Javier Milei y Victoria Villarruel: los liberalconservadores en Argentina
Renato Cristin

Renato Cristin, filósofo italiano, profesor en la Universidad de Trieste.



El próximo 22 de octubre Argentina afrontará una nueva prueba electoral (para presidente de la República y cerca de la mitad de legisladores nacionales) decisiva para el futuro del país, porque la situación económica está al borde del colapso; la población, extenuada de restricciones de todo tipo; abunda la inseguridad por microdelincuencia, la inflación galopa a la velocidad de la luz, los mercados exteriores desconfían del estatismo, fruto de un prejuicio ideológico anticapitalista; la política tributaria es tan vejatoria que miles de actividades productivas cierran por desesperación, las dinámicas sociales se ven sometidas bajo la conducción de una tiranía progresista que impone lo políticamente correcto como nuevo evangelio laico, y la dialéctica (o alternancia) democrática se encuentra desde hace demasiadas décadas paralizada, atascada en el frente dominante, compuesto por el peronismo en sus varias franjas y, secundariamente, el radicalismo. Las elecciones de octubre van a ser por lo tanto cruciales, porque esta vez la pugna es entre libertad y coerción, entre liberalismo en economía (liberismo en italiano) y estatismo, entre emprededurismo y subsidios, entre valores tradicionales y amoralidad progresista. Y sobre estos binomios de opuestos se polarizan los contendientes.

De momento, la libertad es casi nula. Y sin embargo, Argentina como institución-estado y como nación nace del liberalismo, puesto que al área liberal pertenecían sus fundadores, entre los cuales sobresale ‒por energía teórica y capacidad legislativa‒ Juan Bautista Alberdi, que alrededor de la mitad del Siglo XIX trazó literalmente las «bases» (como consigna el título de una de sus obras) políticas, culturales y morales de la República. Pero a partir de los años Treinta, ese áureo filón liberal se ha abismado como un río cársico, tragado por una tierra fértil pero al mismo tiempo áspera, su vez supeditada a la política del país, contradictoria hasta el oxímoro: apasionada y cruda, generosa y cínica.

Por casi un siglo el liberalismo fué puesto al margen de la escena político-social, y la palabra «liberal» fué transformada en blasfemia, condenada y sumergida por el aluvión retórico del populismo, esa forma teatral de política que encuentra en Perón a su máximo intérprete. Y un destino parecido sufrió el conservadurismo, la corriente de la que Julio Argentino Roca fué uno de los mayores exponentes, que del liberalismo se distinguía tal vez nada más que por una atención más acentuada hacia la unidad del territorio nacional. También el partido conservador (PAN) fué desgastado por los pantanos políticos del peronismo que se afianzó a partir de 1946, año en que ganó las elecciones el Partido Justicialista, que a lo largo de diferentes alianzas y salvo algunas interrupciones (juntas militares por un lado y presidentes radicales por otro) sigue manteniendo el control del país. En ese panorama intoxicado por la demagogia peronista y el socialismo radical, se decía que ser liberal o conservador significaba estar en contra del pueblo. Liberales y conservadores como «enemigos del pueblo»: una vieja letanía que, desde los jacobinos de 1789, pasando por los bolcheviques de 1917, aun sigue en auge, y no sólo en Argentina.

Esta parálisis política consiste en tres aspectos convergentes: antetodo, las rendijas para elegir a presidentes no peronistas siempre fueron muy estrechas (incluso el más tendiente al liberalismo en economía como Carlos Menem pertenecía a la familia del peronismo, y Mauricio Macri, aun simpatizando en principio con alguna forma liberismo, pagó el precio del estatismo por el apoyo radical con que contó su gobierno); en segundo lugar, la política peronista actuó, en su mayor parte, adversando a emprendedores, productores artesanales e industria agropecuaria (o sea ámbitos que, para citar un ejemplo esquemático, en Italia identificaríamos con Confindustria, Confartigianato y Confagricoltura), haciéndoles difícil construir un partido que los representase con alguna posibilidad de éxito, porque la obligatoriedad del sufragio (una ley no precisamente liberal) hacía inevitablemente prevalecer la elección preferencial de las masas, casi en su totalidad devotas al peronismo; y por último, a nivel teórico e incluso lingüístico, los conceptos de conservadurismo y liberalismo (junto a los que con éstos se relacionan, como capitalismo, libre mercado, libertad individual, propiedad privada, Estados Unidos) se volvieron expresiones impronunciables, so pena de exclusión o marginación respecto del escenario político-social. Pero puesto que conservadurismo y liberalismo (con sus correlatos) son conceptos claves del mundo productivo y, asimismo, de la dimensión espiritual argentina, el haber prácticamente excluido del panorama político a estos dos conceptos significa haber penalizado la posibilidad de expresión de esos dos ámbitos fundamentales para el crecimiento de un país.

Sin embargo, desde hace unos meses, ha hecho irrupción en la escena política, social y cultural un nuevo actor, es más, un dúo de protagonistas que podría, al cabo de más de medio siglo, desencallar el barco Argentina de los bajíos y arenales a los que el peronismo y el socialismo lo han arrastrado. Javier Milei, economista liberal, liberista y libertario, y Victoria Villarruel, jurista conservadora en cuanto a valores y paladina de los intereses nacionales (pero lo contrario de nacionalista), son los dioscuros del liberalconservadurismo argentino, estrechamente unidos en sus ideas, perfectamente amalgamados en su visión de la sociedad, y que mutuamente se completan desde el punto de vista político, cultural y hasta caracterial: exuberante y desbordante Javier; equilibrada y controlada Victoria, pero determinada y cortante.

Los dos vienen de experiencias distintas, pero desde hace años comparten el mismo itinerario, y fueron electos a la Cámara de diputados en diciembre 2021 con el entonces neonato partido La Libertad Avanza. El candidato Milei ha desarrollado una intensa actividad divulgativa en los medios de comunicación incluso más innovativos, dictó clases en diferentes instituciones universitarias, formó a jóvenes economistas en base a las enseñanzas de Hayek y Mises; su vice Villarruel, abogado de experiencia, estudió antiterrorismo en Washington; católica comprometida con la defensa de valores morales en una sociedad cada vez más descristianizada, fundó en 2006 un importante centro de estudios legales sobre el terrorismo y sus víctimas (CELTYV), para que puedan lograr justicia por los crímenes de agrupaciones subversivas marxistas que en los años Setenta infestaron el país. Javier fustiga la inercia estatista de un sistema económico guiado por la ideología en vez que por el mercado; Victoria denuncia las consecuencias sociales, familiares e individuales del marxismo cultural que se ha apoderado de centros neurálgicos como la educación y formación, medios masivos, mundo del espectáculo, además de las instituciones. 

Los temas que los caracterizan son los habituales de lo que en Italia es el centroderecha, obviamente amoldados a la realidad argentina: al clásico law and order se suman las palabras claves del liberalconservadurismo, que en cuanto a política interior implican libre mercado y libertad de emprender, impuestos justos, separación efectiva de los tres poderes, reducción tendiente a cero de la intervención del Estado en los procesos económicos y correlativa liberalización de la actividad empresaria, plena apertura a las inversiones del exterior, potenciación de las fuerzas de orden público y por lo tanto aumento de la seguridad para los ciudadanos, defensa de la nación como dimensión fundamental de la existencia histórica de su pueblo. En materia de política cultural invocan las libertades personales relacionadas con la salvaguarda de los valores éticos de la tradición judeo-cristiana, defensa de la tradición cultural occidental de la letal agresión de la cancel culture que se está propagando también en América del Sur, defensa de la familia y de la fe religiosa; y en política exterior propugnan el occidentalismo no globalista, cercanía estrecha con Estados Unidos y Unión Europea, distancia política neta del eje China-Rusia-Irán y de los regímenes social-comunistas.    

Ambos sobresalen por una valentía que deberíamos definir heroica: Javier, porque difundir el liberalismo económico en Argentina equivale a desafiar el poder casi absoluto de la economía peronista de planes y subsidios, y por lo tanto granjearse los dardos de gran parte de la casta política, sindicatos, organizaciones de la variegada izquierda, e incluso de amplios sectores eclesiásticos (desde hace tiempo la Iglesia argentina está esencialmente alineada con las posturas de la teología de la liberación o de la teología del pueblo); Victoria, porque hablar de «víctimas del terrorismo marxista» en Argentina es como quebrar un tabù, tocar un santuario político de los ya citados movimientos subversivos que han sido mitificados, volviéndose intocables. Victoria quiere mostrar, ni más ni menos, que además de víctimas de la represión militar hay víctimas del terrorismo de izquierda, denunciar esos crímenes, defender el honor de los caídos y de quien ha sido condenado injustamente, y patrocinar a los sobrevivientes. En cualquier otro país occidental, el empeño de Villarruel sería meritorio, elogiado e inclusive apoyado por las instituciones (como por ejemplo ocurre en Italia, donde es unánime el consenso de las fuerzas políticas, aun de izquierda, en condenar los crímenes de las Brigadas Rojas y bandas semejantes), mientras que en Argentina se la obstaculiza y ataca como si fuese una emanación del mal. Es evidente que detrás de esa actitud agresiva hay un profundo y gravísimo problema, histórico y psicopolítico, que se traduce en una voluntad totalitaria de control de la sociedad y en el diseño unilateral de una ideologizada interpretación de la historia. También contra estos espectros tienen que luchar nuestros dos candidatos.

Por eso, su coraje político y existencial se vuelve un símbolo de la lucha por la verdad y por la libertad; el símbolo argentino de las finalidades que el conservadurismo y el liberalismo se proponen en todo el mundo, la versión austral de lo que el liberalconservadurismo es en Europa. Su esfuerzo debe ser por lo tanto también nuestro, de los liberalconservadores europeos, de los conservadores y libertarios estadounidenses, para que el cono sur del continente pueda emanciparse del sometimiento al social-comunismo, que ha vuelto al poder en casi todos los países de América Latina.

Javier Milei y Victoria Villarruel son un tándem político que en cualquier otro país occidental obtendría un triunfo  garantizado, pero que en Argentina debe pasar no sólo por las horcas caudinas de un peronismo devenido en sistema (político, social y hasta mental), sino además vérselas con ese partido centrista del ex-presidente Macri que en buena lógica debería comportarse como aliado, y hasta soportar el fuego amigo de esos liberales moderados que en vez de unirse a los liberistas y los conservadores, prefieren ponerse de acuerdo con el partido radical (de centroizquierda). A pesar de todo eso, el valor de las ideas de Milei y Villarruel, y sus cualidades personales, están conquistando la razón y el corazón de muchos argentinos que hasta hace poco nunca habían oído hablar ni de liberalismo ni de conservadurismo en términos auténticos, sino a lo sumo en base al lenguaje denigratorio y difamatorio empleado por la propaganda populista, peronista, progresista y marxista. Y esto es ya un mérito ‒histórico, político y cultural‒ de enorme relevancia: nadie antes que ellos había logrado franquear, al nivel más alto de la comunicación política y con una tan amplia difusión popular, la barrera de fango e infamias que había sido erigida alrededor de las palabras liberalismo y conservadurismo.

Pero también las encuestas son positivas y ahora, a menos de cuatro meses de las elecciones, empiezan a ser suficientemente realistas: la coalición de centroizquierda (macristas con radicales) y la de izquierda (peronistas y kirchneristas) estarían a la par en un 25%, y los liberalconservadores en 24. Estamos plenamente en juego. Javier y Victoria han abierto una brecha en el muro compacto y articulado del populismo y el progresismo, y como ya el mundo ha visto en el caso del Muro de Berlín, a veces alcanza un mínimo impulso para che un coloso que se yergue sobre la opresión y la mentira, se desmorone.  

 
 
© L’Opinione delle Libertà, 23-6-2023.
 

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