Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
En dos
publicaciones sumamente interesantes, una de Luciana Vázquez titulada Los
peligros de la imposición cultural de Milei, (La Nación), y otra de Mario
Riorda, El brutalismo comunicativo de Milei, (La Revista Anfibia), se plantean desde distintas ópticas varios puntos en común
de análisis con preocupación sobre la personalidad y
performance del actual presidente.
Sin ánimo de confrontar pero si con intención de
sumar al debate, si debo afirmar que encuentro en títulos y contenidos mucho
trabajo bien desarrollado pero con un exceso de dramatismo que por momentos no
se condicen con la realidad, o si en algún caso se dieran, nada nuevo
estaríamos viendo al respecto en materia de evaluación de las presidencias más
potentes que se dieron desde el 83 a esta parte.
Por un lado Luciana Vázquez conjetura si la una
nueva normalidad y si el cambio de sentido común no bastaron la batalla
cultural se da en todos los campos. Nunca, entiendo yo, Milei pensó en otra
cosa que el cambio desde lo cívico-económico hasta político. No hay medias
tintas y seguir conjeturando si fue tanteando y escalando por momentos es no
entender la figura presidencial. Desde su perspectiva también va por todo.
Por tanto, el va por todo es un objetivo de lejano
cumplimiento y que no obedece sólo a su decisionismo, la sociedad debe
legitimar esas prácticas pero a la vez volverse hábito e instituciones de la
misma. Eso aún no ocurre. En el mejor de los casos hay escaramuzas de la
pretendida batalla cultural y aún se da en los medios de comunicación y la política pero
la sociedad no ha cambiado prácticamente nada en su perspectiva. Incluso, los
actores sociales que adhieren a Milei aún son reactivos, no proactivos a ese
ideal libertario.
La batalla cultural tiene, entre varias
otras, una clara meta que es el combate a la corrupción y este apartado, no ha
visto aún cambios significativos, como tampoco aún está en marcha la
implementación de programas de seguridad efectivos. Si el corazón, sólo late en
clave económica no late aún en el ritmo cardíaco del combate a la corrupción y
la inseguridad.
Sí, el gran peligro que Vázquez, nos recuerda y es de extenso debate, es que si
fracasa su gestión sería parte destacada de los libros de historia como un
nuevo hito pendular en materia política y económica.
Finalmente, la fatal arrogancia de Hayek, para no seguir perdiendo tiempo, es
una condición de todos los presidentes, y si hablamos de los Argentinos, aún
más con un régimen hiperpresidencialista.
Por el lado de Mario Riorda, excelente análisis sin dudas, la conceptualización
creo que se encuentra en un punto que excede a la realidad. Concuerdo y defino
del mismo modo a la comunicación como de estilo enérgico, crudo y áspero, pero
no pasa de una serie de exabruptos. Que quedaría para regímenes con perfiles y
presidentes autocráticos si Milei fuera un brutalista. Lo brutal es violento e
irracional y este no sería el caso.
En todo caso podemos no estar de acuerdo, no
comprender su conceptualización y perspectiva y puede no gustarnos sus formas
pero con mejores modales Cristina
Fernández de Kirchner ha sido más violenta e irracional,
constitucionalmente hablando, en muchas decisiones si miramos hacia atrás.
Incluso, hemos hablado en más de una ocasión, por este medio también, del
Cri-stalin-ismo, como su instancia aspiracional de mayor grado de hiper
presidencialismo que chocó de frente contra el Poder Judicial.
En el mismo sentido, reafirmo que el híper presidencialismo e híper
personalismo, es producto en buena medida de condiciones propias y del régimen
pero también son respuestas a la rosca cínica política que reacciona ante
cambios de 180 grados.
No es esperable otra reacción de quienes pueden perder privilegios ni es
esperable otra reacción de quién busca un cambio tan profundo.
Si no fuera esa su acción, hoy estaríamos ante un nuevo fracaso en la
gobernabilidad y una nueva asamblea legislativa. Esto no justifica cualquier
cosa de parte del primer mandatario pero siempre mirando la Constitución
Nacional, no estamos ante hechos nuevos o extraordinarios, a la fecha. Quizás,
más adelante nuevos hechos y actos si puedan dar lugar a que hablemos
verdaderamente de un brutalismo.
Otro punto a destacar es que es cierto que la comunicación de Milei es
producida. Más bien, como hemos dicho en más de una ocasión desde la figura de
De La Rúa, y en particular con Cristina Fernández de Kirchner en sus épocas de
crisis y campaña política, inauguraron la época de lo que denominamos la
Postproducción Política y Milei es un actor consecuente con ello.
La Postproducción Política de la comunicación busca controlar y mitigar efectos
no queridos mejorando los objetivos a comunicar para las audiencias
específicas. No importa la verdad sino la construcción de mi versión de los
hechos y lo audiovisual es clave en este sentido. Se post produce -avance
técnico desde los 90 en adelante- y así se ajusta la realidad a mi verdad
política para convencer a quién no tiene información o no puede cotejar si es
verdad lo que consume.
Finalmente, sobre lo planteado respecto de la verdad privatizada, lejos estamos
de eso. Hoy, estamos justamente sin verdad y en debate a corazón abierto. Hay
miles de versiones, muchas nuevas dado que se han re introducido conceptos y
escuelas político-económicas, se han introducido nuevas escuelas político –
económicas, y se resisten a desaparecer otras en boga durante más de una década
y vigentes hasta hace tres meses. Hoy es franco el debate y la lucha por la
verdad.
Siguiendo otros puntos que marca Riorda, y para dejar en claro que no todo es
blanco de un lado y negro del otro, que hay cínicos por doquier y la rosca
política más rancia vive gracias a ellos. Pero también están los clínicos y
estos, como lo hemos dicho en más de una ocasión, es la gran grieta intelectual
y política argenta: cínicos vs. clínicos a la hora de justificar políticas
públicas. Los clínicos son aquellos que más nos hacen falta a la hora de
justificar razonadamente y con perspectiva empática las políticas de fondo.
Por todo lo anterior, sin dejar de lado los aportes de Vázquez y de Riorda, los
cuales considero muy importantes a la hora de acrecentar masa crítica y
reflexiva, también es claro que son análisis que dejan al descubierto el
desconocimiento de la perspectiva liberal y libertaria. Están más cerca de
evaluar la personalidad, propiamente, que la ideología puesta en marcha y sus
claroscuros.
Y que es abierta la lucha política cuando se plantea una batalla cultural que
también debe ser considerada permanente. Ya no sólo, parafraseando, es una
campaña permanente, es también una batalla permanente ante la posibilidad de la
reacción que, desde la perspectiva de Milei, vuelva el pasado que entiende ha
hecho de la Argentina un país del tercer mundo.
Como bien los han marcado los mejores politólogos, lo agonal y la
administración del conflicto con tendencia a la paz social, hace a la democracia
un valor que mantiene viva la pluralidad y el cambio constante de estilos de
vida. El liberalismo, y más aún el republicanismo, lo entienden clave a este
punto pero para ello siempre la representación y los sistemas de contrapesos y
controles recíprocos deben funcionar para no precipitar monopolios o
autocracias.
Por esto, la batalla cultural es necesaria, y lo que ello demanda es no bajar
ni claudicar nunca ante la vigencia de los derechos humanos, la vigencia del
Estado de Derecho y el valor del individuo y su estilo de vida frente a
cualquier colectivismo o facción. Por esto, es claro que aún la sociedad no
cambió ni muchos analistas cambiaron su perspectiva, y sólo vivimos en un
momento o estadío de escaramuzas y exabruptos de todo lo anteriormente
planteado. Lo liberal, sigue siendo un tema nuevo, de nicho o extraordinario
para la rutina política argentina. Si se quiere, el viejo orden aún se mantiene
y el brutalismo se vive en feudos como Formosa.
Publicado en diario Perfil.