Jorge Asís: No es fascismo, Maduro. Es hartazgo
Jorge Asís
Periodista de personalidad provocativa y observador
político, ha cultivado varios géneros literarios como escritor. Su novela Flores
robadas en los jardines de Quilmes, publicada en 1980, se convirtió en best
seller con 350.000 copias vendidas.
Inepto, escandalosamente grotesco, el improvisado
presidente Nicolás Maduro profundiza los desastres legados por el extinto Hugo
Chávez. Arrastra a la Venezuela Bolivariana hacia el dilatado calvario que
avergonzaría hasta la memoria de Simón Bolívar. Arrastra además, por si no
bastara, a las presidentas Dilma y Cristina hacia la indignidad geopolítica. Y
permite que Obama, gratuitamente, se consolide como un sólido estadista que
llama a la racionalidad del diálogo tan imposible como la sensatez.
Lo que se subraya es la inadmisible falta de liderazgo en
el subcontinente.
Ni Brasil ni Argentina asumen el peso de su historia.
Tanto Dilma como Cristina se extravían al confundir el
sentido de la solidaridad política. Ambas, con su distante complacencia, se
inmolan en la peor complicidad.
Maduro impone la dinámica represiva que es lícita
consecuencia de su mala praxis. Pero complementado por un discurso de encendida
condena hacia los fascistas imaginarios que sólo despierta compasión. Y una
misericordia intelectual que acentúa también las falencias alarmantes de los
instrumentos continentales de cooperación multilateral. Muestran que Unasur es
apenas el gran invento propagandístico que no sirve para nada. Y que incluso
supera, en materia de insignificancia, a la OEA.
Debe tenerse en cuenta que por aquella payasada
equivocada del avión del Evo que nadie desvió, los emocionados mandatarios del
subcontinente se auto-convocaron, en su oportunidad, para una cumbre
retóricamente inflamada de la Unasur. A los efectos de ensayar un
antimperialismo de utilería oral que remitía a la adolescencia ideológica
destinada al consumo interno.
No es fascismo, Maduro, es hartazgoHoy, en cambio, al
optar -ante las imposturas de Maduro- por la conveniencia del silencio, los mandatarios
confirman que dejaron de sobreactuar el redituable patriotismo. En adelante
son, también, cómplices.
En su magnífica impotencia, Maduro y los bolivarianos
movilizados caen en las barbaridades de manual. Las que supieron aplicar los
dictadores árabes que parecen, en el fondo, inspirarlo. Los que culparon de sus
males y fracasos a la cadena Al Jazeera, del siempre sospechado Qatar.
Para algarabía de los pintorescos bolivarianos con cascos
rojos, Maduro prefiere emprenderla contra la CNN. Aunque si se la compara con
el tratamiento informativo de Telesur, debe destacarse a la CNN como el máximo
ejemplo de objetividad.
El
chavismo póstumo y el hartazgo
No es fascismo, Maduro, es hartazgoCuesta asegurar, a
esta altura, la estabilidad del insolvente chavismo póstumo.
Sin la fraseología, sin la audacia, sin sobre todo la
astucia inteligente del animador principal que condujo la debacle, y en medio
del descalabro económico que agrava la dimensión del fracaso, ningún Maduro ni
Diosdado podrá sostenerse al frente del gobierno (si aún se lo puede llamar
así).
El 2019 está mucho más allá de la posteridad. Y la
estabilidad bolivariana no peligra porque el colectivo revolucionario se
encuentre hostigado por una tenebrosa banda armada de fascistas financiados por
Washington, como no para de comunicarse en Telesur.
Si la estabilidad del chavismo póstumo peligra es por el
colapso fatal de la falta de estrategia económica que condujo al
desabastecimiento. Hacia el rencor de la división, la corruptela desenfrenada,
el desperdicio de la riqueza dilapidada y la inseguridad que rebela.
Si el chavismo póstumo se pulveriza es por el hartazgo de
su sociedad.
Entonces no es fascismo, Maduro, es hartazgo.
Como variable, hasta aquí, el hartazgo no fue computado
en el análisis político.
En adelante los aventureros que accedan al poder en el
subcontinente tendrán que contemplar la variable concreta del hartazgo. El
cansancio moral de los ciudadanos que sin más nada para perder deciden salir
directamente a la calle. Con una cacerola o un insulto. Es el escenario moderno
de la batalla, que enriquecen las redes sociales y multiplican los medios de
comunicación.
La legitimidad del
acceso al poder debe cotejarse cotidianamente, con la legitimidad para
justificar la permanencia. Sin producir el previsible agotamiento de “la
sociedad harta que espera” (cliquear). Sin canales de representación. Ante la
insuficiencia de una oposición que no puede aprovechar la potencia de la
multitud que oposita.
Vaya entonces, como principio ético, la solidaridad con
los hartos de la Venezuela Bolivariana que agoniza.
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