La losa del pasado
Macario Schettino

Profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).




Este fin de semana se llevó a cabo la reunión de la CELAC en México. Algo había dicho López Obrador de construir una alternativa a la OEA, pero no logró apoyo. En su discurso inaugural, el Presidente habló entonces de algo parecido a la Unión Europea, donde EE.UU. financie al resto del continente, pero sin opinar acerca de cómo se gobierna en cada país. Me recordó la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, de su antecesor y modelo, Echeverría.
Lo que sí ocurrió fue un enfrentamiento entre los dictadores presentes (Miguel Díaz-Canel Nicolás Maduro) contra los presidentes de EcuadorParaguay y Uruguay. Los tres últimos insistieron en la importancia de elecciones y derechos humanos, mientras los dos primeros exigen respeto a sus revoluciones. Sin embargo, me llamó la atención que tanto Díaz-Canel como Maduro hicieron uso de una estrategia retórica muy similar a la de López Obrador. El primero imagina que todo en Cuba deriva de Martí, mientras el segundo se ancla en Bolívar y Chávez. Ya usted conoce la querencia presidencial por los próceres, ahora incluso llegando hasta la fundación de Tenochtitlan.
También es conocida la tendencia latinoamericana a vivir en el pasado, pero el contraste de la CELAC me hizo pensar nuevamente en el tema, y creo que puedo sugerir una explicación. En general, América Latina se independiza hace 200 años. Brasil y el Caribe tienen una historia separada en este tema. Cuando la parte del continente que habla español se separó, todavía no ocurría la colonización de África, y la presencia europea en Asia era prácticamente de enclaves. Varias décadas después, cuando estalla la industrialización y la primera globalización, Europa y EE.UU. requieren materias primas en grandes cantidades, y se van a buscarlas a otros continentes. Es entonces cuando realmente se coloniza África y cuando se hacen intentos por hacer lo mismo en Asia (con diferente nivel de ‘éxito’). En América Latina, en cambio, esto no ocurre. Lo que hacen los países que se están industrializando es comprar los insumos que requieren. Es entonces que países como Argentina y Uruguay logran estar entre los más ricos del mundo.
Ese proceso genera resultados diferentes en los continentes. África es saqueada, y todavía hoy no puede construir estados sólidos. En Asia, Europa deja infraestructura y cicatrices. En América Latina, desigualdad. Aquí, quienes cosechan ese proceso son las élites que se crearon con las independencias, que obtienen fortunas obscenas.
Y es aquí donde entra la importancia del pasado. La única fuente de legitimidad de esas élites era la Independencia. No había otra razón para explicar por qué esas familias se hacían multimillonarias mientras los demás seguían viviendo igual que antes. Todo el discurso político se centró en ello. Cuando, después de la Primera Guerra Mundial, se acaba la fiesta y viene la resaca, surge el populismo, que disputa el poder haciendo uso exactamente de esa misma idea. Desde el Ariel de Rodó a los gobiernos de Cárdenas, Perón y Vargas, el tema central de la política es acusar a las élites de venderse al extranjero colonizador, antes España, ahora EE.UU. Y toda la legitimidad resulta de gritar: “Yankee, go home!”
La desigualdad, el caudillismo, el atraso permanente de América Latina no son resultado de esa época que llamamos Colonia, sino de la rapiña de los héroes que nos dieron patria. Las independencias fueron más bien traslados de dominio, de un rey lejano a una élite presente, que se legitimaba por ser insurgente, hasta que los populistas la acusaron de proyanqui para con ello reemplazarla en la rapiña.
La élite populista viviendo en el palacio virreinal, pues.
Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 20 de septiembre de 2021 y en Cato Institute.

 

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