Cuando Raúl Alfonsín derrotó a Ítalo Luder existían partidos sólidos, con ideologías claras y activa militancia ciudadana. Lo mismo sucedió con el triunfo de Carlos Menem en 1989 frente a Eduardo Angeloz.
Desde la conformación de la Alianza U.C.R.-FRE-PA.SO la representatividad partidaria e ideológica empezó a confundirse. Había nacido un conglomerado multisectorial con baja reciprocidad política con un solo objetivo: vencer al peronismo de Duhalde.
El “efecto licuadora” trataba de unir el agua con el aceite sin pensar que cuando se apagaba el artefacto su peso específico los separaba naturalmente.
Así fue: la traición de Carlos Álvarez al evitar que Graciela Fernández Meijide acompañara a Fernando de la Rúa en la fórmula presidencial tras el resultado de las internas abiertas de 1998 comenzaba a demostrar que “el que traiciona una vez…traiciona siempre”.
Llegó el 6 de octubre de 2000, con sólo diez meses de gobierno, y Álvarez volvió a traicionar: esta vez al Presidente de la Nación. Buscó su 17 de octubre y quedó solo en una mesa del frío café de Varela Varelita.
La debilidad del gobierno aumentaba y el golpe cívico-empresarial comenzaba a gestarse lentamente.
Es sabido que vino después.
La democracia “recuperada” en 1983 sufrió su primer golpe de Estado.
“Las doce noches” de Ceferino Reato y “El Palacio y la calle” de Miguel Bonasso son el relato histórico de esos aciagos días.
El autopresidente Eduardo Duhalde imaginaba completar el mandato de de la Rúa hasta 2003 y eventualmente postularse para un nuevo período. Pero el 26 de junio de 2002 sucedió la llamada “masacre de Avellaneda” tras el asesinato de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Tuvo que recular en chancletas y convocar a elecciones para abril de 2003.
Allí estuvimos al borde de salir del abismo. Menem triunfó con un 24%, seguido por Kirchner con el 22% y López Murphy con el 16%.
Al bajarse Carlos Menem de la segunda vuelta posibilitó que el santacruceño apadrinado por Duhalde se erigiera en presidente constitucional de una amplia minoría de argentinos.
¿Qué hubiera sucedido si los votantes de Menem lo hubieran hecho en su mayoría por Ricardo López Murphy? Seguramente en una apuesta contrafáctica la Argentina hubiera resurgido de sus cenizas y en lugar de Hugo Chávez y el populismo sudamericano, el mundo civilizado nos hubiera abierto las puertas de la libertad.
Pero la soberanía popular sólo es discutible a través de la historia.
Desperdiciamos el “viento de cola” de nuestros commodities y caímos en la bajeza populista durante 12 años 6 meses y 15 días de kirchnerato.
Ahora más que nunca, la disyuntiva es peor.
Podrán criticarse con razón los vaivenes erráticos del gobierno de Mauricio Macri y la soberbia de parte de los integrantes “del mejor equipo de los últimos cincuenta años” pero nadie podrá discutir nuestra reinserción en el mundo, la confianza de la comunidad internacional ante la impecable política internacional desarrollada por nuestra Cancillería y nuestros Embajadores; la revolución de la obra pública abandonada desde ocho décadas; transformación del transporte en todos sus medios como sólo se hizo desde la generación del 80 hasta 1930; la ampliación de planes sociales y del sistema jubilatorio que alcanza al 68% del P.B.I.; la recuperación de la dignidad de los bonaerenses que conocieron en gran magnitud el agua potable, las cloacas, la iluminación, trece Metrobuses, asistencia sanitaria a través del S.A.M.E. a 107 partidos de los 135 que la integran y la construcción de miles de escuelas a lo largo de nuestro territorio sólo superada por Domingo Faustino Sarmiento.
El desarrollo tecnológico; la inteligencia artificial, la potencialidad de Vaca Muerta; las nuevas energías renovables no contaminantes, las inversiones mineras y los proyectos de inversores extranjeros acumulados que sólo aguardan el veredicto de las urnas, ya son parte indiscutible de nuestra historia.
Queda en manos del pueblo argentino decidir el futuro para sus hijos.
Libertad republicana como forma de afianzar el horizonte o decadencia populista que puede conducirnos a conductas por nadie deseadas: que esas dicotomías ya no logren dirimirse por las urnas sino por otros medios.
Nuestra adolescente historia debe ser superada por la razón, nunca más por la fuerza como derecho de las bestias.
Publicado en NOTIAR.