Impuestos voluntarios e imprescindibles
Carlos Rodríguez Braun
Catedrático, Universidad Complutense de Madrid. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


En la nerviosa y negacionista campaña que despliega la izquierda en defensa de los impuestos destacan dos falacias: que los impuestos son voluntarios y que no podríamos vivir sin ellos.
La profesora Pilar Mera Costas las expuso con brillantez en El País, en un artículo que citamos en este rincón el pasado domingo. Sostuvo primero que la democracia es un contrato, es decir, voluntario: "El Estado garantiza los derechos y libertades individuales y cada ciudadano contribuye según su capacidad y recibe según su necesidad. Lo que se traduce en la existencia de servicios públicos para todos los miembros de la comunidad y de impuestos con los que también todos participan sosteniendo el sistema". Y a continuación remató con la imprescindibilidad de los impuestos: "¿Podría el ciudadano con el dinero de su bolsillo pagarse la Universidad, las infraestructuras de su ciudad, un cuerpo de seguridad, su subsidio del paro, su operación de vesícula o su tratamiento de cáncer?".
El problema con la noción de contrato social es que nunca fue cierto, porque no hay contrato si no existe la posibilidad de no firmarlo. Doña Pilar, con las propias palabras del viejo lema marxista, ignora la característica central del Estado: la coacción. De forma que no garantiza ningún derecho, porque se funda en su quebrantamiento. Los ciudadanos no "contribuimos" con nuestros impuestos, como si fueran cuotas voluntarias de un club, sino que el poder usurpa nuestra propiedad, y si lo rechazamos podemos terminar en la cárcel. Eso no es "participar" sino obedecer.
La segunda falacia es también curiosa, porque parte del supuesto de que el Estado es gratis, y de que recibimos de él toda clase de bienes y servicios que no pagamos. La doctora Mera Costas, evidentemente, no ha perdido ni un minuto en echar un vistazo a las cifras, o en charlar con cualquier contribuyente. Por supuesto que los ciudadanos pagamos hasta el último euro de los servicios públicos, y por lo tanto podríamos pagarlos si el Estado no existiera.
Aquí es cuando la corrección política salta y proclama: ¡entonces solo habría sanidad para ricos! Pues, no, porque la sanidad también la pagan hoy los pobres y las clases medias, con un dinero que podrían dedicar a pagarla a través de las compañías de seguros.
Los impuestos no son voluntarios, ni tampoco imprescindibles. Conviene que lo recordemos, sobre todo en tiempo de elecciones.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 28 de junio de 2023 y en Cato Institute.

 

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