Para qué sirve un Ministro
Juan María Segura
Experto en innovación y gestión educativa. Autor de "Yo qué sé".
Supongamos que a usted
lo seleccionan para hacerse cargo de la conducción del cuerpo técnico de un
equipo de alto rendimiento deportivo, por ejemplo, de fútbol. Asumirá,
acertadamente, que lo contrataron para que su equipo gane y guste, para la
alegría de sus simpatizantes y asociados, que son quienes le pagan por su
trabajo. Usted conoce las reglas de juego de ese estofado, sabe que lo estarán
observando y juzgando ante cada jugada y partido. También es un experto en las
reglas de juego de este deporte, sabe cómo moverse dentro de sus límites y cómo
jugar al límite. Finalmente, comprende que sus rivales y estrategias son el
obstáculo que se interpone entre sus ambiciones y pretensiones (su mandato y
promesa), y esa línea de llegada que le marcará o no el logro de su objetivo.
Sabe esto con claridad, y lo analizó en profundidad antes de tomar la decisión
de aceptar el cargo.
Sin embargo, antes de
asumir y de armar su propio equipo, le recuerdan que la tradición en ese club
es jugar con cuatro arqueros, una línea de dos abajo y luego solo números cinco
hasta completar los once titulares. Y que ninguno de los números cinco avanza
nunca más allá del círculo central. ¿Usted qué diría? Supongo que dos cosas:
primero, que difícilmente así se le haga un gol a alguien. Segundo, que cómo
puede ser que nunca nadie antes se haya revelado contra ese diseño tan
disfuncional, tan poco pensado para resolver favorablemente los partidos, para
sortear los obstáculos que representan los rivales. Seguramente, con esta
información usted declinaría de asumir el cargo y la responsabilidad. Y si la
información se la proveen una vez asumido, seguramente renunciaría en forma
inmediata. Nadie en su sano juicio querría enfrentar el papelón de plantar en
la cancha un equipo de una manera tan torpe, tan disfuncional, incapaz de hacer
un gol, de resolver los problemas y planteos desplegados por los rivales.
Aunque parezca algo
lejano el ejemplo, un director técnico se debería parecer bastante al
Presidente de un país, y los jugadores a sus Ministros. El Presidente se hace
cargo de sus funciones porque es seleccionado, y asume, acertadamente, que será
observado y juzgado ante cada jugada y partido. Lo sabe, y acepta esas reglas
de juego, que a veces son justas, y otras no tanto. También el Presidente sabe
que no tendrá mayores restricciones para armar su equipo de Ministro, y que
podrá plantarlo en la cancha como mejor considere que podrá resolver los
problemas. Si el objetivo en el futbol es vencer al rival de turno, en la política
es vencer al problema o nudo de turno, llámese seguridad cibernética,
robotización masiva del trabajo, escolarización híbrida desde el hogar, paridad
de género, turismo ecológico o incremento del stock de capital social y
cultural. Los rivales son otros, pero el objetivo es el mismo: resolverlos con
planteos inteligentes, con jugadores dúctiles, con jugadas originales. Los
equipos contrarios y problemas traen su propia complejidad (ilegalidad,
territorialidad, informalidad, escala, pobreza, problemas heredados del
pasado), para lo cual es necesario anticipar, contener y resolver, sabiendo que
el reloj corre, siempre. Y que los simpatizantes observan y juzgan, siempre, y
que son simpatizantes del club (país), no de sus actores circunstanciales
(Presidente, director técnico, Ministros y jugadores).
¿Para qué toda esta
sanata? Para presentarle a Omar Sultan Al Olama, un joven de 29 años que
durante 2017 se convirtió en el primer Ministro de Inteligencia Artificial del
mundo, en los Emiratos Arabes, y en el mismo momento fue nombrado integrante de
un grupo de trabajo del Foro Económico Mundial dedicado a darle forma a la
agenda del futuro digital de la economía y de la sociedad (Shaping the Future
of Digital Economy and Society Council). En un equipo de once, ¿de qué posición
jugaría un Ministro de Inteligencia Artificial? ¿Qué habrá tenido en cuenta su
‘director técnico’ a la hora de ponerlo dentro del campo de juego?
El planteo le puede
resultar pavo, pero yo lo encuentro provocador. ¿A qué juegan los Ministros en
el diseño de un gabinete de trabajo de un Presidente? ¿Cómo es el torneo que
juega una Nación latinoamericana en los albores de la cuarta revolución
industrial? ¿A quién hay que ganarle, en el largo plazo? Los problemas
heredados (pobreza, analfabetismo, trabajo informal, déficit habitacional,
distorsión de costos internos, presión fiscal inequitativa), ¿acaso deben
enfrentarse con un planteo de juego más novedoso, a partir de un abordaje
original, inteligente, más anclado en la época y sus posibilidades, o con uno
más anclado en el pasado y en sus gastadas recetas?
El gobierno de
Cambiemos comenzó su gestión educativa a nivel nacional con un Ministro de
Educación y Deportes. Luego, esta cartera se convirtió en una agencia exclusiva
de Educación. Luego del último ajuste, se transformó en un Superministerio de
Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología. Los deportes quedaron por otro lado,
la innovación se perdió en el camino. Me pregunto de qué posición juego esta
tarea en la estrategia de juego del actual director técnico. ¿A quién desea
vencer? ¿Juega contra las omisiones y deudas del pasado, o a favor de las
oportunidades del futuro? ¿Qué se le ha encomendado a este jugador, o a esta
posición en la cancha?
Dejando de lado los
nombres y las compromisos políticos, diseñar un gabinete de Ministros es una
oportunidad extraordinaria para hacer visible una intensión de juego, para
desplegar una pretensión de dialogar con los rivales y los problemas desde
determinado lugar. Así, un ministerio debería servir no solo para gestionar un
conjunto de personas, programas y problemas, sino también para armonizar una
visión de país, una pretensión política, para unificar el debate público hacia
un futuro ennoblecedor, realizable, ambicioso, colectivo.
Es cierto que el futbol
y la política no tienen mucho que ver. Pero me parece curioso que, teniendo
tanto dirigente político con amplia experiencia dirigencial en el mundo
futbolístico, nadie haya podido jamás notar este posible paralelismo. Si la
Argentina plantase a su gabinete como Gallardo o Barros Schelotto paran a sus
equipos, seguramente lograríamos resolver algunos problemas más.
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