Violencia tributaria
Gabriel Boragina
Abogado. Master en
Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de
Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos:
La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito
social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más
vendidas.
La teoría aceptada de la representación parlamentaria presenta muchos problemas prácticos que la teoría ni contempla ni resuelve. La práctica indica que los parlamentarios una vez electos y ya en el poder suelen apartarse de las promesas ofrecidas en campaña a sus electores y tomar decisiones parlamentarias al margen de la voluntad de estos. Se dirá que esto se resolverá en la próxima elección no eligiéndose a los legisladores que violaron el mandato del elector, es posible pero raramente ocurre, y si sucede ya será tarde porque la ley fiscal no deseada por el elector ya estará votada, aprobada, sancionada y en vigor, con lo cual el famoso "voto castigo" devendrá en totalmente ineficaz. No siempre lo que votan los legisladores es la voluntad de la mayoría, ya que en la práctica muchas veces se desvinculan de sus propias plataformas políticas y promesas de campaña.
Aun suponiendo que lo anterior no sea así y que la ley fiscal sea deseada por el pueblo ello no impide los efectos voraces del impuesto en contra de aquellos mismos que los votaron y sus representados. En consecuencia, independientemente del signo político que los vote, los impuestos destruyen el ahorro y la capitalización, lo que -a su turno- disminuyen los salarios reales y -a la larga- eliminan puestos de trabajo, elevando las tasas de pobreza. Las mayorías no sólo no siempre tienen razón, sino que la generalidad de las veces, están equivocada.
El tema de la "honorabilidad del impuesto" es infantil y casi risueño. Por mucho que se le quiera rendir culto al impuesto este es letal para la economía, altamente regresivo y retardatario del progreso, disminuye el nivel de vida de la gente y aumenta la pobreza general. Sólo unos pocos se benefician con el impuesto: los gobiernos y los cercanos al mismo. Quizás algunos miembros del partido gobernante, y no muchas más personas. La gran mayoría de la población se empobrece con los impuestos. Estos son resultados económicos, no legales que, a diferencia de estos, no pueden modificarse con meros voluntarismos jurídicos.
Seguidamente, el autor pasa revista a lo que él llama los Fundamentos doctrinales del impuesto:
"1* Teoría: El impuesto es el precio de los servicios recibidos del Estado por cada contribuyente. Encabezan esta teoría los economistas de la talla de Adam Smith, David Ricardo, J. B. Say, Proudhon, Garnier, Courcelellex- Seneuil (a quien ya hemos citado en este trabajo), Colmeiro, Plorez-Estrada, y otros. Recuérdese, a propósito que la Asamblea Constituyente francesa, en una proclama datada en 1789, decía: "el impuesto es una deuda común de los ciudadanos, el precio de las ventajas que la sociedad les procura". Proudhon completaba el pensamiento diciendo que el impuesto es uno de los términos de un contrato do ut facías ("doy para que hagas") entre el contribuyente y el Estado.
Frente a esta teoría han surgido una pléyade de discutidores y los argumentos son de verdadero peso. Así, se afirma que el impuesto no nace de un pacto: si así fuera, dependería de la voluntad de los ciudadanos aceptar o no los servicios públicos y consiguientemente, pagar o no los impuestos. El impuesto no es tampoco el pagó de los servicios públicos, solamente, dicen otros, porque entonces la generación actual podría negarse a pagar los impuestos con que se satisfacen las deudas contraídas por otras generaciones a los gastos inútiles que no hubieren suministrado servicio alguno. Por -lo demás es prácticamente imposible determinar en qué proporción los servicios han beneficiado a cada contribuyente. Es evidente que la teoría podría ser exacta en punto a las tasas, que son contraprestaciones de los servicios recibidos, pero está lejos de justificar la legitimidad de los impuestos."[1]
Estas críticas son en una proporción importante, acertadas. El impuesto no nace de ningún pacto, ni es un acto discrecional de los ciudadanos, sino que es precisamente lo que su nombre indica: algo impuesto, forzado por otros individuos parapetados detrás de la máscara del gobierno. Si los impuestos se pagaran voluntariamente no podría llamárselos de ese modo, lo que obviamente no es el caso. Debería ser una contribución, pero no lo es, porque no tiene carácter facultativo.
El tributo es un acto de violencia o -por lo menos- de amenaza de violencia, tal y como lo fue en sus orígenes y lo es en la actualidad. En dicho sentido, no puede hablarse de "evolución" ninguna, ni de "categoría histórica" a su respecto. Es una "categoría absoluta" como ya indicamos, que nace de la voluntad unilateral del gobierno ,y que no cambia por esa famosa y supuesta "representación" democrática que ya tratamos, porque -en su caso- es la voluntad unilateral de la mayoría la que impone el impuesto por sobre la minoría, teoría que el autor comentado acepta y celebra, pero a que a nosotros nos parece aberrante ,por violatoria de derechos elementales y naturales del ser humano por parte de otros individuos con el sólo respaldo (que se quiere hacer pasar por "fundamento") de detentar una mayoría circunstancial.
El impuesto es un acto de explotación, por el cual el gobierno (en cualquiera de sus acepciones, sea de representación democrática o no) somete a ciudadanos desarmados e indefensos a la intimidación y constante extorsión permanente de ser recluidos en prisión de no ingresar el gravamen que "corresponda" en las arcas fiscales.
El típico ejemplo de los dos lobos y el cordero votando los tres en asamblea por cual será la cena de esa noche es plenamente aplicable al caso de marras.
Nadie -o muy pocas personas- actualmente cree en esta teoría estatal contractual. Tan falsa como la del famoso "contrato social" con que se ha pretendido justificar la existencia de ese ente mítico llamado "estado". Si, apuntamos nuevamente, hay una especie de acostumbramiento o resignación, igual que la que existía en la antigüedad, no sobre ninguna "necesidad" ni del impuesto, ni del gobierno, sino que existe como cierto consenso sobre la inevitabilidad del mismo (en el que los términos impuesto y gobierno son como "dos caras de la misma moneda" y no pueden ir el uno sin el otro).
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