Crónica de una muerte siempre anunciada: El socialismo
Marcelo Duclos
Es Periodista (TEA) y Master en Ciencias Políticas y Economía (Eseade). Conductor de Los Violinistas del Titanic en Radio Palermo.
Más allá de
las desapariciones físicas de los dirigentes políticos y de los ciclos que
atraviesan las diferentes naciones, las épocas son marcadas por las ideas.
Si bien éstas
pueden ser utilizadas muchas veces como excusa para garantizar los intereses y
privilegios de los gobernantes, las ideologías cumplieron (y cumplirán) un rol
fundamental en la historia de la humanidad.
Las visiones y
los deseos de cómo debería funcionar el mundo nacen en la cabeza de unos pocos.
Luego esto llega a las hojas de los libros, a las aulas, a unas elites, a
grupos revolucionarios y en algunos casos hasta cambiar el mundo. En unas
oportunidades para mal, generando muerte, guerras y caos. En otras,
instituciones que, si bien distan de ser perfectas, permiten la cooperación
social en paz y relativos grados de libertad.
El marxismo (o
“socialismo científico”) nació al calor de las crudas imágenes de los primeros
resultados de la revolución industrial. Se estaba gestando un proceso de
innovación inigualable, génesis del bienestar con el que contamos hoy. El sistema, al que Marx denominó
“capitalismo”, que hoy sin dudas otorga al proletario un nivel de vida
inimaginable para el burgués de aquellos días, tuvo su crítica y contrapropuesta.
La misma contaba en la eliminación de la propiedad privada y la colectivización
de los medios de producción.
Antes de todos
los fracasos de la implementación de este modelo y con la revolución
bolchevique dando sus primeros pasos, el economista austríaco Ludwig von
Mises (1881-1973) pudo ver el problema
teórico que encerraba el ADN comunista y predijo con toda claridad que fallaría
inevitablemente donde y cuando se lo quiera poner en funcionamiento.
Para Mises la
abolición de la propiedad privada traía consigo un agregado que los teóricos
marxistas no buscaban, pero que era ineludible: la eliminación del sistema de
precios. Éstos, que actúan como señales, permiten que un sistema de mercado
libre revele las preferencias de la gente que cuenta con recursos limitados y
necesidades infinitas. Éstas se ordenan, como Böhm-Bawerk y Carl Menger
describieron en la teoría del valor marginal decreciente, según las
preferencias de las personas. Mediante la división del trabajo las sociedades
cooperan y logran abastecerse de los bienes y servicios necesarios para la
subsistencia y mucho más. No es casualidad que todos los índices de calidad
institucional a nivel mundial muestren que a mayor respeto por la propiedad
privada y a más libertad económica, mayores salarios y bienestar tienen los
trabajadores. Las hambrunas de los modelos socialistas demostraron que el
sistema de precios libres no podía ser reemplazado por las órdenes políticas.
Mientras que los mercados del capitalismo salvaje llenaban sus góndolas, las
poblaciones rurales bajo los experimentos socialistas morían de inanición. A
veces por la inexistencia de recursos, otras por la imposibilidad de llevarlos
a destino. Daba lo mismo una sequía o un vagón repleto de trigo pudriéndose por
la falta de esa frivolidad, podría decir un socialista, denominada precios.
La revolución
cubana fue sólo uno de los tantos fracasos del comunismo a nivel global. La
dependencia de una hermosa isla en medio del caribe, primero de la Unión Soviética y luego de
Venezuela, lo demuestra. El que tenga alguna
duda del desastre económico total del modelo implementado por Fidel Castro
puede investigar sobre la liberalización parcial que tuvo que implementar
cuando se acabó el subsidio rojo, antes de los petrodólares bolivarianos. Todo
esto sin mencionar el modelo totalitario que trajo consigo la planificación
centralizada.
Fidel y el Che
dejaron el mundo con la misma asignatura pendiente que Mao, Lenin y los dos
primeros Kim: el paraíso en la tierra de la propiedad colectiva. Ese sueño que
como advirtió Mises está fallado de fábrica y que fracasará cada vez que
se lo ponga en funcionamiento. Es
simple. Sin propiedad no hay precios, sin precios no hay asignación de recursos
y esto que parece un tecnicismo es lo que lleva el pan a la mesa todos los
días.
El socialismo
no murió con Lenin, ni con Stalin, ni siquiera con la caída del muro de Berlín
y el bloque soviético. Tampoco morirá ahora con Fidel Castro, pero de continuar
su vigencia como modelo moral e ideal en el ámbito académico y político muchos
pueblos continuarán sufriendo los fracasados intentos de aplicación una y otra
vez.
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