Pájaros perdidos
Enrique G. Avogadro
Abogado.


“El sexo está en todos lados, salvo en la sexualidad”. 
Jean Baudrillard

Una verdadera bandada de elegantes cisnes negros sobrevuela y depone sobre la campaña oficialista a escasos quince días de las cruciales elecciones nacionales. Al affaire de Chocolate Rigau, uno más de los muchos que intervienen en la cadena de corrupción en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y al escandaloso tema de los millonarios contratos suscriptos por Silvina Batakis en el Banco de la Nación, que se intentó minimizar con el despido de su Gerente General, se sumó la bomba de fragmentación del periplo sexual, digno de un magnate, del ahora ex Jefe de Gabinete del Gobernador Axel Kiciloff.
Mientras todo el pero/kirchnerismo está tratando de organizar cortafuegos y encapsular el tembraderal generado por las fotos y videos que publicó Sofía Clerici (habría que agradecérselo, porque impidió el rápido archivo del caso) sobre Martín Insaurralde, que no tuvo empacho en exhibirse ostentado montañas de dinero robado, ayer se agregó otro episodio similar que, esta vez, afecta a Gustavo Menéndez, el histórico Intendente de Merlo, de licencia mientras lo reemplaza su hermana, y actual Presidente del Grupo Bapro, que fue denunciado por enriquecimiento ilícito, o sea, por esa enfermedad endémica que, salvo raras excepciones, ha afectado siempre a toda la dirigencia del PJ.
Visto el sideral saqueo del que fue víctima el país entero durante la gestión del matrimonio patagónico y ahora, en la medida en que toda esta inmundicia explota mientras la Provincia de Buenos Aires llora el hambre de 56% de sus chicos, y la Argentina tiene al 40% de su población bajo la línea de pobreza y al 12% sumido en la indigencia, me pregunto si no cabe, ahora sí, la calificación de delitos de lesa humanidad, tal como la define el artículo 7 del Tratado de Roma, porque es innegable que la magnitud de la corrupción está exterminando a una enorme proporción de nuestros conciudadanos.
Si así fuera, cabría imputar a todos los integrantes de la organización ilícita que coorganizó y comandó Cristina Fernández, incluyendo a Axel Kiciloff por el inédito costo que implicó su penosa gestión como Viceministro de Economía (entre otros, los US$ 16.000 millones del juicio por YPF en que el país acaba de ser condenado) y a Carlos Chino Zannini, Procurador del Tesoro, el cual, con el propósito de permitir a su jefa robar otros US$ 5.000 millones, desistió de las medidas pedidas para demostrar que, detrás de los Eskenazy estaban los propios Kirchner y, así, evitar la condena.
Pese a que los graves episodios de corrupción han traído a la memoria colectiva otros (las fiestitas de Olivos, la bastarda y artificial guerra en la compra de vacunas que tantas vidas costó, el vacunatorio VIP), creo que las preocupaciones del oficialismo por el costo político de esos inoportunos escándalos no debieran ser demasiado importantes, ya que la oposición, salvo honradísimas excepciones, guarda un estruendoso y cómplice silencio en relación con la corrupción rampante que brota, con la fortaleza de fin de ciclo, por todos los poros de los gobiernos de los tres niveles.
En una notable demostración de la vigencia del síndrome de Estocolmo, el viernes pasado la CGT, la CTA, los movimientos sociales y hasta la izquierda lograran llevar mucha gente a aplaudir al máximo responsable del infierno en que transcurre su penosa existencia. El Aceitoso que promete hacer, si es electo Presidente, lo contrario de las catastróficas medidas que adopta hoy, y que dice saber qué se debe hacer para terminar con la devaluación del peso y la pobreza que él mismo provoca, recibió su baño de multitudes artificiales, transportadas hasta la Plaza de los Dos Congresos por centenares de ómnibus pagados por sus eternos explotadores.
En el primer debate, la ávida ciudadanía esperaba ver a los candidatos presidenciales hablar sobre los problemas que la agobian, exhibir sus proyectos y mostrar las lacras de sus contrincantes; sin embargo, nada de eso se produjo en las más que aburridas dos horas de ese acartonado y condicionado espectáculo. Inexplicablemente, los contendientes parecían señoritas tomando el té y con inusitada prudencia, ninguno de ellos hizo la menor mención, en los cuestionamientos a Massa, de los escándalos de Chocolate, Batakis o del impúdico viajero. Por ello, el amperímetro político no registró variación alguna tras tan educada discusión.
Patricia Bullrich, principal blanco de los ataques sospechosamente concertados del oficialismo y de los libertarios, en un pacto que debiera denunciar, desperdició una magnífica oportunidad para mostrar que no todos son lo mismo, como no es igual su proceder, y que encabezará un gobierno con un comportamiento ético estricto y en verdad diferente a este chiquero de descarada corrupción; espero que mañana, en el segundo y último debate, se ponga esos borceguíes que tanto la distinguen de las mujeres que circulan sobre altos tacos, como actrices destacadas o meras acompañantes, en este deprimente escenario político.
No digo, porque sería más que tonto hacerlo, que sea fácil o agradable vivir en la Argentina, pero estoy convencido de que vale la pena seguir peleando para que vuelva a serlo, para que podamos convivir en paz y recuperar el futuro para nuestros hijos y nietos.
 

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