Elogio de la normalidad
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.


Al cabo de unos pocos meses desde la instalación del candidato que ganó las elecciones el año pasado, me atrevo a hacer algunas reflexiones sobre el estado de la situación nacional, lo que habitualmente hacen los periodistas y algunos de sus entrevistados por la radio o la televisión, las mas de las veces confundiendo más que aclarando, con declaraciones dogmáticas, más que con aproximaciones prudentes, con pronósticos agoreros más que con comentarios inteligentes, con especulaciones exitistas, en lugar de con conclusiones razonables.
 
Mauricio Macri, fue elegido presidente, pero los otros que resultaron electos (gobernadores y legisladores), en rigor de verdad, son parte de un todo institucional al que los argentinos no estamos acostumbrados  después de tantos años de autoritarismo y falsa historia y es sobre eso que voy a esbozar algunas ideas.
 
Lo primero que debemos resaltar es precisamente una consecuencia de la diversidad de puntos de vista, opiniones e intereses, que se reflejan tanto en el orden nacional, en composición del Congreso, cuanto en los órdenes provinciales y municipales.
 
Ello debe ser apreciado como un avance en la necesaria y enriquecedora diversidad que implica un sistema republicano, democrático y federal como el nuestro, mal que les pese a los autoritarios de cualquier signo.
 
Hay quienes, añoran, en muchos casos sin darse cuenta, la uniformidad de pareceres y opiniones que imperaba en nuestro país hasta hace muy pocos meses.
 
La normalidad –hay que repetirlo- es todo lo contrario: se trata de coincidir en lo grande y trascendente (el Estado de Derecho, que es la separación de poderes, las garantías a los derechos individuales y demás disposiciones constitucionales) y disentir o no en los instrumentos para cumplir con los postulados de esa Carta Magna, discutir las leyes, hacer transacciones, acuerdos y concesiones, para lograr los objetivos de prosperidad y paz.
 
Es normal que la gente disienta, en la familia, en los barrios, en las escuelas, en las empresas, en los consorcios, en las asociaciones; y además, es enriquecedor, pues se debaten ideas, propuestas y acciones que solo a través del diálogo fructifican y se transforman en propuestas o se desechan.
 
Muchos de nosotros estamos apurados por resultados, más o menos inmediatos, de diversa entidad y diferentes exigencias. Hay quienes ponen énfasis en procesar y condenar a quienes aparecen como autores o cómplices de delitos. Lo normal, en cualquier sociedad organizada, es que ese anhelo se haga según las reglas y los tiempos legales. No se debe incurrir, otra vez,  en la fantochada de una justicia complaciente o meramente vengativa, como la que subsiste juzgando supuestos delitos ocurridos hace varias décadas con una infame vulneración del derecho vigente y la tergiversación de la historia.
 
Todos los argentinos, salvo los cultores del caos, queremos inversiones, producción, trabajo, creación de riqueza y su distribución, para tratar de erradicar la pobreza. Pero no todos comprenden que partimos de quebrantos, nacional y provinciales, inconcebibles y ocultos. Lo normal, lo razonable, es primero saber la magnitud de la bancarrota y luego comenzar a generar condiciones para reparar los daños.
 
Nuestro país tiene potencialidades enormes, tales como la producción de alimentos en volúmenes sorprendentes; mentes brillantes que impulsan las ciencias; una población que no abriga odios raciales ni religiosos; recibimos a migrantes de todo el orbe pero especialmente a vecinos; la familia sigue siendo un núcleo importante en nuestra organización social. Todas condiciones que nos alientan a seguir luchando por una sociedad más justa y equitativa.
 
Venimos de un tiempo de uniformidades impuestas, de mentiras monstruosas, de latrocinios inconmensurables y una pobreza inaudita.
 
Lo normal, lo recomendable, es encarar esos desastres con prudencia, sin apresuramientos, sobre todo cuando al mismo tiempo hay que seguir administrando un aparato estatal desmantelado y mal manejado.
 
Los argentinos no estamos acostumbrados, lamentablemente, a enfrentar los problemas con prudencia y sabiduría; tendemos a los apresuramientos y a la rápida denostación de todo aquello que creemos equivocado.
 
Juzgamos, además, a nuestros gobernantes de maneras disímiles: a algunos les creemos todo y a otros nada; a algunos los justificamos por sus conductas erradas y dañinas y a otros los vituperamos por ser prudentes y equilibrados.
 
Sugiero que hablemos menos, pensemos mas y actuemos después de meditar. Eso es lo normal.
 

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