Precios y valores
Malú Kikuchi
Periodista. Conductora de "Cuento Chino" y "La Dama y el Bárbaro", radio El Mundo. Premio a la Libertad 2013, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
En la mañana del
14/6/2018 se votó la media sanción de la controvertida y difícil ley de la
“despenalización del aborto”. Salió por 129 votos a favor, 125 en contra y una abstención. La totalidad
de los diputados suma 257, estuvieron presentes 255. Un éxito inusual de
presentismo.
El tema era ríspido, se
votaba a conciencia y con total libertad con respecto a los partidos políticos.
Se cumplió a rajatabla, el voto fue transversal. No existió la maldita
obediencia debida, los diputados se expresaron de acuerdo a su sentir y
entender en todos los partidos.
Fue una clara expresión
de democracia respetuosa del pensar del otro. Con mayor o menor conocimiento,
con más o menos sabiduría específica sobre el tema, con mejor o peor oratoria,
todos los diputados defendieron sus ideas sin agredir al que pensaba distinto.
En la calle, frente al
congreso, multitudes de personas, en su gran mayoría mujeres, muchísimas
chicas, casi niñas, con pancartas y pañuelos verdes defendieron el aborto
legal, libre y gratuito. Del otro lado, el mimo tipo de público con pañuelos
celestes, rosarios y altar, bregaban en contra.
No hubo disturbios en
la calle, nadie tiró piedras ni intentó entrar al edificio. Nadie insultó a los
que estaban del otro lado de la plaza. Todos se expresaron en libertad,
equivocados o no, pero la libertad de expresión hizo honor a lo que establece
la Constitución Nacional. Y eso es raro.
No se está haciendo la
descripción de la votación por el aborto si o no en un país del norte de
Europa. Se habla de la visceral Argentina, acostumbrada a gritar, romper,
pegar, destruir. Esta demostración de cultura ciudadana, de respeto por las
libertades individuales, honra.
Una, que es ingenua,
cree, porque necesita creer (más allá del resultado), que somos rescatables, que tenemos futuro.
Que la maldición de la grieta, bien alimentada por los dos lados, para sacar
algún rédito político aunque destroce la unidad social, se achica, y todo eso a
partir de una votación civilizada.
La discusión fue sobre
un tema moral. Un tema de convicciones donde intervienen los valores. Se
discutió sobre la vida y la muerte de las personas. No debe existir discusión
más seria que aquella donde intervine la muerte voluntaria de alguien o la
decisión de que ese alguien, no es tal.
Cuando salió el
proyecto de ley de la comisión que dirige Lipovesky, de Cambiemos, Filmus, FPV,
pidió un aplauso para su adversario político por lo bien que había coordinado
la comisión. Ya en el recinto, el FPV aplaudió a Fernando Iglesias, Cambiemos y
Monzó dijo: “esto no se verá otra vez”.
De pronto, la memoria
que aparece cuando no se la necesita, me retrotrajo algunas semanas atrás. Fue
cuando se discutía en esa misma cámara y en esas mismas calles, el tema del
aumento de las tarifas, algo inevitable si pretendemos tener gas en invierno y
electricidad en verano.
La situación era
diametralmente opuesta. Gritos, insultos, calles cortadas, escraches de todo
tipo, una sensación de revuelta permanente, al borde de la disolución social,
una situación grave y realmente preocupante. Otro país, con otros
representantes y decididamente otra sociedad. Todo feo.
Se discutía en el
congreso la suba de tarifas de gas, electricidad y agua, algo que no le
corresponde al congreso, es una prerrogativa presidencial, le compete al
ejecutivo. Y estábamos al borde de una guerra civil. ¿Por qué? Discutían por
precios. Se discutía el tener que pagar más. A nadie le gusta.
Fue de terror. Entonces
comprendí. Los valores son menos importantes que los precios. Van a argumentar
que los valores son morales y los precios en este caso significaban una disputa
entre el gobierno y la oposición. No lo discuto. Pero, ¿la política apasiona
más que la moral?
Parece que sí. Y es
triste, muy triste. Los argentinos defendemos con más fervor los precios, que
los valores. Entre un aborto y el precio del gas, el gas gana por goleada. Así
no se construye una nación. Insisto, no es sólo triste, es desolador.
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