Biden: enemigo del mundo libre
Virginia Tuckey
Investigadora, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Ante el constante fracaso de los pronósticos de
expertos en relaciones internacionales que las masas eligen aplaudir y tomar
como referentes, se ha adoptado como vía de escape y justificación a todo
culpar a Donald Trump.
¿Por qué a Trump? Porque tiene un peinado que
no va acorde a la alta estética que exigen las izquierdas y el snobismo
tercermundista, porque ofende al buen nombre del tirano Xi Jinping, porque
exigió que para entrar a Estados Unidos hay que cumplir con la ley, porque bajó
impuestos, porque quitó regulaciones, porque exigió a Europa que cumplan con el
pago que les corresponde en la OTAN, porque ubicó a Estados Unidos en el lugar
que legítimamente ocupa: por encima de todos los demás.
Este es exactamente el trasfondo que molesta a
la izquierda que ha avanzado nuevamente por el mundo con los disfraces del
ecofascismo, de las racistas acusaciones de racismo, de la experimentación
hormonal en menores de edad y del cuento sobre el éxito económico de China como
resultado de la tradición milenaria que los hace acreedores de una sabiduría
superior y no por el robo de patentes, la infiltración de espías y el perverso
sistema a base de esclavos.
Esta izquierda, hecha a la medida de snobs del
intelectualismo subdesarrollado, es avalada por muchos que no quieren ser
identificados como socialistas ni comunistas y que, además, se consideran en
una escala superior al llamar ”la clase no educada” al trabajador, al soldado y
al ciudadano americano medio, sin advertir que si no fuera por los estos
americanos estarían aun comiendo de las migajas de algún rey absoluto y con un
grado de alfabetización nulo.
Desafortunadamente, esta escuela del
resentimiento anti progreso con ínfulas de sabelotodo, ha penetrado en la
educación americana y la izquierda se ha aprovechado de ellos. Hoy sería
impensable ver a la esposa de un candidato a presidente llamar a la lucha
contra el comunismo, tal como lo ha hecho Jacqueline Kennedy en apoyo a su
marido JFK. Por el contrario, el actual presidente y su familia tienen fuertes
y demostrados lazos de negocios oscuros y corruptos con el Partido Comunista
Chino.
Biden no llegó a la Casa Blanca de casualidad,
ni tampoco porque consiguió los votos que necesitaba. Al menos no de manera
transparente. Llegó porque había que sacar a Trump como sea. Y así fue.
Biden no desembarcó solo en la Casa Blanca,
sino que vino acompañado de un equipo con fuertes lazos con la izquierda más
radicalizada.
Entiendo que decir que en Estados Unidos hubo
fraude y que la extrema izquierda ha tomado el poder en el Partido Demócrata no
cae bien y lleva a la burla de académicos y de la opinión pública formada con
charla TED, pero lamentablemente las pruebas sobre el fraude existen, son
demasiadas y las acciones de los Demócratas en el poder confirman a diario que
no siguen la línea ni de Jefferson, ni Madison, sino la de Jinping.
Nada dejó tanto en evidencia la estrategia antiamericana
de la administración Biden como la entrega de Afganistán a los talibanes.
Muchos dirán que todo es consecuencia del
“pacto con los talibanes” de Trump. Pues bien, si ese pacto donde EEUU puso
condiciones al movimiento terrorista talibán se hubiera cumplido, el resultado
habría sido el logrado cuando este entró en vigencia: ningún muerto y los
talibanes al margen de Afganistán.
El pacto, como todas las políticas que resultaron
de la presidencia Trump, han sido eliminados en las primeras semanas del
mandato Biden. Nadie puede negarlo, esto fue publicitado, aplaudido y defendido
por los que habían pronosticado la tercera guerra mundial como consecuencia del
flequillo de Donald Trump.
Financiar a Irán, cerrar el oleoducto en Estados
Unidos pero permitir que Rusia haga su gasoducto, abrir la frontera sur e
invitar a una invasión sin control, arrodillarse ante Europa en su proyecto
anti productivo y anti propiedad privada llamado “Acuerdo de París”, tardar
tres días en pronunciarse sobre las protestas contra la dictadura comunista
cubana, volver a financiar a Maduro, llamar terroristas a quienes defienden los
principios fundacionales de los Estados Unidos, pero aliarse y confiar a los
terroristas talibanes la seguridad , acusar de racista a quienes defienden la
legítima defensa, y llamar “protestas pacíficas” a quienes queman comercios y
tiran la estatua de Lincoln, dar un golpe letal al auto abastecimiento
energético del país y arrodillarse ante la OPEC, son acciones que resumen de
manera contundente los logros de la administración Biden.
Nada de lo hecho por la Casa Blanca en estos
nueve meses ha sido mala praxis. No ha sido por error la devolución del poder a
Rusia, como tampoco lo fue abrirle el camino al expansionismo chino, la
financiación a Irán y la entrega de Afganistán a los talibanes.
¿Cuáles son las evidencias para afirmar tal
cosa? El desarrollo de los hechos. Hay dos opciones. O quienes hoy están en las
más altas esferas del gobierno de los Estados Unidos y de las jerarquías
militares no tienen la más mínima idea de lo que hacen o lo hicieron a
propósito.
Hasta un niño podría haber acertado que las
consecuencias de abandonar cientos de millones de dólares en armamento, de dejar
a las fuerzas afganas sin respaldo ni abastecimiento llevarían a su forzada
rendición y, a la toma del territorio y las armas por parte de los talibanes.
Es bastante fácil la ecuación; sin margen de error. El resultado era evidente.
¿Cómo se desarrollaron los hechos?
En primer lugar hay que recordar que el
objetivo de retirar las tropas de Afganistán es de larga data. No se remonta a
la presidencia de Donald Trump, sino al final de la administración Bush. El
desgaste de las guerras en Medio Oriente fue una de las bases donde se paró
Barack Hussein Obama para ganar la elección en 2008, en ese entonces la promesa
fue salir de Iraq. Él y Hillary Clinton lo hicieron de tal manera que lograron
reforzar y expandir a ISIS.
En la era Trump, gracias a las exitosas misiones
en el Medio Oriente se revirtió de manera contundente el avance del ISIS en
Siria e Iraq, donde esta estructura terrorista fue eliminada casi en su
totalidad. Logrado esto, el objetivo siguiente fue Afganistán, donde se decidió
bajar el número de tropas y elaborar un camino para dar por terminada la
intervención militar americana en ese país.
Mike Pompeo no solo se reunió con los
talibanes, también lo hizo con todo el arco político de Afganistán. Las
condiciones de estas conversaciones se pueden resumir en que los talibanes iban
a recibir una respuesta de magnitudes inesperadas si tocaban a un solo
americano o si establecían alianzas con otras agrupaciones terroristas. La idea
no era confiar en ellos, la idea fue acorralarlos.
Es importante recordarles a los expertos de
mala memoria que el pacto con los talibanes lo empezó Obama y que las diferencias
con el de Trump y Pompeo son significativas. El pacto del Demócrata fue en
secreto y solo se supo cuando los terroristas lo dieron a conocer, y como
consecuencia Obama sacó de Guantánamo al “dream team talibán” o “los 5 de
GITMO”, llamados así por ser altos estrategas del atentado del 11 de
Septiembre. Este, y no el de Trump, es el pacto que siguió el actual presidente
americano.
Joe Biden, al igual que Obama, ha hecho desde
el día uno de su presidencia un esfuerzo inconmensurable por transformar y
llevar a Estados Unidos al nivel del tercer mundo latinoamericano o de la
siempre rezagada Europa continental. Esto quedó en evidencia en Afganistán,
lugar que sirvió de perfecto escenario para corroer artificialmente -pero de
manera concreta- la imagen, el poder y la eficiencia de las Fuerzas Armadas de
los Estados Unidos.
La fecha para la retirada que había establecido
la administración Trump (solo si las condiciones estaban dadas) fue fijada para
el 1 de mayo. Cuando Biden llegó a la presidencia, en el medio del
desmantelamiento de las políticas de la administración anterior, decidió que la
retirada sería el 11 de septiembre. Una fecha muy significativa que le daría la
posibilidad de asistir a la ceremonia por los veinte años del mayor ataque
terrorista en suelo americano y de vanagloriarse por haber traído la paz
definitiva con el fin de la guerra en Afganistán.
Ante las críticas por el oportunismo de la
fecha elegida, tuvo una “mejor” idea y cambió la fecha nuevamente. En abril
anunció que ya había ordenado y comenzado la retirada. En mayo los talibanes
comenzaron a avanzar por Afganistán y la reacción de Biden no fue contraatacar
como indicaba el pacto que él dijo seguir, lo que finalmente hizo fue acelerar
el retiro de tropas.
El 6 de julio del 2021 el 90% de las
operaciones estaban concluidas, con el broche de oro del abandono de la base
aérea de Bagram.
Estas son las acciones que demuestran que el
pacto de condiciones que impuso la administración Trump no se siguió en
absoluto. Joe Biden acaleró la
evacuación de quienes estaban armados dejando a la deriva a los desarmados,
cerró la única base aérea que podía garantizar la evacuación segura y dejó el aeropuerto
de Kabul como única salida, donde no existen las condiciones mínimas para poder
llevar a cabo esta tarea en un país tomado por el terrorismo.
No conforme con todo lo anterior tampoco se
cumplieron las pautas fundamentales de una retirada militar: desmantelar las
bases, destruir las armas que no pueden llevarse y quemar papeles con
información sensible. Todo esto quedó intacto al alcance de la mano de los
talibanes, amigos y socios del Partido Comunista Chino.
Si todo esto no llama lo suficientemente la
atención como para dilucidar que nada fue un error, solo hay que ir un poco más
a fondo.
Seguramente en esta instancia puede surgir la
pregunta que nace de la excusa que ha dado Joe Biden. Estas bases, estas armas
y todo lo demás no fueron puestas a disposición de los talibanes, sino de las
fuerzas armadas afganas, pero ellos decidieron rendirse ante el movimiento
terrorista y no actuar para defender su país, entonces ¿por qué deberían
quedarse a defenderlo los americanos exponiendo su vida?
Este atajo que tomó el Demócrata para
defenderse es un engaño, ya que si bien el comportamiento de los soldados
afganos no siempre fue ejemplar (incluso antes de la retirada americana), lo
cierto es que no pudieron hacer nada para defenderse, porque habían sido
abandonados.
La estructura militar en Afganistán funcionaba
de la siguiente manera: Las fuerzas afganas dependían de las fuerzas
americanas. El apoyo aéreo era fundamental no solo para llevar adelante ataques
a los objetivos enemigos, sino como la manera de reabastecer a quienes actuaban
en los puestos terrestres.
Joe Biden ordenó la evacuación de los
abastecedores de provisiones, del equipo de mantenimiento de los aviones y
cerró la base aérea retirando a los soldados encargados del apoyo en el aire, y
no dio aviso alguno a las fuerzas afganas.
Apagaron la luz, se fueron y la base de Bagram
fue inmediatamente tomada. Cuando los militares afganos llegan a la base, ya estaba
totalmente saqueada.
Esto tuvo como consecuencia que los soldados
afganos aunque hubieran querido no habrían podido defenderse. Quedaron sin
abastecimiento, sin inteligencia, sin ningún punto de apoyo. Solo les quedaba
rendirse a los talibanes, y eso es lo que hicieron.
Cuando Kabul cayó definitivamente, el
Departamento de Estado empezó a enviar visas online sin nombres, lo que provocó
el caos que vimos por televisión y redes sociales. Pocos desaprovecharon la
oportunidad para conseguir este e-mail y agregarle su nombre.
También, pudimos observar el descontrol y la
nula preparación del aeropuerto de Kabul para lograr una evacuación ordenada y
segura. El despegue de los aviones entre una multitud de personas, con el alto
riesgo que esto implica tanto para quienes están en la pista como para quienes
se encuentran en el avión. Además, ¿qué sucedería si alguien ataca a uno de
estos aviones? Ha sucedido antes y puede suceder ahora. ¿A quién va a culpar
Biden?
Por el momento y a pesar del caos los aviones
lograron despegar, pero esto no evitó que los enemigos del mundo libre empiecen
a actuar estallando dos bombas y dejando como saldo cientos de heridos y
muertos, entre ellos trece soldados americanos, la mayor baja en una década.
Aunque hoy lo veamos a la distancia, es falsa
la percepción que nos podría lleva a pensar que el problema es solamente de los
afganos. El caos es hoy un problema del mundo entero. Las acciones de Joe Biden
tienen consecuencias.
En este nuevo escenario diseñado y llevado a
cabo con total perfección por el Partido Demócrata, un gran subsidiario del
Partido Comunista Chino, el terrorismo volvió a tomar el control.
Con Rusia nuevamente con poder sobre Europa,
con China comunista frotándose las manos para ingresar a Taiwán y para seguir
avanzando por el mundo con su proyecto imperial totalitario llamado la Nueva
Ruta de la Seda; los talibanes nuevamente con territorio, armas de máxima
tecnología y bases militares de avanzada a su disposición; con un Irán que deja
en ridículo a Biden luego de que este le enviara nuevamente un abultado
financiamiento, y las fronteras del sur abiertas ante una invasión sin
precedentes, las amenazas al mundo libre nunca han sido tantas.
Ya no solo hablamos de un escenario donde se
puede hacer volar un rascacielos, o matar a transeúntes, la complejidad del
escenario ha pasado a un peligro de ataque nuclear.
Tal vez esta hipótesis suene descabellada, pero
deja de serlo cuando observamos cuales son los actores que hoy se han
transformado en “fuertes” y la debilidad que Estados Unidos se ha fabricado.
China, Irán, Rusia y los talibanes al mando de
Aghanistán, aliados con grupos que antes eran sus enemigos van juntos con un
objetivo en común: destruir al Tío Sam. ¿Cómo lo harían? Hay muchas maneras
posibles, pero solo se necesita una frontera abierta y el libre acceso de
cualquiera que decida armar una caravana para invadir un país. Todo está
servido en bandeja.
Mientras Biden toma de aliados a los talibanes
y les provee listas con la información completa de los americanos y afganos que
durante veinte años se dedicaron a aniquilar terroristas, el mundo entero se
tornó, nuevamente, un lugar peligroso. Mientras tanto, el escudo del mundo libre,
Estados Unidos de América, está demostrando debilidad en sus decisiones, en sus
estándares de defensa pero sobre todo en la moral de quienes dirigen a este
gran país.
Ningún “experto” en hacer malabares léxicos para
justificar lo injustificable puede detener el peligro que hoy se impuso sobre
el mundo. Ningún snob del tercer mundo en su constante ejercicio de idiota útil
puede desactivar las bombas que comienzan otra vez a aniquilar a miles de
personas, incluso a ellos mismos.
Como es costumbre, los únicos que pueden evitar
esta locura son los americanos, los mismos de siempre, los que no solo han luchado por su libertad
sino por la del mundo entero, incluso por aquellos que los envidian.
Para que esto suceda, lo primero que deben
reconocer es que no tienen un inexperto en la Casa Blanca, tienen al enemigo.
Nada es un error, es a propósito. Si una y otra vez tratan de torcer los
principios de la república y el federalismo americano dentro de las fronteras
de Estados Unidos, incluso en temas que tienen mucha oposición, ¿por qué no van
a quitar la solemnidad de este país y sus fuerzas armadas cuando tienen la
posibilidad de hacerlo al alcance de la mano y sin objeciones?
Seguramente, el pueblo americano, ese gigante
dormido que está siendo acechado por la cultura de la cancelación despertará y
una vez más dará una lección de valentía y libertad. Lamentablemente, en estas
instancias, el precio a pagar será otra vez muy alto. Ya que lejos de haber
finalizado un conflicto bélico, una nueva guerra ha comenzado.-
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