La tiranía de lo políticamente correcto
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
Durante décadas, las escuelas, las
universidades y los medios de comunicación han instalado en el subconsciente de
los individuos, una serie de conceptos que delimitan el espacio en el que uno
puede pensar; fijando lademarcación de lo políticamente correcto.
Lo brillante de este límite invisible,
ambiguo y vago de nuestro pensamiento es, precisamente, que no se puede
identificar con claridad, por lo tanto, no se puede cuestionar puntualmente.
Pero además, este corralito tiene otra
característica sobresaliente, el guardia que cuida que ningún pensamiento salga
de ese límite, es el propio prisionero.
Brillante.
Brillante porque no existe en el mundo nada
más efectivo para esclavizar al hombre, que esclavizar su mente, nada más
efectivo que convertirlo a él mismo en su propio custodio; custodio que no
precisa usar la violencia física para mantenerse como su propio prisionero,las
cadenas que usa se llama autocensura.
Por eso es tan difícil intentar mostrarles a
estos esclavos que lo son, porque están profundamente convencidos del altruismo
de estos ideales, de la calidad ética superior de la moral del auto sacrificio.
Dos son los principales pilares sobre los que
se asienta esta estructura. El
relativismo moral y el bien social.
Y los cimientos sobre los que estos pilares
descansan son: el sentimiento de culpa y el confort.
El sentimiento de culpa nos limita en la
capacidad de emitir juicios morales propios y firmes; el miedo a ser tildado
como discriminador y extremista, termina produciendo una moral gris, donde lo
bueno y lo malo pierden sus límites hasta confundirse el uno con el otro.
Es tal la confusión, que incluso se
relativiza la verdad y la realidad, ¿quién no escuchó más de una vez decir “cada cual tiene su verdad y su realidad”?
o sino ¿”Quién es usted para juzgar a
otro”? Esta última pregunta tiene su corolario en la frase “no juzgues a otros si no querés ser juzgado”,
sentencia que nos asegura una zona de confort libre de responsabilidades.
Libertad,
igualdad y fraternidad son los principios
fundamentales que le permitieron al individuo ser dueño de su destino, tener
los mismos derechos que todos, y respetar y ser respetado por su prójimo.
Estos principios liberaron el poder creador
de las personas, las hizo responsable de sus decisiones y marcó el único límite
real de convivencia, el respeto.
El postmodernismo entendió que estos
principios eran imbatibles y con un giro dialéctico, maquiavélicamente
brillante, invirtió el orden de los mismos; hecho que parece un ingenuo descuido,
pero que dista mucho de serlo.
La fraternidad como primer principio,
supedita al hombre a los intereses de la sociedad y como la sociedad es una
entidad abstracta que no tiene intereses per se, el puñado de burócratas
gobernantes “definen” cuáles son esos
intereses, pues son ellos y solo ellos los capaces de “saber” cuál es el bien común.
Para poder alcanzar esa fraternidad, ese bien
común, que no es otra cosa que el que todos seamos hombres comunes, sin peores
ni sobresalientes; debemos hacer que todos seamos iguales. Suena muy bien ¿No? Todos iguales suena,
incluso, hasta justo.
El problema es que para que todos seamos
iguales se nos debe tratar a todos distinto.
O sea, el que tiene más dinero debe darle al que tiene menos; el que se
saca 10 en la escuela es rebajado, aboliendo el sistema de calificación y
bajando el nivel de exigencia para que todos sean “aprobados”; el que marcha derecho en la vida debe
encerrarse entre rejas para que el que “se extravía” pueda tener la posibilidad
de compartir la calle y así otros ejemplos.
¿Y cómo alcanzamos está igualdad
platónica? Simple, poniéndole una
mochila más pesada al más fuerte, atándole los pies al más rápido, limitando
con la currícula de la educación al más inteligente, exigiéndole más a los
mejores y más esforzados para que ayuden a sus hermanos. Le quitamos la libertad de levantar el peso
que ellos quieran, la libertad de correr tan rápido como puedan, la libertad de
pensar y crear tanto como ellos sean capaces.
Por eso, para hacer valer los verdaderos
derechos humanos (no los manoseados), debemos recuperar el orden jerárquico de
estos principios: Primero está mi libertad, la libertad
de disponer de mi persona y de mis bienes según mi voluntad; luego la igualdad,
que enmarca el derecho a tener la misma consideración y no la igualdad de ser
considerados iguales. Y finalmente,
todos y cada uno de nosotros podremos juntar nuestras manos para poder trabajar
en forma fraterna por un mundo mejor.
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