El Kirchnerismo en el Divan: Con el dolar a $10 el lunes deberia haber novedades cambiarias. ¿Dudas
Hugo Grimaldi


 BUENOS AIRES, may 04 (DyN) - El caso del gobierno argentino está más para ser resuelto en un diván que en las intrincadas arenas de la política. Amante de los embrollos, proactivo y paranoico por naturaleza, invariablemente se niega a reconocer los datos de la realidad y todo lo que lo roza es siempre culpa de los demás y por eso mismo, todos los que ponen palos en la rueda son enemigos a destruir. En tanto, la presidenta de la Nación huye hacia adelante sin decir palabra o contando por Twitter historias que no reflejan el padecer de la gente y que muchas veces suenan a frivolidad.

  De allí que, a medida que abre frentes de conflicto con todo el mundo, al Gobierno se lo note alterado, pegando palos de ciego y peligrosamente encerrado en el propio laberinto que se ha sabido construir. Lo que en otros gobiernos son dudas, en éste es tozudez.

   Estas características de su esquizofrenia quedan a la vista con sólo observar su modo de acción: mezcla las variables, utiliza unas y desecha transitoriamente otras, pero está bien claro que todas ellas forman parte de una matriz común que, finalmente, terminan enredando las historias y demorando las soluciones.

  Sin ir más lejos, en la semana actuó de la misma manera, aunque con matices diferenciados, en el caso que involucra a Lázaro Báez, en su avance sobre la Justicia, en la disputa diplomática que abrió con las Naciones Unidas por la opinión de una Relatoría sobre la independencia judicial y hasta en las operaciones que imaginó, enlazado con la nacionalidad de la relatora, por parte de su nuevo enemigo oculto: Brasil.

  No es para nada menor este último punto y aunque suene exagerado, tal como se ha dicho, que la presidenta Dilma Rouseff  huyó despavorida después de la última reunión con Cristina Fernández, tras no haber llegado a ningún acuerdo inmediato en los casos de Vale y de Petrobras ni en cuestiones comerciales, se trata de algo bien crítico por tratarse de quien se trata. Brasil es, junto a la soja, desde hace años una de las dos locomotoras de la economía.

   En este punto, lo objetivo es que lejos de los Estados Unidos, de casi toda Europa, de los organismos financieros internacionales, de la OMC, del Club de París, del CIADI, ahora de la ONU y de varios etcéteras, si se dinamita este último puente, la relación efectiva de la Argentina con el mundo habrá literalmente cesado.

  Hasta Uruguay, país que quiere tener en 2014 fronteras abiertas para bienes y personas con Brasil, al que se ha volcado abiertamente, viene reflejando casi a diario el malestar de los vecinos con la Argentina, a través de las innumerables advertencias del presidente José Mujica.

    Sin embargo, en ninguno de estos casos han quedado expresados con tanto patetismo los padecimientos del Gobierno, como en lo que le está sucediendo con el dólar.

  Más allá de los graves hechos económicos que han dado origen a la rebelión contra el peso, la solución de la cosa pasó hasta ahora por un emperramiento supino, ni siquiera por una cuestión dogmática. La lógica indica que, a través del Banco Central, el próximo lunes, antes de las 10 de la mañana, o quizás el domingo por la noche para diluir los golpes que va a recibir desde el programa de televisión de Jorge Lanata, el Gobierno tendría que anunciar algún cambio sustancial en las reglas de juego para sacar de la incertidumbre al mercado cambiario.

  Es lo que razonablemente debería esperarse después del raid que ejecutó el dólar durante las últimas cuatro jornadas hábiles, de $ 9,35 a $ 10 sin escalas. Es lo que le pidió el mercado desesperadamente el viernes último, sobre todo cuando lo acogotó con el tope de dos dígitos: que abandone la pasividad, que reconozca la inflación, que se olvide de alabar por un rato los supuestos logros y que reaccione. El clamor que se escuchaba entre los operadores era que actúe, en todo caso como Hamlet, que sea coherente en su locura, pero que haga algo, lo que sea, de una buena vez.

  Los pasos formales se cumplieron ese día, con algo parecido a un equipo económico, aunque raleado, se supone que poniendo frente a Cristina Fernández las opciones a tomar para salir del atolladero. Lo normal en estos casos es que los presidentes digan: “si lo mejor que se puede hacer es ésto, trabajen durante el fin de semana y el domingo hablamos”, fórmula para ganar algo de tiempo, para consultar por afuera a otros expertos y para buscar coberturas políticas. Con el kirchnerismo nunca se sabe, ya que todos esos manuales han sido incendiados.

   El propio Amado Boudou, más devaluado que el peso en su credibilidad ante el mercado, salió a negar el problema antes del mediodía del viernes. En una gran simplificación, el economista atribuyó el derrumbe del castillo de naipes a “una cuestión muy marginal y muy especulativa que tiene que ver con muy poquitos argentinos, no más de 100 mil o 200 mil, un sector de ingresos muy altos que está ingresando a un juego especulativo”.

  Esta podría ser la opción que más chance tenía de ejecutarse hasta ese momento, ya que se sabe que ni el vicepresidente ni nadie dice nada en el Gobierno sin la bendición máxima. Para el mercado fue insuficiente, ya que no hacer nada no es una opción. El más de lo mismo de Boudou le dio al dólar el empujón que necesitaba para llegar a los 10 pesos.

  Con esta variable anulada por la pulseada con el mercado, quizás se le hayan presentado a la Presidenta un par de cartas más en los extremos, probablemente alguna que implique una radicalización que avance hacia la nacionalización del comercio exterior, con un cierre total de acceso a las divisas para todo el mundo. Nunca falta un ultra dispuesto a jugar esas cartas en nombre del modelo, aunque nada indica que Cristina vaya a ir por ese lado.

  Es menos probable que, del otro costado, alguien haya propuesto dejar flotar el tipo de cambio en libertad, pero no por ser una variante también peligrosa en este tan delicado momento, sobre todo si no se ajustan torniquetes fiscales y monetarios de modo integral, sino por cuestiones ideológicas.

  Tras estos descartes, seguramente se barajaron otros tres caminos básicos. El primero, un ajuste del dólar oficial (o devaluación del peso), que podría ser con un primer salto ya este lunes y luego con movimientos diarios posteriores o con el anuncio explícito o implícito de un mayor ritmo devaluatorio, que se ubique por encima de la inflación en el año y no de 18% como hasta el momento.

   De las dos posibilidades, la primera sobre todo sirve para achicar la brecha y para darle por un tiempo mayor competitividad a las exportaciones, lo que motivaría algo más a la liquidación de divisas a quienes están reteniendo mercadería y, desde ya, mayores tensiones inflacionarias. Pero, además, también este camino se invalida por sí solo, si no es parte de un plan más amplio que apunte a estabilizar el actual desmadre de todas las variables.

   En este sentido, algo ha pasado en estos diez años que hay que tomar en el debe del modelo. Nunca se lo reconocerá, pero el superávit fiscal que tanto cuidaba Néstor Kirchner se transformó en déficit, un “rojo” que aún sería mucho peor de no mediar los aportes del Banco Central y la ANSeS.

   Además, la base monetaria aumentó 750%, mientras que la inflación ya lleva ocho años con tasas de dos dígitos y las tasas para los ahorristas son negativas. De allí, la recurrente fuga de divisas que intentó frenar el Gobierno echándole más nafta al fuego con el control de importaciones y con el cepo cambiario, ideado para tapar otros de sus grandes pecados, el déficit de la balanza energética, que este año se puede llevar en pagos al exterior 12 mil millones de dólares.

  La gran sospecha del mercado, una entelequia que las autoridades no entienden que vota todos los días, es que no hay fondos en casi ninguna parte, sobre todo reservas internacionales, porque se han gastado y no se dice. Es lógico, quien miente con el INDEC no tiene crédito para lo demás. Pero, además, es probable que, exageradamente, los bolsos de euros de aquí para allá hayan contribuido a ratificar esa idea.

   Con este complicado escenario de fondo que, aunque no lo pueda reconocer, el propio oficialismo no tendría que pasar por alto en la intimidad, es que tienen que haber aparecido frente a la Presidenta las otras dos eventuales soluciones, que miembros del propio Gobierno atribuyen a Guillermo Moreno, la primera y a Axel Kicillof la segunda.

  Es probable que se le haya planteado a la Presidenta la opción de generar una intervención indirecta en el mercado, inyectando dólares a través de entidades que habitualmente acompañan al Gobierno, lo que incluye un trasvasamiento cuasidelictivo entre mercados, ya que deberían venderse a esos operadores reservas del BCRA o simular importaciones, para que se hagan de dólares al precio oficial y para que los coloquen con un arbitraje de alta brecha en el mercado ilegal.

   El otro camino, el “mal menor” según muchos economistas, es el llamado desdoblamiento cambiario que incluye la instalación de un dólar comercial (devaluado o no) y de otro financiero, a mayor precio, que sirva para girar dividendos, para usar en el turismo o para atesoramiento, con acceso irrestricto al precio que fije el mercado o con flotación administrada, si se desea. Un valor diferente para estos sectores no debería generar tensión inflacionaria.

   Esta solución le podría dar al dólar blue la posibilidad de aparecer en vidriera blanqueado, a un precio determinado. Hoy, el mercado es chico, pero sólo desde el lado de la oferta, aunque inmenso desde el costado de la demanda y por eso no para de subir. Además, el BCRA podría incidir directamente en la cotización si decidiera hacerse presente como nivelador, mientras que se podría jugar por un tiempo con las tasas de interés.

   El grave inconveniente para esta alternativa es que nadie crea que es algo permanente, ya que la astringencia monetaria no es parte del modelo porque lleva a una recesión y porque se podría suponer que, en un año electoral, el Gobierno volverá a las andadas en cualquier momento. Entonces, una vez que las autoridades hagan sentir su poder y cierren bastante la brecha cambiaria, el problema es que se lo empiecen a llevar puesto al Banco Central a un precio inferior, como ya ha ocurrido hasta que Moreno y la AFIP metieron mano y cortaron el financiamiento oficial de la corrida.

   Cómo no va a estar alterado el Gobierno en su psiquis con este panorama tan complicado que lo agobia, sobre todo si los remedios que dispone están tan acotados por cuestiones ideológicas y sostenidos por un relato exultante, pero además por la necesidad imperiosa que tiene de ganar las elecciones. 
 

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