Mala praxis, error, complicación y otras yerbas
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
El desgraciado y resonante caso de Pérez Volpin,
trae nuevamente de la palestra, un tema complejo y repetido, los juicios de
mala praxis contra los médicos.
No pretendo abrir juicio con respecto al caso
de la periodista en particular, pues no se poseen aún todos los datos
necesarios de la autopsia e incluso porque no tengo la pericia necesaria
(estaría cometiendo mala praxis por impericia, algo que se ve en muchos
programas televisivos llenos de opinólogos) para emitir veredicto alguno.
Pero si creo fundamental diferenciar lo que es la
mala praxis, de lo que es el error y de la complicación; ya sea que estemos
hablando de medicina como de cualquier otro orden de la vida. Y no me refiero a las diferencias dentro del
derecho positivo (las leyes y las sentencias están llenas de errores cuando no
de mala praxis), sino desde un punto de vista conceptual y filosófico.
Lo primero a distinguir (y quizás lo más simple)
es la complicación. Esta se produce una
vez efectuada una práctica en forma correcta.
Con el pasar del tiempo, pueden aparecer situaciones negativas, no
deseadas, pero dentro de lo posible según se desprende de la bibliografía y la
experiencia mundial.
Una cirugía por una apendicitis puede generar
una infección del tejido graso de la herida quirúrgica días después del
procedimiento o una herida correctamente suturada puede terminar en un queloide. Son eventos esperables que van más allá del
accionar del médico.
La mala praxis se debe a situaciones en las
cuales la persona, efectúa acciones (praxis) para la cual sus saberes no son
suficientes (impericia); o realiza dichos actos en forma temeraria, elevando
los riesgos del procedimiento más allá de lo razonable (imprudencia); o, a
pesar de tener claras evidencias de lo inapropiado de su conducta, insiste en
ella (negligencia).
Es interesante ver que la impericia, la
imprudencia y la negligencia corresponden a los vicios de ignorancia, soberbia y
vanidad respectivamente.
La pregunta es, ¿es posible que una persona
lleve adelante un acto con pericia, prudencia y sensatez, y aún así esa acción
no sólo sea indeseada e inapropiada sino que sea perjudicial?
Esta duda me genera otras interrogantes. ¿Se le puede exigir a un ser humano que no
cometa errores? ¿Se puede ser tan
soberbio como para exigir lo que no se puede brindar? Quien comete un fallo ¿es culpable de
equivocarse? ¿es culpable de no ser dios?
Existe el error, somos seres imperfectos. Estoy convencido de que es sumamente difícil
distinguir la delgada línea que separa al error de la mala praxis, pero es
imperativo hacerlo por al menos dos razones.
Primero por el propio concepto de justicia y
luego por un hecho práctico y cotidiano, un hecho que termina afectando a todos
y cada uno de nosotros. Para graficarlo
te planteo una situación cotidiana que antes no sucedía.
¿Por qué crees que los médicos no colocan más
la cruz verde en sus autos y que tampoco se detienen en un accidente? ¿Adiviná?
Por el miedo al juicio de mala praxis.
Pensemos en lo contradictorio de esta
situación. Le exigimos al médico que se
detenga en un accidente a prestar ayuda, conscientes él y nosotros de no
disponer de los medios y probablemente de los conocimientos necesarios para
atender a un accidentado y luego le iniciamos un juicio por mala praxis. ¿Qué médico en su sano juicio se va a
detener?
¿Sabés por qué (entre otras cosas) es tan costosa
la medicina en otros países? Porque los
seguros de mala praxis son carísimos y el costo de esos seguros el médico los
traslada a los precios de las prácticas que realiza.
El estigma de los juicios de mala praxis indiscriminados,
lo paga en definitiva el paciente, ya sea con su vida en una emergencia, ya sea
con su billetera en la práctica cotidiana.
Por otra parte, considero que los colegios
médicos deberían ser los primeros e implacables custodios del bien hacer,
señalando y expulsando a aquellos colegas que cometan mala praxis. Esta posición asegura la defensa del virtuoso
espíritu médico, así como el buen nombre de aquel que consuma el pecado de ser
un ser humano y comete un error.
Para finalizar repito, no estoy abriendo juicio
acerca del caso de Pérez Volpin, sólo aprovecho la infortunada contingencia
para analizar lo conceptual del tema.
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