¿Anarquía o liberalismo?
Diana Ferraro
Escritora
El desorden político parece crecer cada día a pesar de que el Presidente Milei sigue contando con una alta aceptación de una buena parte de la población, siempre legítimamente esperanzada en que este gobierno termine con la inflación y consega una moneda estable para regresar a una economía de libre mercado.
Decimos regresar, pero no inocentemente. La Argentina ya conoció su revolución peronista-liberal en los años 90 y el recuerdo es el de una gestión hábil y ordenada, tanto en lo político a cargo de Menem como en lo económico a cargo de Cavallo. Había un esfuerzo, como lo hubo después durante el gobierno de Macri, de respetar las instituciones y de favorecer una atmósfera cordial y políticamente educada.
En el caso de Javier Milei, se esperaba un prolijo político liberal, algo así como un discípulo de Cavallo, por quien siempre mostró tanta bien merecida admiración. Un Cavallo que incluso anunció que votaría por él, brindándole no solo su confianza y dándole un espaldarazo, sino aconsejándolo toda vez que lo precisase. Sin embargo, el Milei economista no parece estar completamente dedicado a su trabajo, muy distraído con sus aspiraciones de líder global del anarco-capitalismo. Una doctrina que precisaría quizá convencer antes a una todavía pesada minoría anti-liberal de las bondades del liberalismo, en vez de promover una suerte de trotskismo capitalista universal. A la hora de la sensatez, los extremismos confunden y sí, crean anarquía.
Una anarquía a la que una Argentina pobre y debilitada en todos sus ámbitos, no puede responder. La Argentina precisa un Milei que acepte modestamente el rol real que le otorgó una parte de la ciudadanía y el que le consintió Macri al prestarle sus votos para ganar la presidencia: el de ser un buen liberal y lograr otra vez lo que Menem y Cavallo lograron, lo que Macri intentó y no consiguió.
La Argentina precisa una conducción estratégicamente sensata, capaz de hacer buenos acuerdos, en especial con ese peronismo que también apoyó a Menem en su momento y que sigue a la deriva, esperando más bien conducción que confrontación.
Hoy tenemos otra vez una división. Lamentablemente, no es la que el Presidente Milei identifica. No es él contra la casta y ni siquiera él contra el estatismo (ver el interesante giro de Cristina Kirchner que por fin parece entender que el peronismo no solo puede sino que DEBE ser liberal en la economía). Se trata de algo nuevo: un estilo anárquico y rupturista--extremadamente grosero y maleducado, además—contra la institucionalidad y las mejores maneras de la política civilizada.
Si los adolescentes hoy prefieren pavear en las redes, emborracharse en el primer día de la secundaria y soñar con irse a otro país, en vez de aprender a hablar, escribir y leer correctamente, no hay que sorprenderse. No hay una realidad visible que los contradiga. Siguen la moda de la época: la anarquía que se les propone desde el mismo máximo poder nacional.
Tuvimos casi veinte años de kirchnerismo con su fantasía setentista de la Cuba socialista. Podemos tener veinte años más de anarquía a la moda de mal admirado Trump, promotor de la más escandalosa rebelión contra las instituciones norteamericanas. Inadecuadamente admirado, además, por ser un enemigo declarado de América Latina y cerrar la frontera al libre comercio. Inoportunamente admirado, además, por proponer retirar a Estados Unidos de Europa y dejar que Rusia continúe con su expansión, además de su persistente y destructivo accionar en las Américas.
El juvenil presidente con alma de adolescente puede seguir su fortuna porque así lo dicen el I Ching, el Tarot y las fuerzas del cielo, pero la Argentina tiene otras creencias y otras cartas y, aparentemente, está decidida a jugarlas.
Sería mejor un profundo baño de sensatez y que el Presidente—que ya sabemos es honesto y acepta que tiene que esforzarse para ser buena persona—madure de una vez y dé el ejemplo a tanto chico que no sabe cómo tiene que ser ni qué tiene que hacer para vivir una vida plena, útil y feliz.
Y no solo él debe madurar. La carencia de adultos responsables y confiables en la política es enorme. Faltan líderes sensatos, experimentados y respetables. Los que supimos tener hasta la debacle kirchnerista.
¿Quién será el primero en dar el ejemplo y demostrar que la Argentina no solo quiere sino que todavía puede?
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