La mentalidad fascista: un caso práctico
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



Parece curioso que -hoy en día- se manifiesten actitudes fascistas en personas que no sólo no se consideran tales, sino que hasta se indignan sobremanera cuando se les señala que sus argumentaciones son enteramente fascistas, y contestan muy ofuscadas estar en contra del fascismo. Hoy podemos presentar un caso práctico de lo que estamos queriendo significar con estas palabras.
La llegada de Uber a la Argentina y los debates que se han generado en torno a este tema revelan cuán grande es la mentalidad fascista que subyace dentro de una mayoría de los argentinos. Y no es solamente en relación específicamente a Uber y la controversia que ha generado su llegada a la Argentina, sino también se denota en otras áreas.
Uno de los rasgos más característicos de la mentalidad fascista es su aversión a la competencia. Un competidor que pueda ofrecer un servicio de mayor o mejor calidad (o ambas cosas a la vez) y a un costo más bajo, es visto como una "amenaza" por sus pares.
Ahora bien, esta cualidad tiene su explicación (aunque no justificación) en contextos de mercados artificialmente cerrados, ya sea en forma total o parcial, por medio de regulaciones estatales de toda índole, pero con especial relevancia en las fiscales que -por definición- acotan el campo de acción de cualquier actividad que se encuentre sometida a los tributos aplicables en cuestión. Dentro de esta regulación, incluimos la obligatoriedad de contar con patentes, licencias, matriculas, registros, autorizaciones, permisos, etc. de todo orden, provistas forzosamente por parte de una autoridad estatal, sea esta nacional, provincial o municipal.
A medida que la regulación de un determinado sector de la economía crece, el campo de trabajo de tal ámbito se va disminuyendo en idéntica proporción. De la misma manera que, si queremos introducir 1 litro de agua en un envase que sólo admite medio litro, tendremos que reducir -en tal caso- el litro de agua a solamente medio litro, desperdiciando la otra mitad, que se perderá para poder contener el agua restante PERMITIDA en el envase que disponemos. En nuestra analogía, el "envase" es el medio donde los intercambios voluntarios y pacíficos entre las personas se llevan a cabo, lo que denominamos con el término genérico de "mercados". Y el "agua" son los negocios que la gente podrá realizar.
Regular, siempre implica oprimir, constreñir, achicar, compeler. Porque cualquier clase de regulación involucrará cada vez un menor tamaño de ese envase. Lo que -en otros términos- se traducirá en mercados cada vez más pequeños, menor actividad, baja del nivel de vida, pobreza y así por el estilo.
En el caso puntual de Uber, la mayor parte de las opiniones se inclinan a favor de los taxistas y en contra de Uber. Entre los que están en contra, se destacan dos grupos bien definidos: los que apoyan la prohibición completa del sistema dentro del mercado argentino, y los que están a favor de permitirlo, pero con las mismas o mayores regulaciones actuales que tienen los taxistas. Son muy pocos los que promueven la única y verdadera solución a este aparentemente problema que encontramos. Y que es la de desregular el mercado de transporte en general, es decir, no sólo el de los taxímetros sino el del resto del transporte público y privado.
Paralelamente, existe mucha ignorancia entre la gente que es usuaria del transporte público, y que cree que cuanto más regulados son los mercados estos se vuelven más "seguros" o "legales". El que el estado-nación otorgue una licencia o patente de corso para tal o cual trabajo, no la torna per se en mas "segura" o "confiable". Si así fuera, no existiría ningún caso de mala praxis entre los profesionales matriculados de las distintas disciplinas en que se exige legalmente tal requisito. Y todos sabemos que estos abundan. De la misma manera que, una híperregulación del transporte no ha evitado -ni aun en los casos en que el trasporte ha sido totalmente público, mejor dicho, completamente estatal- los accidentes de tránsito. Por el contrario, cualquier estadística demuestra que, a mayor regulación mayor cantidad de accidentes.
Es que la habilidad o pericia de un profesional, su idoneidad y/o experticia en cualquier campo del saber o del hacer, no va de la mano de la posesión de su respectiva matricula, registro o licencia estatal para la faena que desarrolla o el campo en el cual se desempeña. Tampoco depende de la cantidad de gravámenes en los cuales se encuentre inscripto y que puntualmente le pague al fisco. De ningún modo. Es el respaldo de una pasada o actual clientela satisfecha por haber recibido sus buenos servicios o productos la que lo avala, y ninguna matricula, licencia, patente ni registro otorgado por un gobierno o por un determinado funcionario que nunca fue su cliente y -por ende- no puede evaluar ni calificar ni su capacidad ni su idoneidad para la profesión o tarea que va a "habilitar". Únicamente el cliente complacido puede acreditar la idoneidad de un profesional, técnico, operario, trabajador, etc.
Si algún taxista determinado o un conjunto de ellos estima que el sistema de Uber "quitará ganancias" a los taxis y las "transferirá" a los chóferes de Uber, nada le impide -en tal suposición- abandonar el sistema tradicional del servicio taxímetro y pasarse al de Uber. Y si esta solución también se rechaza, entonces estamos ante un flagrante caso de defensa de un monopolio gremial y sindical fascista como lo son -indefectiblemente- todos los monopolios creados mediante legislación fiscal o cualquier otra cuyos fines expresos o implícitos sean mermar o suprimir la competencia en este o aquel ramo de la industria o el comercio. Y, lamentablemente, este tipo de legislación es la que abunda en la Argentina.
En otras palabras, la mentalidad fascista nos invita a comprimirnos, achicarnos, agrandar los monopolios existentes y defender las leyes expoliatorias en las que todo este armado de restricciones y regulaciones se sustenta y edifica. La consigna pareciera ser suprimir la libre y total competencia a toda costa y ultranza. 

 

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