Un rumbo frustrante
Gabriel Boragina
Abogado. Master en
Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de
Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos:
La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito
social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más
vendidas.
Un liberal (entendido el liberalismo en su sentido clásico, esto es como limitación a todo poder) desearía estar viendo pasos liberales en un supuesto gobierno ‘’liberal’’ (como gusta auto etiquetarse el poder ejecutivo argentino).
Pero, por desgracia, no está siendo así. Transcurre el tiempo, y en vez de ver pasos direccionados en pos de un perfil genuinamente liberal, se observa la insistencia en el rumbo contrario.
Apenas asumido el gobierno promulgó un decreto ley arrogándose poderes absolutos y (no conforme con ello) escasamente días más tarde envió al Congreso Nacional un proyecto de ley donde no sólo ratificaba esos poderes omnímodos sino que pedía que el Congreso le otorgara más por plazos que prácticamente abarcaban todo el de su ''mandato''.
Nada más alejado del liberalismo.
En varias notas, hicimos votos por observar un cambio de actitud y de dirección hacia el extremo opuesto, es decir, no buscar ampliar su órbita de poder sino reducirla para, de ese modo, diferenciarse de los demás gobiernos que procuran incrementarla.
Pero, hasta el momento, la espera es en vano y defraudatoria. No sólo no se ha retirado el decreto ley tristemente conocido como el 70/23 sino que, a pesar de haber fracasado el intento legislativo de aprobar la llamada ‘’ley ómnibus’’ cuyos capítulos fundamentales giran en torno a esos poderes absolutos que pretende el ejecutivo, no se ha abandonado la idea de volver a plantearla para una próxima aprobación.
Capítulo aparte son las miríadas de sentencias judiciales declarando la invalidez o inaplicabilidad del inconstitucional decreto 70/23, las que tristemente no parecen dejarle ningún mensaje ni lección al gobierno, cuyas manifiestas actitudes autoritarias dejan muy deslucido al liberalismo que para colmo insiste en esgrimir.
Paralelamente, las recientes declaraciones del titular de ese ejecutivo en cuanto a que los jubilados son el sector menos afectado por la pobreza y, por lo tanto, sería lógico postergar sus ingresos (palabras más, palabras menos) revelan como mínimo un completo desprendimiento de la realidad. pero no sólo eso sino (lo más grave a nuestro juicio) es el manifiesto desconocimiento exhibido en cuanto a que el sistema de reparto (en el cual está basado la legislación previsional) condena precisamente -y por su propia mecánica- a los jubilados a ser el grupo más afectado por la crisis económica. Es decir, en la infortunada declaración subyace un punto muy importante de torpeza en la materia económica , específicamente en cómo funciona el sistema de reparto.
Esto es muy grave cuando proviene de un economista que reclama para sí mismo el rótulo de ‘’liberal’’ ‘’libertario’’, porque demuestra que no se es ni lo primero ni lo segundo. Y más serio todavía cuando se declara desde un cargo público del máximo nivel ejecutivo.
Pero volviendo a cuestiones que tienen que ver con el liberalismo y su oposición al poder político, es preocupante que el rechazo del poder legislativo tampoco se haya visto como lo que sociológicamente es: una manifestación de la sociedad en contra de lo que ha visualizado como un proyecto hegemónico. Y más triste aun es leer y escuchar que desde el ejecutivo se insistiera en desconocer ese mensaje.
Es que la oposición, en teoría política, no sólo consiste en los partidos que adversan al oficialismo sino en todas las áreas sociales, incluso aquellas que no adscriben a ninguna facción política ni simpatizan con otras.
Hay una oposición extrapartidaria que difícilmente entra en los cálculos de los políticos, incluidos en amplios espacios de la misma opinión pública. Políticamente creen que no cuentan. A veces se los llama la mayoría silenciosa.
En terreno político no caben -opinamos- términos como negociar, porque estos vocablos los creemos aplicables sólo al ámbito del mercado, desde el instante que entendemos que sólo se puede negociar cuando se lo hace con recursos propios, algo que no sucede en el campo político donde siempre se lo ejecuta con y sobre recursos ajenos.
Pero, aun obviando lo anterior, está claro que utilizando el vocablo en el sentido popular, no está en miras del gobierno negociar con esa oposición (oposición en el sentido que la hemos definido antes y no el corriente).
Con todo, hay otra cuestión que ya hemos señalado. Si hay que ‘’negociar’’ es porque existe una filosofía (en este caso la supuestamente liberal) que no se comparte. No hay un consenso liberal. Lo que indica que este gobierno no llegó por conducto de previo consenso liberal social.
Si hay aun amplios grupos sociales a los que todavía hay que convencer de las bondades del liberalismo es porque al minuto de votar no existía esa persuasión. Y en su oportunidad explicamos a cuáles razones atribuimos nosotros el resultado obtenido.
Y si la intención del gobierno fuera realmente negociar, está más que vista su incapacidad real para hacerlo.
Otro aspecto en contra de la fama ‘’liberal’’ del gobierno es la continua incorporación de figuras políticas desgastadas que, en campaña, se censuraron tildándolas como pertenecientes a ‘’la casta’’ (una de las banderas políticas favoritas del partido gobernante).
Sin embargo, el sucesivo ingreso de esas personas (como el caso de Daniel Scioli o, peor, de ligados al terrorismo como Vaca Narvaja) trasmiten un mensaje distorsionado a la sociedad acerca de cuál es la verdadera ideología del gobierno actual.
Por ahora, el panorama es entre confuso y contradictorio. No obstante, seguimos sin advertir un avance hacia objetivos que realmente puedan llamarse propiamente liberales o siquiera ''libertarios''.
Es cierto que muchos de los proyectos genuinamente liberales chocan en Argentina contra un valladar para nosotros importante como es la Constitución de la Nación, especialmente tras la que hemos denominado ‘’reforma socialista'' de 1994 (en rigor, más precisamente socialdemócrata).
Pero en ese caso, el gobierno debería sincerarse, admitir que no puede luchar contra ‘’los molinos de viento'' y en un gesto heroico y fiel a ideas liberales, abdicar en pos de un gobierno que sociológicamente represente de manera genuina el actual plafón sociocultural populista de centro izquierda para expresarlo en términos vulgares.
Un gesto así permitiría un proceso evolutivo al estilo pensado por Friedrich A. von Hayek y no los actuales embates autoritarios en pos de forzar algo a lo que la evidencia indica que la sociedad argentina no está preparada, y que sólo votó fruto de una indeseada coyuntura donde los candidatos que quedaron para el ballotage configuraban dos males: uno conocido y el otro por conocer, y se eligió el mal a conocer. Hoy estamos conociendo ese mal que elegimos. Y lo mal que elegimos.
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