La vergüenza de la UNC secuestrada
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
Veritas liberabit vos (La verdad os hará libres)
Lema de la U.N.C.
En el último mes, la Universidad Nacional
de Córdoba, fue secuestrada por los violentos y crónicos pseudo-estudiantes que
vegetan en sus aulas, fiel reflejo de la intolerancia y la prepotencia de la
izquierda extrema.
Estos militantes políticos, que se hacen
llamar representantes estudiantiles, tomaron distintas facultades de nuestra Universidad,
impidiendo que decenas de miles de universitarios que SI QUIEREN ENSEÑAR Y
APRENDER, pudiesen desarrollar sus actividades en paz.
Pude escuchar algunos audios grabados durante
las llamadas “asambleas estudiantiles”,
asambleas infamemente citadas a altas horas de la noche, con el sólo fin de
reducir para el momento de la votación, el número de estudiantes “que estudian” al mínimo posible; en
ellas se proponía, por ejemplo, que Macri y el FMI se vayan del país… Los
jóvenes de hoy dirían, WAF!
Pero más allá de las consignas ridículas y
totalmente fuera de lugar que esbozaban estos parásitos de ¿altos? estudios,
quisiera compartir algunas reflexiones que considero más preocupantes.
Primero, la falta de reacción firme y
decidida de las autoridades. Es
increíble cómo no se llevó adelante un desalojo inmediato de los edificios
tomados y la expulsión de por vida de aquellos politiqueros disfrazados de
estudiantes.
Sea por cobardía, por ineptitud o peor aún,
por complicidad ideológica, quienes tienen a su cargo la casa de altos
estudios, no tuvieron las agallas, la capacidad o la voluntad de defender el
¿derecho? a la educación de miles y miles de estudiantes. La falta de estatura ética y moral de estas
autoridades, queda expuesta en su inacción durante las tomas y en su falta de
decoro, al no presentar la inmediata renuncia a sus cargos, por falta de
cumplimiento del deber público.
También me inquieta, aunque no me
sorprende, la desvergonzada arrogancia de los militantes universitarios, a
quienes les importa un carajo el grado de representatividad que tiene entre los
estudiantes; no les interesa porque se sienten “dueños de la universidad y de la verdad”. Están convencidos de su deber casi místico de
“salvar” a los universitarios de las
garras de la “oligarquía”, del “poder hegemónico”, del “patriarcado” y no sé de cual otra
sarta de delirios esquizofrénicos. Creen
que los estudiantes son idiotas y que ellos tienen “el derecho y el deber” de decirles qué les conviene, qué deben
hacer y cómo deben pensar.
Otra cosa que llama la atención, aunque no
tanto, es la apatía de la población en general.
Casi $100.000.000.000 (¿difícil leer?, cien mil millones de pesos) de
presupuesto universitario, QUE TODOS PAGAMOS CON LOS IMPUESTOS, para que unos
desquiciados secuestren las facultades.
Los argentinos están anestesiados y lamentablemente eso no es una
novedad.
Otros protagonistas a los que no entiendo,
son los padres de los alumnos, quienes observan impávidos cómo sus hijos
pierden el tiempo, la regularidad y las mesas de examen. Parece que no se dan cuenta que les están
cag….(arruinando) el futuro a sus hijos.
Tampoco comprendo a los docentes que SÍ
querían dar clases, quienes deberían haber elevado notas a las autoridades,
exigiendo se abran las aulas. En este
punto, es interesante ver la mentalidad antediluviana de la institución y de
los profesores; quienes fueron mayoritariamente incapaces de dictar sus clases,
por ejemplo, a través de las redes sociales, rompiendo de ese modo el cerco
físico de los captores. La U.N.C. atrasa
un siglo…
Y por último, están los propios estudiantes. Sea por indolentes, por temerosos o por
abúlicos; lo cierto es que no se enfrentaron a los secuestradores de las
facultades, no se organizaron ni avanzaron en masa sobre las trincheras de los
nefastos politiqueros, para de este modo demostrar, a las autoridades que no son
dignos de sus cargos, a los docentes sus ganas de estudiar, a sus padres el
respeto por su apoyo, a la sociedad el agradecimiento por pagarles sus estudios
y a ellos mismo, el coraje necesario para no dejarse atropellar.
La Reforma Universitaria de 1918, fue
llevada adelante por los estudiantes, graduados y profesores que pretendían una
educación laica, liberal, moderna, sin cargos vitalicios y con libertad de
cátedra (o sea libertad de pensamiento).
La misma se gestó en contra de una casta aristocrática que se había
adueñado de la Universidad, la famosa Corda Frates, grupo conservador, clerical
y tremendamente retrógrado.
Hoy debemos llevar adelante una Reforma
Universitaria, contra quienes se han apoderado de la casa de altos
estudios. Estos no son los miembros de
la aristocracia clerical del siglo pasado, seguidora del Dios cristiano; los
nuevos dueños de la Universidad, son una caterva aristocrática demagógica e
ideologizada de politiqueros mediocráticos, adoradores del nefasto dios del
posmodernismo, entronado en el mayo francés.
Este 2018, a un siglo de aquella Reforma,
exige de los estudiantes, graduados y docentes, la misma audacia que mostraron
Deodoro Roca o Arturo Orgaz, es imperioso acabar con este cáncer que destruye y
deshonra la UNC.
La Universidad debe ser un espacio de
crecimiento intelectual, de preparación profesional y de amor a la ciencia y al
saber; un espacio de desarrollo e innovación, de convivencia armónica y de
sentimientos filantrópicos.
Debemos acabar con las ideologías
totalitarias e inquisidoras que queman en una hoguera simbólica, a quienes
piensan con distintos argumentos, debemos desterrar la violencia y la
intolerancia inherentes a quienes pretenden imponer lo políticamente correcto,
el igualitarismo del rebaño dócil y la destrucción de las instituciones.
Es tiempo de una reforma que meta a la
universidad de lleno en el siglo XXI, que promueva la autogestión educativa de
los estudiantes, que aumente el nivel de exigencias y que entregue a nuestra
patria profesionales productivos, amantes del progreso e individuos con
pensamiento crítico; no parásitos progresistas adoctrinados y vegetantes.
Aquí y ahora, al igual que Thomas
Jefferson, yo “juro ante el altar
sagrado, hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del
hombre”. ¿Y vos? ¿te sumás a La Rebelión de los Mansos?
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