Un gobierno sólo ocupado en llegar lo mejor posible a 2016
Enrique Szewach
Economista.


El recorte de subsidios se traduce en un impuesto al consumo cuya recaudación no reduce el problema fiscal. Una cosa es hacer propaganda con pesos del Banco Central y otra es con las reservas.
Este gobierno, en general, hace todo mal, incluso cuando hace lo que hay que hacer. La semana que pasó mostró dos hitos en este sentido: el primero, la reducción de subsidios a los precios del consumo de agua corriente y gas natural. El segundo, el anuncio vinculado con la revisión del crecimiento de la economía durante el año 2013.

Como le adelanté la semana pasada, la quita de subsidios que se venía no cumplirá con los verdaderos objetivos que planteábamos quienes insistíamos, desde hace años, en la necesidad de su eliminación. Es cierto que, la quita anunciada reduce, al menos parcialmente, la tremenda inequidad distributiva que significó, durante la década nac&pop, abaratar los costos de los servicios públicos, para los ricos, financiado con la plata de los pobres.

Pero la eliminación de subsidios no tenía como único objetivo una cuestión distributiva. Debía, asimismo, servir a otros objetivos vinculados con la eficiencia, la inversión, el ordenamiento macroeconómico, y el realineamiento de precios relativos.

Nada de esto se cumple. No sirve a los objetivos de eficiencia y un uso más racional de los recursos, por la complejidad con que se ha diseñado, que impide un verdadero control de los usuarios, y porque, entre otras cosas, mantiene un subsidio desmedido a los consumidores del “lugar en el mundo” de la Presidenta, en donde el derroche es moneda corriente, al punto que, como me mencionó Fernando Navajas, economista jefe de FIEL, el 7% de la población del país consume el 25% del gas, con un sobreconsumo incomparable con otras zonas frías del país y del mundo.

Tampoco cumple con los requisitos de mayor inversión y eficiencia, dado que las nuevas tarifas no responden a la renegociación integral de los contratos de concesión, ni aumentan los recursos netos para las empresas, ni están condicionadas a mejoras sustanciales del servicio.

Y no soluciona el problema macro porque se trata, finalmente, de un impuesto al consumo cuya recaudación será gastada en más populismo, o porque, aun cuando fuera destinada al “ahorro”, reduce muy poco el problema fiscal. (De todas maneras, todavía falta el aumento del impuesto a la electricidad).

El otro hito mencionado ha sido la revisión de la estimación de crecimiento de la economía argentina, al presentar el PBI calculado, ahora, con la nueva base de los precios relativos de 2004. La realidad es que aun con la vieja base el Gobierno venía presentando una grosera sobreestimación de la variación del PBI en los últimos años.

Sin embargo, esa sobreestimación sólo servía a los fines propagandísticos para sacar pecho con el crecimiento a tasas chinas del modelo de matriz diversificada e inclusión social, pero a los efectos prácticos no importaba mucho, ya que el verdadero crecimiento también estuvo, salvo en el año 2009, cuando tampoco se creció en los números oficiales, muy por encima de la famosa barrera del 3,22%, que gatilla el pago del cupón de PBI, en cada año.

Pero, esta vez, el verdadero crecimiento de la economía estaba por debajo de esa barrera para todas las estimaciones menos para la oficial, de manera que el recálculo estadístico ahora tuvo un fin práctico, no pagar el cupón a fin de año.

Una cosa es hacer propaganda con Fútbol para Todos, con pesos emitidos por el Banco Central, y otra, muy distinta, es hacerla con dólares de las reservas.

Pero más allá de que los números se parezcan más a la verdad, el mensaje del gobierno argentino es, por un lado, uno de racionalidad, somos mentirosos pero no tanto como para pagar US$ 3.500 millones ahora. Que paguen los próximos gobiernos. Y otro de “habitualidad”. Ponemos siempre el número que nos conviene en cada momento, independientemente de la realidad.

En síntesis, en el caso de las tarifas, muy poco, mal diseñado, y un legado para los que siguen. En el caso del cupón de PBI, un “no pago” arbitrario aunque ajustado a la realidad y también un legado a pagar por los próximos gobiernos, dado que, por el diseño del cupón de PBI, que paga cuando se crece más del 3,22% pero tiene un monto máximo acumulable a pagar, lo que no se paga ahora se pagará en otros años.

Como siempre, un gobierno más preocupado por su final que por lo que sigue.

 

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