Desigualdad en el paraíso
Gabriela Calderón de Burgos
Es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador). Se graduó en el 2004 con un título de Ciencias Políticas con concentración en Relaciones Internacionales de la York College of Pennsylvania. Desde enero del 2006 ha escrito para El Universo (Ecuador) y sus artículos han sido reproducidos en otros periódicos de Latinoamérica y España como El Tiempo (Colombia), La Prensa Gráfica (El Salvador), Libertad Digital (España), El Deber (Bolivia), El Universal (Venezuela), La Nación (Argentina), El Diario de Hoy (El Salvador), entre otros. En el 2007 obtuvo su maestría en Comercio y Política Internacional de la George Mason University.


El alto nivel de desigualdad de ingresos que ha caracterizado a muchas de las naciones latinoamericanas usualmente se explica como una consecuencia a largo plazo de la conquista española y las instituciones extractivas que impusieron. Pero vale la pena aclarar este relato para no dejarse llevar por los cantos de sirena que apelan a un pasado supuestamente idílico.
En un estudio recienteGuido Alfani de la Universidad Bocconi y Alfonso Carballo de la Escuela de Negocios NEOMA sostienen que: 
“en el caso del Imperio Azteca, la desigualdad alta antecede la conquista española… Llegamos a esta conclusión estimando los niveles de desigualdad de ingresos y de extracción imperial en todo el imperio. Se constata que el 1% más rico obtuvo el 41,8% de los ingresos totales, mientras que la cuota de ingresos del 50% más pobre era sólo del 23,3%... La literatura existente sugiere que, tras la conquista española, las élites coloniales heredaron las instituciones extractivas preexistentes y añadieron nuevas capas de desigualdad social y económica”.
En la tradición occidental del “buen salvaje”, se mantiene una versión utópica de las civilizaciones azteca, maya, inca, entre otras y, como contraparte, se demoniza todo lo occidental que las suplantó. Así proliferan leyendas angelicales de imperios como el Azteca o el Inca y, por otro lado, leyendas negras de la monarquía española y el imperio inglés. Este patrón ha sido demostrado de manera entretenida y exhaustiva por María Elvira Roca Barea en Imperiofobia y Nigel Biggar en Colonialism: A Moral Reckoning.  
El estudio de Alfani y Carballo desdibuja la visión utópica del imperio Azteca, como anteriormente lo hiciera acerca del Imperio Inca Louis Baudin (1928). Cuando Hernán Cortés llegó a lo que hoy es México, no se topó con una civilización en paz, sino más bien con una población sometida a un constante estado de guerra, donde la facción dominante la sometía a impuestos cada vez más extractivos y a “reformas políticas pro-élite que exacerbaron la estratificación social a lo largo del imperio. La nobleza se adueñó de las tierras y controló a los plebeyos con diversos mecanismos, lo cual condujo a una clara demarcación entre la clase terrateniente y la clase sin tierra”. 
Los autores señalan que el sistema de la encomienda —mediante el cual un terrateniente proveía protección a cambio del trabajo de los labradores— no debió ser algo extraño para los conquistados, quienes estaban sometidos a alguna forma de trabajo forzado. En el imperio Azteca, uno de los mecanismos que la nobleza terrateniente utilizaba para controlar a los plebeyos era concederle acceso a la tierra a cambio de su trabajo o una parte de su producción (impuestos) o, incluso, el sacrificio de hijos o jóvenes en rituales. En algunos casos los europeos adaptaron o mantuvieron instituciones extractivas pre-existentes, como la mita de los Incas en la región andina
Además, las provincias que soportaron la tributación más alta también fueron aquellas que se aliaron con los conquistadores. Gracias a esta alianza, Cortés conquistó al Imperio Azteca con un ejército minúsculo. 
Esta investigación nos da una mejor visión del pasado y nos vacuna en contra los cantos de sirena que promueven volver a un pasado socialista, supuestamente idílico.
Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 21 de julio de 2023 y en Cato Institute.

 

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