Ladrón que roba a ladrón
Alfredo Bullard
Reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.
Marco Antonio es taxista en La Habana. Estudió en la universidad, pero ser taxista es mucho más rentable que ejercer su profesión. Eso pasa con la mayoría de los profesionales. Estudiar muchos años no hace realmente diferencia. El sueldo de un cubano suele encontrarse entre 9 y 12 dólares mensuales.
“Nadie puede sobrevivir con ese sueldo”, me comentó Marco Antonio. “Tienes que hacer malabares. Aquí solo se sobrevive robándole al Estado. Cuando te presentas para un empleo [casi el único empleador es el Gobierno] y te dicen cuál va a ser el sueldo, la primera pregunta a quien te entrevista es si se puede sacar algo más. Si te dicen que el sueldo es todo, no aceptas. Pero a veces te dicen que te puedes llevar un poco de carne, o de queso, o quedarte con algo de dinero que administras. Con eso sacas algo más”.
Por ejemplo, me contó que en los peajes en la carretera los cajeros te cobran y no te dan boleto. Allí añades algo a tu sueldo. Días después, viajando por la carretera, comprobé que era cierto.
“El robar no es la excepción. Es la regla. Todos lo saben. Pero también saben que es necesario. Si no robas al Estado no sobrevives”.
Los taxistas trabajan en carros de propiedad del Gobierno. Pagan un alquiler más un impuesto. Pero muchas veces el que recibe el taxi no es el que lo trabaja. “Yo soy el asistente del taxista”, me dijo otro chofer. “En realidad yo trabajo y él se queda con la diferencia”.
El taxi (que es bastante más caro que en Lima) es un servicio para los turistas. El cubano difícilmente puede pagar uno. “Aquí tienes que conseguir trabajo en turismo: taxi, buses turísticos, restaurantes, cafeterías, hoteles u hospedajes en las casas. Con un pequeño negocio o con propinas puedes sobrevivir. Por eso todos quieren trabajar en turismo. Pero no es fácil conseguir un puesto”.
En Cuba rige un apartheid, pero no racial. Es más sofisticado pero igual de cruel. Está basado en la moneda. Curiosamente, hay dos monedas oficiales. La primera es el peso cubano (conocido como cup). Con ellos les pagan su sueldo a los cubanos. La segunda es el peso convertible (o cuc) que es el que te cambian en las casas de cambio (cadecas) si tienes moneda extranjera. Un peso convertible (que equivale a un dólar) vale 25 veces un peso cubano. Si dejas 10 dólares de propina, has pagado a alguien el sueldo de un mes.
Ello crea una economía dual que impide a los cubanos tomar taxis, ir a un restaurante o alojarse en un hotel para turistas. Uno puede encontrar buenos servicios y adquirir bienes relativamente baratos, pero estos son inaccesibles para los cubanos. Es un sistema de segregación que favorece a los extranjeros y castiga a los locales.
Ello crea una contradicción. En teoría, los pesos convertibles son solo para los extranjeros, pero estos los usan para comprar bienes y contratar servicios a cubanos. Por eso los cubanos se pelean por entrar al turismo. Quieren agarrar algo del “chorreo” de un sistema que los margina.
Pero incluso la efímera prosperidad generada para algunos cubanos que tienen o trabajan en un negocio turístico es castigada. Otro taxista me decía: “Si te va bien, el Gobierno se preocupa y te cierra. A mí me han dicho que en otros lugares el éxito se premia. Aquí se castiga”.
Efectivamente. Si entras a TripAdvisor, verás que algunos restaurantes con las más altas calificaciones fueron cerrados con el eufemismo de “lavado de dinero”. Y recientemente Raúl Castro, preocupado por la débil y efímera prosperidad de ciertos negocios personales, ha limitado las licencias para hospedajes y pequeños restaurantes (los llamados “paladares”).
Por supuesto que el mercado negro prolifera en medio de prohibiciones y funcionarios que se hacen de la vista gorda. Como me comentó un cubano en la calle, “aquí nada se puede, pero todo se hace”.
El Estado Cubano le robó a su pueblo la libertad, la iniciativa, el derecho a obtener y quedarse con el fruto de su esfuerzo. Lo discriminó condenándolo a recibir sueldos pagados con billetes de juguete para impedir que se puedan quedar con la riqueza que legítimamente generan. No puede expresarse libremente y pueden ser detenidos y encarcelados de manera arbitraria. Pero “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 2 de septiembre de 2017 y en Cato Institute.
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