Karl
Popper, del que Guy Sorman decía que era el más grande filósofo contemporáneo, Raymon Aron lo consideraba su único maestro y
Hugh Thomas admiraba como tantos pensadores que conocieron su obra, motiva esta
nota. Pocos son los liberales que en Argentina le dan la importancia que tiene
como el máximo teórico del pensamiento político. Se prefiere, por lo general, las opiniones de otros pensadores menores que,
si bien, son bastante reconocidos, no
pueden competir con el gran filósofo del siglo XX.
En un
reportaje que los periodistas Marcelo Pera y Corrado Augias hacen en 1990, para la revista Gente, Karl Popper hace un
buen resumen de lo que pensaba sobre el
desplome de la URSS y de las hipótesis que aventuraba sobre su futuro. También
responde a temas que tienen vigencia en la actualidad. Creo que es una buena
idea resumirlas aquí.
Consideraba
que la perestroika, o sea la reestructuración de la URSS, había sido, sin duda, una verdadera revolución, pero que como todas
ellas llevaba implícita incertidumbre
sobre el futuro. Por ello creía que no podía hacer previsiones, ya que
en función de las experiencias del pasado la historia nos decía que fueron
pocas las que consiguieron, al final, algo parecido a lo que los jefes
revolucionarios habían pretendido. Tal era el caso de las que terminaron en dictaduras militares
como sucedió en Francia con Napoleón, cosa que, en el caso soviético, opinaba, no debía excluirse. Pensaba que siendo en ese
momento la fuerza militar soviética la más grande del mundo se imponía la
pregunta de si iba a ser posible que dos
circuitos industriales separados, uno para
las actividades civiles, y otro
para las militares podrían ser reconvertidos o unificados y, si Gorbachov no encontraría resistencias en ese
sector. Eso lo inquietaba.
El entendía
que las únicas revoluciones que habían alcanzado sus fines eran la inglesa de
1688 y la norteamericana de 1776. Pensaba que la verdadera característica de la
inglesa había sido la lucha entre católicos y protestantes y que antes de la
llamada Glorious Revolution, hubo una serie de actos preparatorios. En cuanto a
la revolución norteamericana creía que había sido, en cierto sentido, la continuación de aquella,
aunque las circunstancias fueran totalmente diferentes. El dato común que le
encontraba Popper era que multitudes de personas tenían una fe religiosa o
civil para proponer y perseguir, eran revoluciones realizadas en nombre de
algo. En cambio, en la URSS, la fe en el
marxismo se había agotado, tanto en el
pueblo como en los aparatos burocráticos, y, en
ese momento, no estaban en condiciones
de mover o estimular nada. Era lo que impedía una comparación. Apreciaba que se
estuviera dando una revolución sin el derramamiento de una sola gota de sangre,
pero llamaba la atención sobre los aspectos menos notorios de dicho
acontecimiento. Popper consideraba que la decadencia del imperio soviético
estaba bajo los ojos de todos pero había que preguntarse cuál sería el
resultado final y que era válida, también, la hipótesis de que podía terminar en una
dictadura militar.
Se
refiere en la nota a Marx, al que
atribuía ideas maravillosas pero falsas, a su juicio, allí, durante décadas, había tenido vigencia el infierno político,
antítesis de lo que pasaba en Occidente.
Creía que la sociedad Occidental era la mejor que existía, a pesar de que los
intelectuales y periodistas no se cansaran de repetir que vivimos en un infierno. Lo consideraba un
error sobre todo si se la confrontaba con la Uniòn Soviética, mal llamada hasta
hacía poco por los socialistas “el paraíso en la tierra”.
La
sociedad abierta, como él la llamaba, la que nace en Grecia fruto de un largo
proceso histórico y en la que tuvieron vital importancia los libros comerciales
y la imprenta, en cambio, era para él la antítesis de la soviética porque es una sociedad ansiosa, responsable,
se ocupa de los desheredados y menesterosos y está dispuesta a ser mejorada y a
nuevas reformas; la consideraba la mejor que ha existido en toda la historia de
la humanidad. Aunque no negaba los muchos problemas y dificultades, ni los bolsones
de pobreza que aún existen en áreas de los continentes extraeuropeos donde no
se ha vivido un desarrollo histórico armonioso, coherente, la realidad indicaba
que no era el purgatorio como muchos creían. En cuanto a la desigualdad en el
reparto de la riqueza y la corrupción, mal tan temido, indicaba que la
corrupción ha existido siempre, lo ejemplificaba con La Ilíada, la cual
comienza con un caso de corrupción, desde el momento en que Agamenón aprovecha
su poder para llevarse consigo a Aquiles y a Briseide. Pero, subrayaba, que en los países democráticos, donde existe
un cierto control público, la corrupción, por lo menos en parte, era castigada,
en cambio, donde no existe, la corrupción se transformaba en impunidad.
En
cuanto a la justicia social y a los pobres, otro tema de actualidad, aseveraba que en Occidente el problema económico ha sido
sustancialmente resuelto porque en los países industrializados, al sistema capitalista los pobres no le
sirven. Pensaba que donde todavía
existen es por un error, no por necesidad, y ello podía corregirse. Es cierto, reflexionaba Popper, que persistían diferencias y personas
relativamente más pobres que otras, pero era indiscutible que en el mundo hay más
justicia y libertad de la que había antes. Le extrañaba que la gente no lo comprendiera y fuera poco
agradecida al proceso que la humanidad ha vivido hace tan poco tiempo, un
proceso sin precedentes por el bienestar que acarreó debido a la ciencia y a
sus aplicaciones o sea, a la tecnología.
Un mejoramiento de dimensiones planetarias que ha permitido a millones de
personas vivir como nunca lo habían hecho antes, desde que el hombre apareció
en la tierra.
Con
respecto al argumento contrario que esgrimen muchos, o sea que la tecnología
arruina el planeta, lo refutaba. Lo consideraba solo un mito que se ha creado porque creer en la
razón es muy difícil. En cuanto a los agujeros de ozono y los desiertos más
expandidos sobre los que se le pregunta, Popper responde que la vida cometía errores y
creaba problemas para la vida, pero ésta había creado un mundo fundamentalmente
adaptado a ella, solo la tecnología
podrà consentir la reparación de los errores cometidos por la misma tecnología.
Mencionaba, como ejemplo, que en EEUU, había permitido recuperar situaciones
ambientales que parecían desesperadas. Afirmaba, que se debía rechazar, por erróneo, el planteo según el cual la tecnología es
nociva, sostenía que los que pensaban que se tendría que volver a los tiempos primitivos, no consideraban que, en los hechos, querría decir suprimir buena parte de la
humanidad existente, porque, sin tecnología, millones de personas se morirían de hambre.
Opinaba
que una batalla justa sería combatir contra un excesivo aumento de la población, un problema médico y tecnológico que no
estamos en condiciones de resolver. Aunque según los católicos es un problema moral,
pensaba que la Iglesia debería cambiar su actitud o se dañaría, incluso, a sí misma. Le preocupaba
uno de los problemas cruciales para el futuro,
solo parcialmente moral y, sin
duda, no un problema político de la
especie humana pero sí médico y tecnológico,
la reducción de la población
total.
Con
respecto a otro tema de actualidad, al que sì consideraba un problema moral, el aborto, respondía que no habría necesidad de
recurrir a esa práctica, si existiese
una suficiente enseñanza tecnológica y médica. Lo veía, más que desde el punto de vista de la mujer, desde el derecho que tiene el niño de ser amado. Es inimaginable,
señalaba, como, por ejemplo, en Gran Bretaña y otros países
europeos están difundidos la crueldad y la violencia contra los niños. Sostenía
que ninguno debería nacer de una mujer que quiere liberarse de un embarazo no
deseado, pues cada criatura que viene al mundo debería tener razonables
esperanzas de ser amado.
En
cuanto al futuro decía no saber nada, por ello creía que era mejor detenerse en
el presente. Lo que más le preocupaba era la constante insatisfacción de sus
contemporáneos, explicaba que juegan en ello un papel decisivo los medios de comunicación masiva creando una
histeria colectiva sobre nuestra pretendida mala situación. Le afligía que
nadie dijera, no obstante el vertiginoso aumento de la población, que el mundo industrializado
había derrotado el problema del hambre y que esto era posible, también, para el mundo subdesarrollado. Invitaba a
comprobarlo a cualquiera que decidiera recordar el camino que el primer
hombre había hecho hasta la actualidad. Hacía notar que existían, en el mundo
de hoy, para la mayoría de los hombres, oportunidades físicas, económicas e
intelectuales que nadie había tenido jamás. Recuerda, en ese entonces con 87
años, el tremendo rol de las mujeres en la sociedad en la que nació: cuando era
chico existían todavía las mujeres esclavas, las trabajadoras prisioneras de un
destino servil, hasta que las que liberó la tecnología. Las mujeres que trabajaban
tenían un día de descanso cada dos semanas, el resto del tiempo trabajaban del
alba al anochecer. Debían obedecer a cualquier orden que se les daba, incluidas
las prestaciones sexuales. Esto que hoy no existe, es el legado de nuestro
tiempo el cual, deseaba el Maestro, pudiese
ser extendido a las generaciones que vendrán. Observaba con claridad que las
oportunidades estarán del lado del dominio de la ciencia y la tecnología.
Ojalá
esta nota valga para incentivar la lectura de sus libros y a rechazar como èl
bien decía el mito irresponsable y hasta
criminal de presentar a nuestro mundo a los jóvenes como un mundo horrible y
miserable viciado por la ciencia, por la tecnología y por la industria,
grotesca falsedad que ha llevado a la desesperación y a las drogas a personas
jóvenes cuyos ojos permanecen cerrados a la maravillosa belleza del mundo en
que vivimos, abierto y lleno de oportunidades, muchas más de las que han
existido nunca sobre la tierra. Popper denunciaba la responsabilidad de los intelectuales al no
apreciar los grandes logros de nuestra cultura, cerrando los ojos ante ellos socavando,
de esta forma, nuestros limitados pero
importantes éxitos. Creía que los pesimistas y profetas de hecatombes era una
forma de suicidio: rendirse moralmente en representación de Occidente, sin
luchar por un mundo mejor, era también
equivalente a abandonar a los jóvenes.
Una
sociedad abierta, explicaba el filósofo,
conlleva por ser real mucho
irracionalismo, por lo cual debe tolerarse siempre que no sea ese
irracionalismo agresivamente intolerante.
Animaba a llevar la cruz de todo ciudadano: no retroceder con miedo ante
la tensión de la civilización; no ponerse histérico por el cambio social, sino
tratarle de sacar el mejor partido.
Karl Popper, con su gran obra, intentó que nos diéramos cuenta de nuestros
errores como sociedad, que fuéramos abiertos al diálogo en la búsqueda de la
verdad y humildes con los resultados de dicha búsqueda sabiendo que la certeza
es prácticamente inalcanzable. El camino que propone es acerarnos al
conocimiento, el cual como bien decía Kant nos libera, a través de la crítica racional de nuestras
hipótesis.