Las razones de la sinrazón y la grieta
Eduardo Filgueira Lima
Director del Centro de Estudios Políticos y Sociales. Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social (ISALUD). Magister en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE).


La naturaleza ha dotado al hombre de razón. Pero la razón –que hemos sacralizado– no nos ha sido suficiente para convivir en armonía.

Como un mecanismo habitual se ha instalado en nuestra sociedad, frente a la discusión o discrepancia de ideas y como argumento fácil la descalificación, la estigmatización o el señalamiento del interlocutor, porque “…una vez dijo,.. o una vez fue,.. o una vez apoyó,..” tal o cual idea o posición, hoy en día desacreditada.

Lo anterior metodológicamente representa no –como debiera– una adecuada y civilizada forma de argumentación, sino un sofisma[1] con el que se argumenta contra “el otro” y no contra “lo que el otro dice”. Es decir: no importa si el interlocutor dice con criterios de verdad,.. importa argumentar que “lo que dice no es verdad porque él no es merecedor de credibilidad”.

Peor aún la descalificación se inserta en un marco argumental en el que “toda acción que escapa –en cualquier momento que haya acontecido– a lo que hoy se ha instalado como paradigma y verdad absoluta, puede ser denostada, señalada y estigmatizada”.

En primer lugar –afortunadamente– somos todos diferentes en múltiples y diversos aspectos[2]. Ni siquiera somos iguales a nosotros mismos en diferentes momentos de nuestra propia vida,.. Esto en particular es aplicable al conocimiento que se encuentra “disperso” y “fragmentado”[3] en un momento dado y en cada uno de nosotros,.. Así como cambia a lo largo del tiempo, en cada uno de nosotros (individualmente) y en diferentes grupos y en diferentes segmentos de la sociedad. Digamos: se trata de una evolución, en la que intervienen múltiples variables, interdependientes, de recorrido imprevisible. Y por lo que hoy parece una verdad indiscutible,.. mañana puede llegar a dejar de serlo y resultar una falsedad absoluta!!

Por lo mismo no creo que se deba interpelar a alguien por lo que se dice (o se supone, o se interpreta,.. ) que alguna vez en su vida hizo o pensó. Precisamente porque:

      1)    Se lo está valorando con el conocimiento de hoy (que no es el mismo de ayer), cuando además cualquiera tiene derecho a cambiar.

      2)    O peor aún: se lo estigmatiza con los valores y paradigmas hoy aceptados,.. Que no necesariamente son ciertos o incuestionables, y que no tienen porqué ser aceptados por todos, aunque de no ser así una pesada carga le cabe por no compartir los deseos y criterios de “las mayorías”.

      3)    Por otra parte: si hoy es “costosa” la adquisición de conocimiento y no disponible a todos (aún con los recursos tecnológicos de los que disponemos), ¿es posible imaginar varios años atrás? Seguramente esa dispersión y fragmentación del conocimiento era aún mucho mayor y en cualquier momento dado no todos sabían lo mismo,.. y muchos ni siquiera sabían nada,. y algunos sabían solo una parte lo que a lo mejor les permitía suponer algo, pero no saber realmente tanto como para afirmar,.. y otros con poco imaginaban mucho y otros sabiendo mucho no imaginaban nada!! (esta dispersión –o asimetría– del conocimiento en la sociedad,.. les permite a los gobiernos hacer muchas cosas sin mostrar todas sus intenciones y sin que la gente pueda imaginar las consecuencias de las acciones de gobierno).

      4)    La acción de los seres humanos no solo es motorizada por el conocimiento (y sabemos de las limitaciones de la razón,.. así como que razón y conocimiento no son la misma cosa),.. intervienen  muchos otros factores de diferente peso relativo (intensidad) e importancia prelativa en las preferencias individuales, que revisten total subjetividad y determinan conductas diferentes aún ante similares hechos (por ejemplo las emociones, el interés personal –no necesariamente solo económico–  o la ideología, o las creencias,..etc.).

      5)    Es por ello inapropiado (un sofisma, que termina siendo una falacia[4]) estigmatizar a alguien –o incluso simplemente señalar su acción– por lo que alguna vez, en algún lugar y en algún momento, se supone que dijo o hizo (de eso se encarga con frecuencia nuestro gobierno: desmerecer a cualquiera que se le opone con cualquier argumento de su pasado,.. pero no lo hace con muchos de los propios a quienes alcanzaría el mismo cuestionamiento), porque ello es una muestra del desconocimiento de los procesos evolutivos por los que transcurrimos todos y los juicios de valor en ese marco ponen al descubierto la retórica del “deber ser” según lo que el dicente (yo diría “el inquisidor”) cree que “se debe ser” o "lo que se debía haber hecho", según ”su criterio” lo que revela además un grave exceso de soberbia moral.

En la Argentina algunos denominan “la grieta” a este proceso que nos distancia y que revela una grave intolerancia para quienes piensan –o en algún momento pensaron– distinto. Cuando, la riqueza de una sociedad, radica precisamente en eso: pensar distinto, que es lo que nos hace crecer por sucesivas aproximaciones a diferentes verdades, miradas o posicionamientos, que los intercambios permiten compartir. De ello surgen miradas superadoras de posiciones rígidas y dogmáticas, que suponen expresar “la única verdad posible” y que ella será además inmutable. Solo nos permitimos mirar para atrás y recriminarnos, cuando lo que deberíamos tratar de entender es que necesitamos una aproximación –o sucesivas aproximaciones– a una ¿”verdad”? permanentemente cambiante.

De alguna manera todo conocimiento –aún los que se suponen verdades absolutas– es sencillamente eso: falible, falsable y provisional[5]. Se trata solo de un proceso evolutivo que nos permite una aproximación permanente y sucesiva a la verdad, pero no lineal, sino errática, con avances y retrocesos producto de que cada individuo en su aprendizaje requiere de sucesivas acciones de “ensayo-error-corrección-ensayo,… y así sucesivamente hacia nuevas aproximaciones también falibles, falsables y provisionales, a una realidad que a su vez es permanentemente cambiante.

Y esta es una de las cuestiones que más atormentan al espíritu: la imposibilidad de alcanzar un conocimiento total acabado, que nos explique todo sencillamente y si es posible con una simple frase, que a la vez sea una descripción cierta, concreta, concisa e inmutable de la realidad,.. Por eso nuestra tendencia a simplificar la realidad.

Y ello por muchas razones. Por una parte porque la adquisición del conocimiento es costosa[6] y las formas habituales de pensamiento tienden a ser naturalmente eficientes, es decir: lograr “el mayor resultado con el mínimo esfuerzo”. Peor aún cuando el mismo conocimiento –o la capacidad de saber– se encuentra cuestionado.

Y por otra parte: porque se nos ha enseñado –vía de un positivismo que condujo al racionalismo extremo– la soberbia creencia en las ilimitadas capacidades de la razón humana, sin comprender que de la realidad solo aprehendemos una pequeña parte, que para conocerla debemos “recortarla” porque su amplitud resulta inconmensurable, que además el conocimiento que hemos adquirido es también discutible, ya que para hacerlo hemos debido omitir muchos aspectos (incluso desconocemos la existencia de muchos otros),.. o que nuestra interpretación puede ser errada y que aún siendo relativamente cierta hoy, muy probablemente sea solo risible mañana.

Ello significa un tormento de conciencia, para los individuos, imposible de subsanar salvo cuando se aceptan las limitaciones que caracterizan el pensamiento humano, y se aprende humildemente a convivir con ellas, complejo fenómeno que requiere a su vez un doloroso aprendizaje.

La posiciones dogmáticas y aferradas a paradigmas supuestamente verdaderos, indiscutibles e inmutables no es solo patrimonio de los populismos –justificados si se los considera una suerte deformada de religión[7]– sino que también afecta a otros que, aún informados y pensantes, se aferran al magnetismo de “su (la) verdad absoluta”, lo que por lo mismo resulta aún más incomprensible. Y fatalmente todos hasta concluyen en afirmaciones contrafácticas, enceguecidos por un velo que revela la ignorancia surgida de un “exceso de racionalidad”.

Por lo que: ni puede predecirse el comportamiento humano, ni puede caratularse con tanta liviandad su pasado! “…porque alguien hizo esto o aquello, que contraviene lo aceptado por ¿? Muchos,..”   Proceder que se ha instalado y que forma parte de “la grieta” que deberemos superar –como una urgencia necesaria para la convivencia– como sociedad.

Ello no nos será fácil porque los discursos hegemónicos suelen instalarse encarnadamente en la sociedad, aunque puedan ser endebles al más elemental ojo crítico. Pero resulta muy difícil discutir –aunque solo sea analizar– las razones (que solo son creencias) así asumidas, porque de hacerlo uno se convierte en el enemigo.

Mi posición no pasa por un descreído relativismo, sino por un racionalismo crítico a sabiendas de nuestras limitaciones,…a sabiendas que solo se aprende como a caminar los bebés: de a poco y a los tropezones! Y por ello creo que se debe ser más humilde intelectualmente: desapegarse de todo dogmatismo y aprender de (y con) las diferencias. Admito que algunas diferencias basadas en la absoluta “sinrazón” –quiero decir la defensa irracional de paradigmas– son enervantes,..(a pesar de la paciencia y mi posicionamiento también me pasa que superan mi nivel de tolerancia,..lo que nos llevaría a preguntarnos: ¿dónde deben a estar los límites?)

En suma: deberíamos considerar más en nuestras razones y pensamiento, la atribuida ironía de Sócrates “solo sé que no sé nada,..” antes que el: “…pienso luego existo,..” de Descartes.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]