La raíz del progreso económico
Manuel Sánchez González

Autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).





Durante los últimos dos siglos, la humanidad ha experimentado un avance económico espectacular, que contrasta con el estancamiento observado prácticamente durante toda su historia previa.
Según la historiadora económica estadounidense, Deirdre McCloskey, en este lapso el PIB por habitante, a precios constantes, se ha multiplicado por más de diez en el mundo y por más de treinta o cuarenta en las naciones más ricas.
La prosperidad sin precedente ha incluido no solo más bienes y servicios, sino de mayor calidad. Las condiciones de bienestar han mejorado drásticamente, incluyendo un aumento significativo en la esperanza de vida.
El progreso ha beneficiado a todos y, en especial, a los más pobres liberándolos de la miseria. Además, la desigualdad económica se ha acortado diametralmente respecto a la etapa previa. 
El cambio de rumbo ocurrió con claridad alrededor de 1800 con el surgimiento de la Revolución Industrial. El despegue se registró en los Países Bajos durante el siglo XVIII, en Gran Bretaña en el siglo XIX y, posteriormente, en sus colonias en América.
Por mucho tiempo, los historiadores se han preguntado cuál fue la causa del gran arranque económico, así como por qué sucedió hasta entonces y en esos lugares. La profesora McCloskey dedicó mucho tiempo a estudiar este asunto. Los resultados de su investigación quedaron plasmados en tres tomos, escritos en un estilo ágil con abundancia de datos, publicados en años recientes, los cuales se dedican a lo que llama la “Era Burguesa”.
Según esta economista, el gran progreso no tiene su raíz en los factores “materiales” comúnmente citados por los historiadores, los cuales abarcan, entre otros, la inversión, el comercio internacional, la división del trabajo, la educación, los derechos de propiedad, el clima y la genética.
Si bien algunos de estos elementos son indispensables para el crecimiento, no son suficientes para explicar el notable enriquecimiento de los últimos dos siglos. En términos generales, estos factores estaban presentes desde tiempos remotos.
La tesis de McCloskey es que el progreso económico fue posible gracias a una transformación cultural y de lenguaje, consistente en la revalorización de las actividades comerciales realizadas típicamente por la clase media, también llamada “burguesía”.
En la Inglaterra premoderna, había dos maneras de destacar: ser soldado o sacerdote. El mercader era visto con recelo y, hasta desdén, al considerarse que comprar barato y vender caro era una estafa y un pecado.
El cambio de mentalidad y de retórica hacia la clase media ocurrió como un proceso lento alrededor del Mar del Norte, iniciado en el siglo XVII y culminado durante el XVIII y la primera parte del XIX. Esta evolución fue facilitada por una serie de eventos previos que alteraron la vida social, referidos como las cuatro Rs, por sus iniciales en inglés, consistentes en Revuelta, Revolución, Reforma y Lectura.
La revalorización de la burguesía consistió en que las actividades comerciales empezaron a ser apreciadas y hasta admiradas. Se redujeron las barreras al emprendimiento, anteriormente edificadas por medio de regulaciones gremiales y gubernamentales. Además, el burgués comenzó a gozar no solo de la igualdad frente a la ley, sino de la igualdad en dignidad. Sus actividades “mundanas” fueron percibidas tan estimables como las de la aristocracia o la Iglesia.
La libertad y dignificación le permitieron a la clase media aprovechar las oportunidades para generar innovaciones, las cuales deben ser probadas en el mercado. En este ambiente, las posibilidades de mejora resultan virtualmente ilimitadas.
Según McCloskey, el progreso económico no solo ha hecho más rica a la humanidad, sino más buena. Ello es así porque el sistema de mercado, además de sustentarse en las virtudes, las fortalece.
Sin embargo, advierte que, desde mediados del siglo XIX, ha habido opositores a la innovación, que denomina la “clerecía”, compuesta por artistas e intelectuales de élite, entre otros. Estos grupos abogan por lo bohemio, pastoril y tradicional, arguyendo, sin hechos, que las innovaciones han implicado un costo ético muy alto.
La economista reconoce que, si bien este “innovismo” basado en el mercado tiene imperfecciones, ha rescatado a los pobres mejor que cualquiera de los sistemas alternativos que se han aplicado a lo largo de la historia.
Al parecer, el gobierno federal en México está promoviendo una mentalidad adversa al emprendimiento y la libertad empresarial. El regreso a una ideología que menosprecia el enriquecimiento y sublima la pobreza es una receta segura para el atraso permanente del país.


Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 23 de junio de 2020 y en Cato Institute.

 

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