tiene que ser orgullosa, debe atender, cuidar las potencias
irracionales. La idea no puede luchar frente a frente con el instinto, tiene, poco a poco, que domesticarlo, conquistarlo,
encantarlo, no como Hércules con los
puños, sino como Orfeo quien representaba,
con su música, el vigor y la elocuencia.
La realidad histórica no es magia, ni
acercarnos a la verdad es solo un sentimiento que nos fuerza a aceptar una
proposición como verdad, aunque sea
falsa. Los sentimientos, por su
naturaleza misma, son ciegos de
nacimiento. Nos acercamos a la verdad cuando podemos confrontar lo que ella
dice con la realidad de la que se habla. Pero, los hombres no adoptan ideas nuevas solo
porque se les predique, es preciso que
esas ideas y los sentimientos que las hacen vibrar, se hallen en ellos preformados. Sin esa predisposición radical, espontánea, de la gente, todo predicador lo hace en el desierto.
Es como dice Ortega: los argentinos, en general, querían un cambio, Menem ayudó a incorporar
las ideas liberales, hoy se aceptan mucho mejor las que hace una década costaba
introducir en una conversación, sin ser
abruptamente rechazadas. El cambio cultural y político ha llegado a un
nivel decoroso, como para crear las condiciones de un tratamiento exitoso. Es
improbable que Javier Milei intente recuperar el peligroso populismo peronista,
aunque nunca se puede descartar, más en
un año electoral, que se incorporen
algunos matices del mismo.
Volviendo
al filósofo español, la vida está
compuesta por un lado, de fatalidad,
pero del otro por la necesaria libertad de decidirnos frente a
ella; hay en si misma materia para un
arte. Nietzsche decía: “El artista es el
hombre que danza encadenado”; el
presente no es en sí misma una desdicha, sino una delicia que siente el cincel
al encontrar la resistencia del mármol. Siempre hay una manera de salirle al
paso: labremos, ya sea el destino favorable o adverso, una figura noble. Ojalá, quienes dirigen la política del país lo tengan
siempre presente!
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