Argentina: un paso atrás
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Los acontecimientos de ayer en Buenos Aires, en
la calle, y en el Congreso, muestran las dificultades que tenemos en el camino
de mejorar la democracia.
En nuestro país no son pocos los que descreen
del sistema, aunque por motivos diferentes. Están los que subrayan
exageradamente sus defectos y proponen sólo República. Y otros que la usan para
cometer desmanes, cortar calles, pasar por encima de las normas, aprovechando
que la democracia se basa en la tolerancia.
Esto se debe a que no conocen o no entienden
las bondades del sistema. Muchos, por ello, no se dan cuenta de que tanto por
desconocimiento, críticas exacerbadas o acciones anti sistema, les hacen el
caldo gordo a quienes desean ir hacia la dictadura.
La democracia, un fenómeno espontáneo, en los
países donde funciona mejor, al principio fue limitada, lo que dio el tiempo
necesario para la estructuración de partidos políticos. De esta manera se pudo integrar a las masas
disponibles al espacio político, evitando así, el carácter disruptivo de la participación
total. Esto permitió que la democracia se expandiera y perfeccionara. Lo
muestran, por ejemplo, Inglaterra y EEUU,
donde este proceso se dio mucho mejor
que en nuestro país. En esos países en el período de democracia limitada, se
estructuraron partidos políticos, ello evitó
que las masas quedaran al margen y con el peligro de ser captadas y usadas por
líderes antidemocráticos en busca de un poder omnímodo.
En nuestro país quienes son responsables de
dirigir los destinos del país, en vez de insultarse entre ellos y usar e
incitar a la violencia, debieran entender, si realmente quieren un país mejor,
la importancia que tiene el respeto a la Constitución y al sistema democrático.
Sin ello, el camino es un régimen corporativo donde cada sector golpea
directamente al poder en busca de sus
propios intereses provocando desorden y violencia. Es así como, aparece un
poder autoritario que reemplaza la democracia, para imponer el necesario orden,
sin el cual no puede funcionar la sociedad. Lo experimentamos con el entonces
coronel Perón y
Éste, también, fue el origen de los golpes militares: la gente y los líderes de partidos
debilitados pidieron, con insistencia, que se impusiera el orden, aunque
después lo olvidaron. Los resultados ya
los conocemos. Aún nos duele y continuamos sin poder salir una de las más hondas grietas, donde ni
siquiera se ha podido conseguir una justicia ecuánime.
Hoy los actores políticos debieran reforzar los
mecanismos institucionales y las normas que orientan el tratamiento del
conflicto político, poner en vigencia, después de doce años de herir el
sistema, el marco normativo democrático al cual deben supeditarse quienes viven
en un país, que desde 1983, intenta vivir, aunque precariamente , con
tolerancia, orden y justicia.
La democracia pone, también, vallas al Estado,
el cual, siempre con apetencia devoradora, intenta fagocitarse a la sociedad civil, con
controles, congelamiento de precios o nacionalizaciones, por ejemplo, y a los mecanismos democráticos que ella
provee para regular el conflicto.
Recordando los lamentables acontecimientos de ayer, viene
bien, terminar la nota con Karl Popper, el Sócrates del siglo XX : “…para
Voltaire - y con razón- hay una insensatez, la intolerancia, difícil de
tolerar. En realidad, es aquí, dónde encuentra su límite la intolerancia. Si
concedemos a la intolerancia el derecho a ser tolerada, destruimos la
tolerancia y el Estado constitucional. Este fue el destino de la República de
Weimar”
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