Reflexiones sobre el orden social
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
La
policía es indispensable para mantener el orden en una sociedad compleja ya que
los hombres no siempre nos ajustamos espontáneamente a las normas y éstas no abarcan
absolutamente a la acción social. Siempre
la normatividad y lo factico se hallan en cambio permanente y simultaneo. Es natural que muchas veces lo fáctico no
esté previsto por la normatividad, sino que la exceda. Esto señala la vigencia
ineliminable de desajustes y conflictos. El problema que vemos claramente en
nuestro país es que esto no lo entienden
varios líderes políticos ni tampoco numerosos sectores sociales.
Equivocadamente, creen que no basta con morigerarlos sino utópicamente piensan que
hay que eliminarlos. Son los que apelan a la justicia y armonía social, a la
igualitaria distribución de la riqueza, a la creencia de que se puede eliminar
el conflicto y con ello a la policía y la burocracia, logrando la unión social
mediante la terapéutica del amor o la solidaridad. Si bien la realidad indica
que es imposible eliminarlo no significa permanecer inermes ante él y no tratar de
disminuirlo y darle tratamiento.
Y de esto se trata cuando vemos las
dificultades que tiene el gobierno en su intento de darle más poder a la
policía ante el elevado grado de inseguridad que aqueja a buena parte de los
argentinos.
La
socialización, por la cual nos
convertimos en personas capaces de adaptarnos a los requerimientos que la
sociedad necesita para perdurar, no es perfecta, siempre habrá personas marginales y
frustraciones de todo tipo que llevan a conductas delictivas. Hay que empezar,
por ello, revisando la normatividad. El plan integral que necesita Argentina
para mejorar debiera tener en cuenta qué clase de socialización tienen los
niños en la casa y en el colegio. Se debe para formar individuos integrados al
grupo. Generar el control social interno por el cual los valores sociales se
convierten en constitutivos del propio
ser. La cultura al hacerse interna al individuo al constituir parte de su mundo
psicológico se convierte en núcleo orientador y controlador del comportamiento.
Ese control interno se complementa con el externo la policía, cuando aquel
falla.
El
tipo de castigo o violencia dependerá de la forma y el justificativo de la
violencia a ejercer por la autoridad o el sistema de autoridad. La
coacción física o psicológica es
indispensable y omnipresente inclusive en todos los aspectos de nuestra vida de
relación tanto para dirigir al niño como para castigarlo o más suavemente para
fijarle límites cuando los sobrepasa. El castigo o amenaza tan mal entendido,
en general, induce alguna forma de abstención, la frustración, o fuerza una
determinada acción conductual. Por supuesto que sabiendo que puede variar desde
un simple retiro de la seguridad psicológica hasta la más cruel violencia
física la que llega hasta a poner en peligro la vida del individuo y su salud
mental. El castigo como las normas es legítimo si es congruente o compatible con ciertos principios
éticos.
El conjunto de normas sociales configura el
orden de la sociedad, expresa la única posibilidad de convivir pacíficamente y
de cooperar en paz. Sin ellas aparece el caos y éste es imposible de soportar
por lo que en estos casos no queda otro remedio que la aparición de algún
autoritarismo que por lo general emplea una violencia despiadada para imponer
el orden.
Las
normas son flexibles para permitir la creación y la innovación, incluso las
personas pueden comportarse de manera diferente a lo que imponen las normas,
puede violarla arriesgándose a diferentes clases de penalidad.
Por lo
tanto la policía tiene una función esencial, imprescindible, no puede ser eliminada
En
nuestro país una gran porción de la sociedad no acepta a las fuerzas del orden llevados por
las arbitrariedades que han cometido en el pasado y que a menudo cometen,
debido a que el sistema político no tiene un buen control sobre sus actos. Tienden
a ser más duros en la crítica sin reconocer que todos los grupos e
instituciones- pensemos por ejemplo la pedofilia en la iglesia- no son
infalibles y las cometen, a veces asiduamente, no solo con respecto a la normatividad sino a
valores éticos, como en este caso. Hay diferencias en los grados, los momentos
y la naturaleza de esas arbitrariedades, y éstas dependen del poder político.
Este, tiene en sus manos, el poder brindar fuerzas de seguridad
eficientes y responsables. Puede reducir
al mínimo las arbitrariedades, mediante tentativas perfectibles e
indispensables desde el punto de vista práctico si, y solo si, existe
responsabilidad ética en quienes dirigen la estructura de la violencia. O sea,
para mejorar la actuación de la policía, hay que mejorar el poder político porque
solo el puede operar los controles sobre la violencia.
No es
comprendida en Argentina la función de la policía, por eso se la cuida y perfecciona poco. Sin ella la
vida en una sociedad compleja no sería posible.
La debilidad de la estructura familiar tradicional, la complejizacion de
las relaciones sociales, las complicaciones de la socialización , la
impersonalidad de la sociedad moderna, entre otras cosas, crea las condiciones
para que sea más factible la violación
de las normas .
El
control social es en la actualidad mucho más difícil que lo fue en las sociedades tradicionales, por
la pérdida del control interno. Por ello, el control externo, en este caso la
policía, que ejerce la violencia institucionalizada, debe aumentar. En estas
condiciones su papel es muy duro e implica alta posibilidad de daño físico y
psicológico para sus miembros por el mero hecho de cumplir con sus funciones
como ocurre también, en otras muchas funciones laborales. El desprecio por su
misión revela desconocimiento de la
sociedad moderna. Si el comportamiento de las fuerzas del orden es siniestro
siempre es culpa del poder político que lo induce o determina como a otras instituciones,
la justicia, por ejemplo.
Es
importante resaltar que en la sociedad en que vivimos la violencia
institucionalizada esta codificada, o sea, posee elevada formalidad. Además, de
haberse especializado y diferenciado, es pública, o sea que las normas y castigos
que corresponden a quien viole las normas pueden ser conocidos en cualquier
momento y la represión debe ajustarse a la permisividad de las
normas y debe ser explicada. Aspira a la racionalidad: si se castiga debe
decirse por qué, aunque la explicación pueda ser deficiente o falsa y las
normas inadecuadas, inconvenientes, o inmorales.
Lo
peor que puede pasar es que se continúe con numerosas normas antiguas,
inaplicables, o inconvenientes a la nuevas situaciones sociales, por lo
cual la complejidad de la estructura
social, la impersonalidad, la revolución de las aspiraciones son fenómenos que
pueden converger en una reorientación del marco normativo y valorativo que
provoque el fenómeno de la anomia. En este caso no se sabrá a cuales normas
atenerse para desarrollar la acción.
No es
lo mismo que la necesidad de elegir
entre opciones en una situación cuyo marco normativo se conoce perfectamente.
Por
último y resumiendo, las fallas de la policía no dependen de ella misma sino
del poder político que debiera tener un estrecho control sobre su conducta y de
la sociedad sobre ambos. Puede mejorar si las normas son mejores y si las creencias de los miembros de la
sociedad mejoran acerca de la libertad, la democracia y la justicia. El respeto
a estos principios son la base del
respeto a la policía cuyo trabajo además de ser indispensable es difícil y
peligroso.
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