El plan antiinflacionario sigue siendo a prueba de políticos
Sergio Crivelli


Tras cinco meses de gestión el presidente Javier Milei enfrenta un nuevo cuadro de situación caracterizado por tres hechos y una tendencia.
El primer hecho es su éxito en bajar la inflación. El dúo que forma con Luis Caputo, logró bajar el índice de costo de vida a un dígito. Tan abrupta fue la caída que las encuestas muestran que en los dos últimos meses la inflación retrocedió en la lista de preocupaciones de la sociedad. Se trata de un brusco cambio de expectativas.
El segundo hecho es el fracaso de paros, marchas y piquetes. Una de las amenazas que los medios agitaban para poner en duda la gobernabilidad era la de la “lucha por la calle” que finalmente fue desinflándose ante la indiferencia general.
El principal motivo de estos fenómenos inesperados residen en la falta de representatividad de los adversarios del presidente. El desprestigio de los sindicatos es ancestral a lo que se agrega una aversión generalizada hacia “piqueteros” y planeros. Aversión ratificada por una investigación judicial que descubrió extorsiones a los beneficiarios de planes que no querían participar de las marchas. A esos indigentes les quitaban sus ingresos y hasta les impedían ir a los comedores.
Los jefes piqueteros, a los que el gobierno peronista nombro funcionarios y entregó miles de millones de pesos, son un subproducto de los políticos. Una especie de políticos clase “b”, cuyo último interés son los pobres. Además de ser financiados con fondos públicos aspiran a convertirse en políticos.
El tercer hecho consistió en que, ante el fracaso de la CGT, de los cortes y las movilizaciones, la oposición se trasladó al Senado, cámara en la que se frenó el trámite de los proyectos de “Ley Bases” y de reforma tributaria por obra no sólo del peronismo, sino de bloques supuestamente “dialoguistas” como el de la UCR.
La demora en el debate apuntó a un objetivo obvio: que Milei no tuviera sancionadas las leyes antes del 25 de mayo, fecha en la que prometió un pacto político pseudofundacional. La actitud de la dirigencia opositora demostró por vía indirecta que ese pacto es una mascarada en la que nadie cree y que no generará ningún consenso básico para sacar al país de la actual miseria y larguísima postración.
Nadie cree en una Moncloa criolla porque los objetivos y características del actual presidente y de las dirigencias partidarias (tal vez con la única excepción del PRO) son tan antagónicas como inconciliables.
El meteórico ascenso de Milei al poder es consecuencia del desprecio que una mayoritaria porción de la sociedad siente por los políticos. No se trata de un hecho nuevo, pero sí de una exacerbación de ese sentimiento que creció visceralmente en las últimas dos décadas por los fracasos de la dirigencia, el empobrecimiento generalizado y los abusos de poder de quienes tenían vacunatorios “vip” o daban fiestas en Olivos mientras encerraban al resto de la población, por no hablar de la brutal corrupción de bolsos revoleados y de coimas en la obra pública tan numerosas que debían ser contabilizadas en cuadernos.
Milei es presidente por el hartazgo que generan los que contratan a toda la parentela en el Estado con ingresos inimaginables para el resto de los ciudadanos o se enriquecen de una manera procaz desde un cargo público.
No debe pensarse, sin embargo, que el apoyo al actual gobierno es sólo consecuencia del repudio a los ñoquis de la Cámpora. Generan esa reacción casi todos los políticos, por ejemplo el radical Martín Lousteau, que lideró el empantanamiento de los proyectos del oficialismo en la Cámara alta. Lousteau es socio político de Rodríguez Larreta y de Sergio Massa, promotores de una “camino del medio” que fracasó estrepitosamente en las elecciones de hace seis meses.
Cuando algunos dirigentes –v.g. Cristina Kirchner— se preguntan cómo es que por lo menos el 50% de la sociedad acepta el ajuste feroz de Milei sin protestar, lo que están haciendo es negarse a oír la respuesta obvia: porque la alternativa a Milei son los que llevaron al país de una crisis a otra. Y cuando los votantes llegan a esa conclusión no distinguen entre peronistas y radicales, la izquierda o la derecha.
Conclusión: el único escenario que le quedó a la dirigencia partidaria para frenar al gobierno es el parlamento. La pregunta por lo tanto es si Milei podrá gobernar sin el Congreso o con el Congreso en contra.
Hasta ahora el presidente consiguió bajar la inflación -su objetivo primordial- sin que le votaran una sola ley. Si mantiene el rumbo y los resultados el año próximo los políticos se van a encontrar frente a la perspectiva de otro desastre electoral. El problema no consiste enotnces en darle o no “herramientas” legislativas a Milei. Tampoco es ideológico. Es un problema de supervivencia. Por eso han cavado su última trinchera en el Senado.


Publicado en La Prensa.

 

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