No son los políticos sino el populismo lo que destruye la moneda
Roberto Cachanosky
Economista. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El argumento que la ex presidente y actual vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner, utiliza para justificar el despilfarro de cientos de miles de millones de dólares que se destinaron a mantener artificialmente las tarifas de los servicios públicos, es que como la gente ahorra plata en colectivo, luz, gas, etc., le queda margen para consumir. Como si la luz, el transporte público y el gas fuesen el maná que caía del cielo y nadie lo paga.
La realidad es que, con esas políticas, se agotaron las reservas de gas natural y hubo que importar GNL a precios que, como mínimo, eran el doble del que hubiese costado extraerlo sin control de precios; además de disparar el gasto público en subsidios.
Los trenes no hubiesen chocado si se hubiese pagado la tarifa correspondiente y se hubieran destinado los recursos necesarios al mantenimiento y modernización de del sistema ferroviario.
El sistema energético no hubiese colapsado si se hubiese pagado las tarifas sin atrasarlas. Y así se pueden agregar diversos ejemplos.
En definitiva, el kirchnerismo cree que se puede consumir antes de producir. Cree en la multiplicación de los panes y por eso en 2021, siguiendo con este absurdo razonamiento, impulsó el “plan platita” de cara a las elecciones de medio término, acelerando el proceso inflacionario, sin lograr el resultado buscado.
En rigor, desde el Gobierno creen haber inventado la pólvora en materia de política económica y suponen que lograron un nuevo paradigma de crecimiento cuando, en rigor, no hacen otra cosa que seguir los pasos de John Maynard Keynes, quien había sido refutado por Jean Baptiste Say muchos años antes de que el economista inglés escribiera su famosa Teoría general del empleo, el interés y el dinero.
En efecto, ya en 1803, Say (1767-1832) escribió un libro titulado Tratado de Economía Política, en el cual sostenía, en forma resumida, que la oferta crea su propia demanda. Y destaca: “Una persona que dedique su esfuerzo a invertir en objetos de valor que tienen determinada utilidad no puede pretender que otros individuos aprecien y paguen por ese valor, a menos que dispongan de los medios para comprarlo. Ahora bien, ¿en qué consisten estos medios? Son los valores de otros productos que también son fruto de la industria, el capital y la tierra. Esto nos lleva a una conclusión que, a simple vista, puede parecer paradójica: es la producción la que genera la demanda de productos”.
Lo que explica Jean Baptiste Say es que para que alguien pueda demandar bienes y servicios, previamente tuvo que producir y vender bienes y servicios. Es decir, primero se ofrecen los bienes que se producen y con la venta de se compran otros. Por lo tanto, “No debe decirse que la falta de ventas se debe a que la moneda es escasa, sino a que los productos lo son”.
Éste es el problema que tiene el Gobierno: cree que la moneda es escasa y que la cantidad de bienes y servicios en la economía está dada. Cree que ya existen esos productos y lo que se necesita es más moneda o inventar crédito, para poder comprarlos. Por eso, pone el acento en el consumo.
Por supuesto que toda economía tiene como último fin producir para luego consumir, lo que ocurre es que, al igual que sostenía Keynes, muchos gobernantes se olvidan del paso previo que es la producción. Piensan que los bienes surgen de la nada o que, dada la capacidad instalada, producir es una cuestión menor. Esa es la razón por la cual aumentan constantemente el gasto público: para “estimular” la demanda, ya que suponen que la oferta ya existe.
Say veía el dinero como un vehículo, es decir, el medio de intercambio por el cual los productores realizaban sus transacciones. Consideraba que cuando un productor vendía sus bienes, no lo hacía para obtener dinero como fin último, sino para poder comprar otros, siendo el dinero el vehículo que le permitía realizar la transacción.
El dinero no es riqueza en sí mismo, sino que es el instrumento que permite comprar las riquezas luego de haberlo conseguido mediante la producción.
Todos los intentos de John Maynard Keynes por rebatir la Ley de Jean Baptiste Say fracasaron porque iban contra la lógica más elemental. Keynes quería poner el carro delante del caballo, es decir, estimular el consumo antes de la producción. Si no lo conseguía, toda la estructura de la Teoría General se hacía trizas. Y Keynes no lo pudo conseguir. No pudo lograr el milagro de multiplicar los panes y los peces.
Repiten el error
El Gobierno también pone el carro delante del caballo. Quiere estimular el consumo antes que la producción y para ello expande el gasto público y la cantidad de moneda en circulación, o inventa crédito que no existe.
Aclaro que el crédito es la contrapartida del ahorro y el ahorro es ingreso no consumido. Esa parte que no se consumió se presta a otro para que consuma o invierta, cobrándole una tasa de interés. Así surge el crédito. El ahorro no se emite, se genera.
El resultado de los falsos estímulos al consumo es que, por un lado, la demanda crece más rápido que la oferta y los precios suben y, por otro lado, la cantidad de dinero en circulación sostiene y acelera ese proceso inflacionario.
Como sostenía Ludwig von Mises en un artículo de 1950 en la revista The Freeman: “Keynes no fue un innovador ni un precursor de nuevos métodos para conducir los asuntos económicos. Su contribución consistió más bien en brindar una justificación aparente para las políticas que eran populares entre quienes estaban en el gobierno…”.
De la misma forma, se puede concluir que hoy el Gobierno no es original con su política económica ni ha inventado la pólvora. Solo insiste en estimular el consumo creyendo que en economía primero se consume y luego se produce. Es como pretender comer la tortilla antes de cocinarla.
Este artículo fue publicado originalmente en Infobae (Argentina) el 30 de mayo de 2023 y en Cato Institute.
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