¡Estudiar es una fiesta!
Juan María Segura
Experto en innovación y gestión educativa. Autor de "Yo qué sé".
Una nueva edición del
Congreso de Educación y Desarrollo Económico llegó a su fin, y con entusiasmo
puedo afirmar que se cumplieron todos los objetivos: asistieron todos los que
debían, discutimos con respeto y honestidad, no nos pusimos de acuerdo en
varios temas, y logramos ser tendencia en twitter, además de recibir el apoyo
de más de treinta organizaciones.
Cualquier que alguna
vez haya estado involucrado en el armado de un encuentro de características
similares, entenderá el estado de ánimo que nos invade a quienes logramos
montar este conversatorio. El Congreso es un gran esfuerzo de coordinación de
actores, voluntades, agendas y coyunturas, que no solo compite con montajes
similares (a veces terminamos tironeándonos oradores y auspiciantes), sino que
además compite por la atención y concurrencia de la audiencia, ya que coexiste
con eventos similares durante la misma semana. A pesar de ello, este Congreso,
por el abordaje multidisciplinario al tema educativo y por la forma de
moderación de quienes alentamos la discusión, ya se ha ganado un lugar en el
calendario nacional. Por lo tanto, el compromiso de quienes impulsamos esta
iniciativa es continuar con el esfuerzo, haciendo las adaptaciones temáticas y
metodológicas que mejores oportunidades le impriman al debate. Bloquee el
calendario para la V Edición, en junio de 2019, durante un tiempo electoral en
donde tendremos mucho para discutir.
Volviendo a lo vivido
la semana pasada, me resulta difícil de sintetizar en términos de contenido.
¡Hubo de todo y para todos los gustos! Los ministros y funcionarios del
gobierno dijeron lo suyo, los empresarios utilizaron su lenguaje, los
emprendedores se mostraron frescos y adaptables, los extranjeros nos hablaron
de lo que ocurre en otras latitudes, y los intelectuales imprimieron a nuestras
discusiones una perspectiva histórica. Mucho material, que ya subiremos al
canal de YouTube del Congreso; muchas ideas, que ya iré desglosando lentamente
en sucesivos escritos con el correr de las semanas; muchas posibles alianzas,
que espero se concreten y den frutos. Por lo tanto, hacer una síntesis de todo
este sería injusto e imperfecto, así que solo tomaré algunas ideas en este
escrito. Diría, una sola idea que me quedó dando vueltas y que fue mencionada
al pasar, pero con convicción, por el filósofo Tomás Abraham en el último
panel: estudiar es una fiesta. ¡Que frase más sencilla y poderosa! Que bien
comprendió el escritor el contexto del debate, que lindo regalo con hizo para
hacernos reflexionar.
El concepto de la
fiesta que supone estudiar, o aprender, está íntimamente ligado a dos ideas que
trabajo hace tiempo: el aprendizaje como una aventura exploratoria fascinante,
y la educación como práctica que nos transforma la conciencia. Ambas ideas están
intrínsecamente ligadas a la idea de Abraham de la fiesta, no tanto a la de los
globos, las tortas y la música, sino más bien a la de la celebración más
profunda del espíritu humano y de su capacidad de trascender, de transformarse
siempre, con trabajo e intención, de emanciparse de mandatos y convenciones
anticuadas. En definitiva, de ser libres.
Hace algunos años tuve
la suerte de viajar con Chris Rainier, uno de los más reconocidos y
prestigiosos fotógrafos documentales de National Geographic, y me permitió
comprender el verdadero significado de explorar, o al menos su dimensión cuando
uno se sitúa en el territorio de la educación. Si bien la definición que
aparece en el diccionario de explorar parece correcta (recorrer un lugar para
conocerlo o descubrir lo que hay en él; examinar detenidamente una cosa o una
situación o circunstancia, generalmente para obrar en consecuencia), no llega a
capturar su parte más interesante. Explorar nos hace jóvenes, no porque nos
quite años sino porque renueva nuestra capacidad de asombro y activa nuestra
curiosidad. Explorar nos hace niños en muchos sentidos, nos vuelve alegres,
activos, inquisidores, respetuosos de lo que otros tienen para contarnos,
mostrarnos o enseñarnos. Explorar nos enriquece y nos embellece, aun cuando
como resultado del proceso no logremos generar más que nuevas preguntas.
Explorar, en sintonía con lo que mencionó Abraham, ¡es una fiesta también!
La exploración no es un
proceso que solo genera información y saberes donde antes no los había. Es algo
mucho más profundo y trascendente, que implica a quien explora y transforma su
mirada del mundo. El explorador sufre, en el buen sentido del término, las
afecciones propias del proceso exploratorio. Cerrando una conferencia en
México, Rainier concluyó diciendo que las fotos que allí había mostrado no eran
más que su propia mirada e interpretación de lo que en cada exploración había
creído necesario capturar. Que ello de ninguna manera podía tomarse como una
síntesis del lugar o medio visitado, pues el mismo podía ser mirado e
interpretado desde tantos puntos de vista como gente decida sumergirse en
ellos. Lo que Rainier estaba diciendo era, salgan a explorar por el mundo,
déjense transformar en el trayecto y generen su propia mirada del asunto. Lo
que Abraham dijo en el Congreso fue ¡enfiéstense!, aventúrense en la fascinante
tarea de entender, interpretar, interpelar, contrastar, construir
conceptualizaciones, aceptando que solo serán ideas y miradas propias al
servicio de un intercambio honesto y respetuosos de pareceres y puntos de
vista. Pero primero la aventura, que es trabajosa pero no deja de ser una
fiesta.
Por otro lado, sostengo
que la educación es la actividad que mayor potencial ofrece de transformar la
conciencia del ser humano. Educar transforma conciencias. Educar es el acto de
transformar conciencias. Educar es transformarse íntimamente, es modificar la
conciencia que uno posee sobre uno mismo, sobre el entorno que a uno lo rodea,
y sobre las posibilidades que esa combinación de uno y ent0rno ofrece de cara
hacia el futuro, hacia la incertidumbre, hacia lo que aún no existe. Sarmiento
solía mencionar que el que no posee educación, no la reclama. ¿Por qué motivo
será así? Pues por simple ausencia del fortalecimiento y activación de su conciencia
íntima y profunda.
Ser objeto de
educación, o aceptar recibir educación, o abrirse a ser “desorganizado” en sus
creencias (yo creía esto, pero resultó aquello…), sea dentro o fuera de una
institución formal de educación, sea de niño o a cualquier edad, supone
adentrarse en un proceso interno de transformación (¡estudiar¡), que incluye
mirarse y reflexionarse íntimamente, explorarse y aceptarse, aprendiendo a
modelar apetitos e impulsos, a desarrollar creencias y convicciones, a
embeberse de una arquitectura de valores y principios, además de desarrollar
las tan mencionadas habilidades del siglo XXI. Note que las habilidades de
referencia son casi de lo único que hablamos cuando hablamos de educación y de
reforma del sistema y, a mi juicio, tienen un papel secundario en la discusión
pedagógica y filosófica profunda. ¿Acaso aspiramos a desarrollar adultos
hábiles e idóneos, alfabetizados digitalmente e integrados a una cultura
digital, pero carentes de conciencia?
Estudiar es una fiesta,
explorar es una aventura fascinante y transformar nuestra conciencia a través
de la educación es un acto de libertad, son todos matices de una misma
creencia, sonidos de una misma música, nunca mejor traídos al debate por
alguien que hizo de esa máxima su forma de expresión. Gracias, Tomás, por el
testimonio y ese cierre lúcido y pertinente.
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