El consenso panperonista
Loris Zanatta
Los peronistas esperan no perder postulando
al menos peronista. Los no peronistas ¿esperan ganar votando al más
peronista? Lo dirán las PASO. ¿Por qué no? ¿Acaso las elecciones no se ganan
“en el centro”? ¿No sería el paso hacia una grosse koalition? ¿Hacia un
gobierno sólido con amplia mayoría parlamentaria y fuerte mandato popular? ¿El
ansiado fin de la grieta?
La perspectiva agrada a muchos: sindicatos
que aplauden, gobernadores que aclaman, empresarios que
aprueban, obispos que bendicen, piqueteros que callan. Estados Unidos apoya:
entusiastas o resignados, felices o exasperados, oportunistas o habituados, más
vale prevenir que curar. Cada uno con sus fines: aguar la reforma laboral,
trocar lealtad con mano libre en provincia, esquivar mercado y competencia,
conservar la nación católica, asegurarse la clientela planera, ilusionarse con
frenar la influencia china.
¿Qué esperar de semejante escenario? ¿No
sería una sosa sopa panperonista? ¿Un plato recalentado sin
impulsos reformistas? ¿Un enroque en la misma clase dirigente? Las grandes
coaliciones alemanas sirvieron para hacer delicadas reformas estructurales.
¿Será que en la Argentina servirán para postergarlas? Escuela, impuestos, salud,
trabajo, jubilaciones, energía, gasto público: ¿por qué una coalición
panperonista debería erosionar los pilares corporativos sobre los que estaría
sentada? ¿Por qué lo harían los beneficiarios de privilegios y subvenciones,
los administradores de dádivas y protecciones?
Tanto transformismo tendría sentido si el
país navegara a plena vela, pero apenas flota. Tanto conservadurismo
se explicaría si hubiera algo que conservar, pero conservar esto es agonizar.
¿Sería realmente el mejor antídoto contra el extremismo? ¿El puente salvador
sobre la polarización? ¿La milagrosa terapia antigrieta? Sí, si el diagnóstico
correcto fuera que “el mal de la Argentina” es la división, que la división es
artificial, que, quitada ella, solucionado todo: vamos, ¿quién no es un poco
peronista? ¡Ya lo dijo el general! Pero no, en cambio, si, como creo, la grieta
tiene raíces profundas y se debe al problema opuesto, a la obsesión unanimista,
a la intolerancia a nuevos caminos, al chantaje de la cultura nacional popular.
Es la base del consenso panperonista. La que
alimenta al pulpo corporativo, que inhibe la producción y produce
la inflación, protege la ineficiencia y castiga la innovación, cultiva la
autarquía y expulsa la fantasía, exalta a los pobres mientras sigan siendo
pobres. ¡Ay de tocarla! “Antipatria”, gritarán los militantes populares;
“colonialista”, reventarán los punteros; “antipueblo”, atacarán las minorías
violentas. ¿No oyen las amenazas? Correrá la sangre, truenan los profetas
decididos a cumplir sus nefastas profecías.
Mientras tanto, el Gobierno envenena los
pozos: trucos tramposos, promesas al viento, bailes con acreedores,
bombas de relojería, saqueo del tesoro. El repertorio habitual. Y recién
empieza. Recuerda el sur de Italia de mi juventud, los caudillos democristianos
regalando un zapato antes y otro después de la votación, prometiendo empleo en
correos y ferrocarriles, encabezando procesiones. Una postal amarillenta,
siempre actual. ¿Dónde están las protestas populares, las declaraciones
episcopales, los manifiestos de los intelectuales? ¿Por qué no se levantan hoy
ante el escándalo en lugar de hacerlo mañana contra quienes tendrán que
remediarlo? La cultura corporativa es así: llama “bien común” su interés, ama
al pueblo pero desprecia a los ciudadanos.
Anunciadas como históricas, las próximas
elecciones corren,
por lo tanto, el riesgo de ser como las anteriores: el último recurso se
volverá el penúltimo; las promesas de siempre, las componendas de siempre; las
peleas de siempre, la parálisis de siempre; las causas de siempre, los efectos
de siempre. Hará falta coraje para resistirse a las sirenas panperonistas,
fuerza para no dejarse absorber por el embudo panperonista, convicción para no
dejarse aplastar por el apretón panperonista, idealismo para plantar cara al
relato panperonista. ¿Tendrá éxito Bullrich donde fracasó Macri? El dilema es
siempre el mismo: ¿está la Argentina preparada para convertirse en un país
posperonista o seguirá siendo un país panperonista? ¿Está madura para
experimentar alternativas o seguirá vistiendo diferentes tonos del mismo color,
comiendo el mismo plato cocinado de otra forma, intercalando peronismos
peronistas con peronismos experonistas, cuasi peronistas, tal vez peronistas?
Algunos confían en el retorno peronista al
cauce “liberal” del congreso de la productividad, antes, y Carlos Menem,
después. Pero en ambos casos, ¿se liberalizó el peronismo o se peronizó el
liberalismo? La cultura institucional peronista pasó del crudo totalitarismo de
los años 50 a la democracia delegativa de los 90. La económica parió un
capitalismo sin mercado, un populismo liberista y un lucrativo reparto del
botín entre viejas y nuevas corporaciones.
La verdad es que no ha habido nunca un Bad
Godesberg peronista, que el peronismo fue y sigue siendo ajeno a la cultura
liberal. Nunca renegó del testamento político de Perón, el “proyecto nacional”
tan querido por sus discípulos, un sombrío refrito de la comunidad organizada,
una hoja de parra insuficiente para cubrir sus raíces fascistas. Los devotos no
peronistas del consenso panperonista harían bien en releerlo. El peronismo es
“la doctrina nacional”, decía; el vínculo entre democracia y liberalismo es “un
equívoco”; el “sistema liberal” no es “nacional, social y cristiano”. Se
entiende así que invocando los “valores inmutables del pueblo”, el peronismo
pretenda ganar aunque pierda. El
panperonismo es esto. ¿Terminará alguna vez?
Publicado en La Nación.
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