Cristina Kirchner convirtió el Senado en un muro de lamentos
Sergio Crivelli


Después de 20 años de control del peronismo el kirchnerismo comienza a ver el final del camino. Su líder renunció primero a la candidatura presidencial por temor a  una debacle electoral. Después debió renunciar también a ubicar un subrogante (como hizo con Fernández en 2019) en la fórmula que irá a las urnas en octubre.
Durante la semana última trató de encubrir ese declive con una serie de reuniones en el Senado con las que se propuso demostrar “centralidad” en el armado de Unión por la Patria. Citó a Daniel Scioli y difundió el encuentro. También sentó a su lado en un acto de Aeroparque a Sergio Massa e hizo desfilar por su oficina a la dirigencia de la Cámpora.
En respuesta Alberto Fernández armó una reunión de gabinete con el único objetivo de sacarse una foto flanqueado por Massa y Agustín Rossi. Esta escenificación ilustraba dónde está el poder que viene. Massa la aprovechó para pedir un alto el fuego en beneficio de la economía, aunque nadie ignora que el presente desastre no obedece ninguna interna sino a cuatro años de improvisaciones y de conejos sacados muertos de la galera. Uno entre muchos ejemplos: el congelamiento de precios hasta las PASO.
Pero la campaña ya empezó y las campañas no tratan de hechos, sino de representaciones. Por eso la vice convocó a Daniel Scioli y al otro candidato fallido, Eduardo de Pedro, al primer piso del Senado el miércoles. Como había hecho 48 horas antes en Aeroparque aprovechó la oportunidad para fustigar a su archienemigo del momento, Fernández, y para lamerse en público las heridas de la derrota.
Intentó atribuir a una “traición” del presidente su propia impericia. A Scioli, que fue el instrumento con el que Fernández primero la forzó a dar internas y después a bajar a De Pedro, debería haberlo llevado a su oficina mucho antes. En lugar de presionarlo a través de Máximo Kirchner con los avales y el piso para las candidaturas, lo tendría que haber sumado a sus listas, no arrojado a los brazos de Fernández. Finalmente aprendió de la experiencia lo que debería haberle enseñado el oficio que ejerce hace rato.
Por otra parte inventó de candidato a De Pedro, un ministro del Interior que se suponía que contaría con el aval de los gobernadores, pero sin haber consultado a los gobernadores. Actuó en soledad, en secreto y como si fuera la conductora de un gobierno con un 80% de aprobación popular. ¿Qué podía salir mal?
Más allá de las malas decisiones atribuibles a su ilusión de omnipotencia, el armado de las listas es agua pasada. Ahora la “centralidad” pasó “de facto” a Massa que se enfrenta a un oficialismo por lo menos tricéfalo, al que debe ordenar y conducir (ver Un regalito de Moreau). Su otro desafío es la inflación de 120% anual y la falta de dólares que sólo el FMI puede mitigar. A pesar de la dramática situación de las reservas del BCRA encuadrar al peronismo parece la tarea más difícil.
Marginada de las elecciones nacionales, Cristina Kirchner no sólo trata de aparecer en la campaña “bajando línea” a los candidatos, sino que pone fichas también a una eventual derrota de Massa, alternativa que la convertiría casi naturalmente en líder de la oposición. Cree que desde el refugio de la provincia de Buenos Aires podría recuperar el poder. Para eso cuenta con un rápido fracaso del posible gobierno de Juntos por el Cambio producto de la crisis que heredaría.
Pero el triunfo de Massa en la puja por la candidatura hace que todo lo demás quede a segundo plano. El ministro apura un acuerdo con el FMI que aleje el fantasma del estallido cambiario y da señales al establishment, la CGT y los medios de que planea una gestión promercado de rostro humano, minimizando el costo social del ajuste y asegurando la gobernabilidad. Ese sería el valor agregado de su candidatura.
Sus promesas no difieren de las de un Rodríguez Larreta o de un Schiaretti. Busca seducir a un 20% del electorado peronista no kirchnerista. De llegar al poder negociará con la oposición la formación de una mayoría amplia para respaldar las políticas del Ejecutivo.
Esa estrategia fortalece en Juntos por el Cambio la figura de Patricia Bullrich, antagonista declarada no solo de Rodríguez Larreta y Massa, sino del sistema corporativo. Cerró sus listas en Buenos Aires con un fuerte apoyo del radicalismo, lo que la vuelve competitiva en un distrito clave por el número de votantes y porque es en el que Rodríguez Larreta pensaba sacarle una ventaja decisiva.
Así como Fernández y Massa le infligieron a Cristina Kirchner una derrota que no esperaba, Bullrich, que arrancó de muy atrás ahora lidera las encuestas ante un Rodríguez Larreta desorientado y que no cesa de cometer gruesos errores como el de atacar Mauricio Macri en una interna del partido creado por Mauricio Macri.

Publicado en La Prensa.

 

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